Bienvenidos al sitio con mayor cantidad de Fotos antiguas de la provincia de Mendoza, Argentina. (mendozantigua@gmail.com) Para las nuevas generaciones, no se olviden que para que Uds. vivan como viven y tengan lo que tienen, primero fue necesario que pase y exista lo que existió... que importante sería que lo comprendan
miércoles, 31 de julio de 2013
martes, 30 de julio de 2013
Los genios también fueron niños.
Leonardo da Vinci, Thomas Edison y Albert Einstein tuvieron problemas de aprendizaje. Salvador Dalí y Pablo Picasso fueron caprichosos y revoltosos; Sigmund Freud y Frida Kahlo vivieron hechos traumáticos que los marcarían de por vida. ¿Qué es un genio? Tal vez un niño que logró ser tomado en serio.
Albert Einstein, Frida Kahlo, Sigmund Freud y Pablo Picasso: niños encantadores.
La infancia es uno de los períodos fundamentales en la vida de las personas. Y grandes genios del arte y de la ciencia fueron marcados durante su niñez por situaciones que influirían en su vida adulta.
La curiosidad, la inquietud, la capacidad de cuestionarlo todo son cualidades que definen a los niños, quienes no tienen ningún pudor a la hora de importunar con sus preguntas, de correr y recorrer el mundo y de descubrir los secretos de cada objeto, situación o palabra que se les ponga en el camino. De ahí que para muchos la creatividad habita en ese núcleo infantil que el adulto no olvida ni censura.
También los dolores sufridos en la niñez perduran, enmascarados, en la vida de “grande” y son unas de las fuentes en las que artistas y escritores abrevan para pintar, escribir o componer. La pérdida, ya sea por la muerte de seres queridos o por el abandono, se repite en la mayoría de los casos de muchos personajes célebres.
Antes de convertirse en una persona con talento, los grandes creativos de la historia fueron niños; algunos tuvieron problemas de conducta, otros de aprendizaje; unos soportaron familias disfuncionales y otros, terribles enfermedades y muertes cercana. Para ninguno de ellos la vida fue sencilla y transitaron la suya como pudieron, permeando a través de la creación artística o científica su rico mundo interior.
El creador de La última cena, Leonardo da Vinci, denota en las extravagante notas manuscritas de sus “códices” tan que tenía dislexia; sus textos contienen muchos errores sintácticos y ortográficos, además de insólitos errores idiomáticos. Varios de sus biógrafos hacen mención de sus dificultades con la lengua y la capacidad lectora. De hecho, el propio Leonardo escribió que uno de sus sueños era que alguien pudiera leerlo.
Isaac Newton nació tres meses después de la muerte de su padre; fue criado por sus abuelos y tuvo infancia muy solitaria y era tan bueno para sostener agrias peleas verbales y físicas con quienes lo agredían como para realizar operaciones matemáticas.
Thomas Alva Edison, debido a su mala salud, no asistió a la escuela; sin embargo, se convirtió en un inventor prolífico. Albert Einstein no habló hasta los tres años, lo impresionaba la claridad y exactitud de la ciencia, era mediocre en toda materia que exigiera la recuperación léxica, como los idiomas extranjeros y rechazaba el aprendizaje que se pretendía inculcar de memoria en la escuela.
El astrofísico Stephen Hawking, a quien a los 21 se le diagnosticó una esclerosis lateral amiotrófica, fue un niño excéntrico, criado en una casa caótica de una sola habitación “parecida a la guarida de un mago o el laboratorio de un científico loco”.
Salvador Dalí, que nació después de la muerte de un hermano, era un niño caprichoso, revoltoso y terco que exasperaba a sus familiares, en especial a su padre quien intentó disciplinarlo sin éxito; mimado por su madre y su abuela, era bueno y sentimental; su carácter desde pequeño presagiaba sus rasgos excéntricos y antojadizos como artista; la confrontación con su padre fue constante y se prolongó durante toda la vida del pintor.
Pablo Picasso era pésimo alumno en matemáticas para desesperación de sus padres, una de sus hermanas murió de difteria muy joven, hecho que conmocionó al futuro artista; su padre era pintor y su influencia fue determinante; lo citaba constantemente y decía: “Cada vez que dibujo un hombre pienso en mi padre”.
