miércoles, 22 de octubre de 2014

Imágen del Cristo Redentor y Radio Panagra Frontera Argentina-Chile, (año 1940)

El Cristo Redentor a 4000 metros (13000 pies) sobre el nivel del mar, es una obra monumental costeada por los países de Argentina y Chile, como símbolo de paz eterna entre ambos países. El camino internacional que bordea dista a 212 km. de la provincia de Mendoza. 
En esta foto tomada mirando el lado Chileno, la estación meteorológica, Radio de la Panagra, y al pie de la estatua rodeada de nieve un automóvil Ford, a este vehículo se lo llamaba el Condor terrestre de Los Andes. El 80% de los vehículos que transitaban en esa década (1940), camiones,  autos particulares o de alquiler era, de marca Ford.



En 1933, la Pan American Grace Airways Corporate, emprendió un descabellado proyecto en procura de lograr un controlador aéreo eficaz, en uno de los pasos más altos de la cordillera.



El edificio sólo se unía al mundo civilizado por medio de la radio y del teléfono.

El antiguo refugio fue cuidadosamente ampliado y reformado, dándole mayores comodidades. Las instalaciones se componían de un techado especial con cielo raso aislante de los intensos fríos y pisos de madera. También, tres pequeñas habitaciones formaban el observatorio: la pieza en donde estaban instalados los aparatos de comunicación, el dormitorio y la cocina. En la habitación central existía una pequeña torre, en donde los dos esforzados moradores se hospedaban.

Fue por el mes de mayo de 1933 que dos hombres llamados Gregorio Neumosoff y Reynaldo Abelda se internaron voluntariamente en el lugar más alejado de toda la cordillera. Era la estación de control y meteorología de la empresa de aviación Panagra.

Gregorio Neumosoff y Reynaldo Abelda: perdidos en la cordillera
La estación del Cristo Redentor en los años ’70.

Dos tipos audaces



El reloj despertador sonó a las 4 de la madrugada, Gregorio Neumosoff se levantó y después de asearse y afeitarse, fue a la cocina a poner la tetera con agua para prepararse algunos matecitos. Luego, se sentó y encendió el radio. Eran las 6.40 horas de repente, desde la radio, se escuchó la voz del piloto del avión, anunciando su despegue del aeropuerto desde “Los Chorrillos” . “...vuelo 354 de Panagra, con dirección hacia Mendoza, estamos a una altura de 5.000 metros y a una velocidad de 135 millas por hora. Inmediatamente Gregorio contestó: “Aquí observatorio del Cristo; las condiciones del tiempo en este momento, son muy favorables para el vuelo, el viento sopla del sector Sudoeste a 30 kilómetros por hora y la visibilidad es de 5 millas. Cambio y fuera”.

Cada quince minutos el avión informaba sobre la posición. Los aviones tenían el huso horario de la ciudad de Nueva York. 

El joven Neumosoff transmitía el estado del tiempo tres veces al día a las dos aeroestaciones. También orientaba a los pilotos, en caso de mal tiempo, a tomar una ruta alternativa.

Luego de este intercambio con la civilización, todo volvía a la absoluta soledad. Soledad que se les hacía difícil a estos hombres, especialmente cuando los temporales duraban semanas enteras, en cuyas circunstancias la visibilidad no alcanzaba más allá de cuatro o cinco metros. 

En un invierno, aquellos estuvieron un mes y medio sin poder salir y casi sin provisiones. Nieve y más nieve era lo único que el viento arrastraba con violencia tal que algunas veces llegaba a lastimarles la cara al intentar salir al exterior.

Gregorio Neumosoff era el encargado y radiotelegrafista del observatorio, antes de tener este oficio fue empleado del ferrocarril Trasandino. El estaba habituado a la vida de montaña desde hacía muchos años. Su compañero, el mendocino Reynaldo E. Abelda, se encargaba de las tareas meteorológicas.

Ambos vivían en permanente desafío a las inclemencias de la naturaleza. Pasaron los largos días en que aparte de registrar sus observaciones tenían mucho tiempo libre. Tanto Gregorio como Reynaldo se entregaron a la lectura en la pequeña biblioteca improvisada en un rincón de una de las habitaciones. Los libros de Spencer, de José Ingenieros, eran devorados con la misma fricción de los libretos de los sainetes en boga.

Durante días y días no tenían más contacto con el mundo que el que les brindaba el telégrafo y el teléfono.

En el interior del refugio se hacía agradable por las estufas a querosén que estaban encendidas permanentemente, irradiaban calor y mantenían la temperatura a unos 18 grados, pero varias veces tuvieron inconvenientes con las mismas, y una vez casi murieron intoxicados. De todos modos era importante mantener el ambiente cálido para poder conservar las baterías que alimentaban la energía de los aparatos de medición. 

Estaban bien abastecidos de provisiones, al punto que la leña y carbón alcanzaban para ocho meses. 

El observatorio poseía un receptor de radiotelegrafía bastante adelantado para su época. Contaban también con un teléfono que comunicaba directamente a las oficinas de la Panagra, una en el campo aéreo de “Los Tamarindos” en Mendoza y la aeroestación de Santiago de Chile.

En el exterior de la construcción y como complemento de aquellos aparatos de comunicación, disponían de instrumental meteorológico: anemómetro para medir la velocidad de los vientos, barómetro, termómetros y una veleta.


El pasamanos salvador

A metros de la estación y con dirección al Norte, siguiendo un cordón de piedra, la compañía Panagra colocó un pasamanos de soga de 100 metros de largo para seguridad del observador que necesitaba cerciorarse del estado del tiempo. 

En esa parte de la cumbre el viento golpeaba furiosa y continuamente, pudiendo arrastrar a un hombre con facilidad al fondo de la quebrada. En una oportunidad a uno de los integrantes de esta estación, precisamente, el ayudante Abelda, fue sacudido por una ráfaga de viento y gracias a esa soga pudo salvarse de caer a un precipicio.

Estos dos héroes comprometidos con su trabajo, estuvieron soportando las inclemencias del tiempo y aislado de todo contacto con el hombre por meses con el objeto de informar las condiciones meteorológicas que existían en aquel punto. 

A ellos, como a otros que la historia ha ignorado, este merecido reconocimiento..

“Tenían serios inconvenientes con las estufas y una vez, casi mueren intoxicados”.


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