Cuando Pablo Neruda aprendió a escribir le escribió a su madrastra, Trinidad, un poema con rima y se lo mostró a su padre, quien le preguntó de dónde lo había copiado.
La vivencia de situaciones dolorosas durante la infancia suelen dejar huellas poderosas en la vida adulta. Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, era mayor de seis hermanos y sufrió la temprana muerte de hermano Julius y la “ausencia” de su madre a causa de los sucesivos embarazos; estas experiencias habrían de alumbrar su teoría del Complejo de Edipo.
Las hermanas Brontë, Charlotte, Emily y Anne, fueron internadas por su padre en una horrible casa de beneficencia cuyas terribles condiciones sanitarias enfermó de tuberculosis a sus otras dos hermanas, Elisabeth y Marie, quienes murieron muy jóvenes; esta pérdida hizo que las sobrevivientes se refugiaran en la literatura, escapando de los rigores de la época victoriana.
La pintora mexicana Frida Kahlo conoció desde niña el dolor físico; a los seis años contrajo poliomielitis, esta enfermedad fue la primera de múltiples dolencias y operaciones que serían agravadas por las gravísimas lesiones que sufrió en un accidente a los 18 años que la obligaron a padecer 32 intervenciones quirúrgicas y a usar un corsé de yeso durante el resto de su vida.
Andy Warhol, uno de los principales referentes del arte pop, sufrió desde los 8 años de la enfermedad llamada Corea del Sydenham, una afección del sistema nervioso central que provoca movimientos involuntarios en las extremidades; pasó gran parte de su infancia en cama, en la que jugaba con muñecas y “mis muñecas recortables de papel no recortadas esparcidas por la cama”, relató él mismo.
Fuentes: Infancias. Un recorrido por la niñez de intelectuales y artistas, de Denise Despeyroux; Cómo aprendemos a leer, de Maryanne Wolf
Patricia Rodón
lunes, 29 de julio de 2013
Bodega Pascual Toso, (foto de fines de 1890) Guaymallén - Mendoza
Bodega Pascual Toso, Godoy Cruz y Alberdi de Guaymallén, posiblemente primeros años del siglo XX o últimos del siglo XIX. En esta bodega se recibió uva solo hasta 1930.
Foto gentilmente cedida por Giova Caiti
Servicio de lavandería a la Mexicana (año 1890)
Esta foto fue tomada en 1890 en la Ciudad de México, y muestra a un grupo de mujeres lavando ropa.
domingo, 28 de julio de 2013
Mujeres cama adentro.
Desde el siglo XIX hasta hoy, miles de mujeres emigran desde zonas rurales a las ciudades sin otra cualificación que su juventud y su fortaleza para conseguir un trabajo como empleadas domésticas. Esa tarea esconde múltiples abusos, desde el castigo físico y psíquico hasta la secreta servidumbre sexual.
Las casas poderosas tenían una silenciosa tropa criadas para realizar los distintos quehaceres.
“Cerebro y útero no pueden desarrollarse conjuntamente”, sentenciaban los pensadores de los siglos XVIII y XIX que mantenían a sus empleadas domésticas alejadas de cualquier tipo de cultura.
Los trabajos de cocina, limpieza, jardinería, cosido, lavado y planchado de las vestimentas y demás tareas realizadas en la casa de otras personas, desde el aparentemente glamoroso servicio de mesa al esforzado mantenimiento de establos, era un privilegio propio de la aristocracia y sus ejecutores eran, en su mayoría, hombres.
Pero hacia 1800 comenzó a extenderse a la nueva, creciente y siempre ambiciosa burguesía; los nuevos ricos, tomando los modelos de la nobleza, consideraban un signo de distinción tener personal masculino en las tareas más “visibles” y a una silenciosa tropa de mujeres ajenas a la familia, las llamadas “domésticas”, para realizar los distintos quehaceres de la casa.
Con el paso del tiempo y democratizarse este trabajo, el servicio fue progresivamente cada vez menos masculino y jerarquizado (como ocurría entre los nobles y familias recién ascendidas en la escala social que hacían gala de dudosos blasones y recién adquiridos linajes) para ser más femenino y desvalorizado.
En un desplazamiento que refleja la escasa movilidad social de la época, las mujeres emigraron desde las zonas rurales a las ciudades sin otra cualificación que su juventud y su fortaleza. Estas migraciones internas, observables tanto en Europa como en América, tienen sus raíces en la esclavitud, el colonialismo y la secreta servidumbre sexual.
Todas estas mujeres compartían el ser pobres, migrantes, analfabetas, buenas para las tareas domésticas y rigurosamente solteras. También tenían en común el depender de los caprichos, veleidades y prejuicios de un hombre, el mayordomo, quien por el sólo hecho ser hombre -aunque tuviera los mismos orígenes humildes y necesidades-, era “por naturaleza” superior a ellas. Este señor, tan empleado doméstico como ellas mismas, contrataba al personal, asignaba las tareas y establecía rigurosas jerarquías entre los servidores, cada uno identificado, inclusive, con el uso de un uniforme específico.
Las jóvenes que entraban al servicio en una casa tomaban esta modalidad de trabajo, en un principio, como la preparación para el matrimonio: las mujeres que venían de zonas rurales aprendían a ahorrar el poco dinero que no enviaban a sus familias, se formaban correctamente en las tareas de ama de casa, recibían algo de instrucción elemental y aprendían las reglas básicas para vivir en la ciudad adquiriendo un puñado de modales urbanos.
Poco a poco, el matrimonio como meta tuvo que ser postergado: hacia mediados del siglo XIX el servicio en la casa del señor acaudalado y de la señora deslumbrada con los encantos de la burguesía adquirió un carácter permanente y las domésticas –ya fueran amas de llaves, cocineras, criadas, sirvientas, camareras, institutrices o niñeras- que decidían casarse rendidas al llamado de su prometido que las reclamaba desde su pueblo, o las que quedaban “fatalmente” embarazadas eran inmediatamente despedidas.
Si, acosada por las preguntas, la joven confesaba quién era el padre del bebé a cambio de algún tipo de protección para ella y su hijo, su futuro dependía de la buena voluntad de los señores dependiendo de si el padre del niño era el mismo señor de la casa o alguno de los hijos, tíos, primos, sobrinos y allegados de la familia de “buen nombre”.
La muchacha podía ser despedida y remitida a su pueblo con el niño y deshonrada; podía ser tolerada en la casa hasta el nacimiento del bebé, el cual era inmediatamente llevado a un orfanato o podía mantener a su hijo con ella viviendo en la zona reservada a los criados hasta que el “bastardo” alcanzara una edad en la que comenzaba trabajar sin recibir ninguna remuneración.
La necesidad económica, la postergación del matrimonio y el temor al embarazo fue una combinación fatal, puesto que condenó a un celibato permanente a miles de mujeres que no podían prescindir del poco dinero que ganaban: muchas de ellas mantenían a sus padres ancianos o enfermos, o a sus hermanos pequeños hasta que crecían. Cuando éstos ya podían empezar a ganarse la vida por sí mismos, la hermana ya era mayor y no estaba en edad “casadera” y pasaba a la detestada categoría de las solteronas.
Decenas de novelas registran estas dolorosas travesías de la vida privada de las mujeres, y miles de telenovelas de todas las latitudes, relatan con mayor o menor conciencia social, la historia del amor entre el educado señor de la casa y la rústica empleada doméstica. Quienes hayan disfrutado de la película de Lo que queda del día, novela de Kazuo Ishiguro llevada al cine por James Ivory, tendrán un completo retrato de ese mundo secreto que detrás de los grandes salones y lujosas habitaciones, vivían los criados en su cocina, atiborrados pasajes y pequeñas habitaciones en lugares ocultos de la casa.
Las empleadas domésticas lo habían tenido todo: promiscuidad pero sin conocer la intimidad; exilio sin esperar regreso ninguno; manejo de la casa pero no hogar. De ahí que de entre las múltiples y sordas soledades que nos habitan, haya surgido un doloroso dicho: “Soledad es vivir en casa ajena”.
Patricia Rodón
Fuente: http://www.mdzol.com/nota/415344/
sábado, 27 de julio de 2013
Lavadora eléctrica (año 1945)
Esta foto fue tomada en 1945 y muestra a una mujer con una lavadora eléctrica de nuevo cuño. El sistema es similar a los sistemas manuales anteriores, pero la ropa escurridor es impulsado por un motor eléctrico en lugar de una manivela. El agitador en la bañera también está impulsada por un motor eléctrico. Si bien este sistema aún requiere mucha atención por parte de la mujer, que requiere mucho menos esfuerzo manual.
viernes, 26 de julio de 2013
Dos hilos rojos: sangre y sexo. La "regla" tenía su silenciosa metáfora en una peculiar tarea de costura
La sangre de las mujeres siempre se ha considerado impura, algo sucio, una enfermedad.
La primera infancia es relativamente asexuada y usamos la palabra "bebé" como una denominación neutra. Hasta los 3 o 4 años los niños visten casi la misma ropa, usan el mismo largo de cabello, juegan a los mismos juegos, viven en las faldas de las mujeres. Más tarde comenzará el proceso de sexuación.
Los relatos de la infancia de las niñas son escasos; entre muñecas y juegos, de las tareas domésticas junto a su madre, de la costura con su abuela y de los relatos que hilvanan esas horas hay sólo un puñado de autobiografías y memorias, entre ellas la de George Sand. Y las novelas escritas por hombres que “narran” a las niñas desde una mirada ejemplificante como la Alicia de Lewis Carroll, la Cosette de Victor Hugo o la pequeña Dorrit de Charles Dickens.
Más allá de la literatura, la vida real de las niñas durante la infancia era ardua: estaban más encerradas, más vigiladas que sus hermanos, y si se agitaban demasiado se las calificaba de "varones fallados".
“Se las pone a trabajar más temprano en las familias populares, campesinas u obreras, retirándolas precozmente de la escuela, sobre todo si son las hijas mayores. Se las recluta para tareas domésticas de toda clase. Futura madre, la niña reemplaza a la madre ausente. Se la educa más de lo que se la instruye”, señala Michelle Perrot en Mi historia de las mujeres.
La Iglesia –católica y protestante- se apropió de las niñas sin familia o de familias pobres para reclutarlas en sus talleres donde les enseñaban rudimentos de lectura (para rezar) y les daban clases magistrales de costura, cocina y de todo lo relacionado a las tareas domésticas.
Hacia fines del siglo XIX, la escuela se hizo obligatoria y gratuita pero no mixta; los niños y las niñas estudiaban, estrictamente separados. La escuela siempre ha estado preocupada por la moralidad, es decir, por la sexualidad de las alumnas cuando llegaban a la adolescencia. Las jóvenes, frescas y vírgenes, constituían una fuente de tentaciones: eran, por el sólo hecho de serlo, una provocación para los hombres de todas las edades. Y la literatura lo reflejó a través de las novelas de Balzac, Proust y las hermanas Brontë, entre otras.
La llegada de la menstruación que da comienzo a la pubertad era un hecho silencioso, incluso vergonzoso, susurrado entre las mujeres de la casa y anunciado elípticamente al padre, quien ya podía disponer de la joven para prometerla en matrimonio, si es que no lo había hecho antes.
Los cambios corporales, como el crecimiento de los senos y la “regla”, eran vividos traumáticamente por las niñas puesto que no estaban prevenidas ni sabían qué significaban. La sangre tenía su silenciosa metáfora en una peculiar tarea de costura: con hilo rojo la mujer-niña bordaba sus iniciales en las sábanas de su ajuar nupcial. La creación de esa marca era simbólica puesto que en el transcurso del trabajo sobre la tela se le contaba cómo serían sus trabajos sobre la cama.
La sangre de las mujeres siempre se ha considerado impura, algo sucio, una pérdida incomprensible, una indisposición que le impedía cumplir los deberes maritales, una enfermedad a la que atribuir sus cambios de humor; su falta, un síntoma de embarazo, de enfermedad o de vejez.
Sólo desde hace unas pocas décadas, las madres hablan con sus hijas libremente de la menstruación y de lo que significa. Y aunque hoy está en vigencia el “día femenino” que autoriza a una mujer no asistir al trabajo cuando “está indispuesta” y vemos por televisión incontables tipos de protectores para “esos días”, es difícil encontrar a un empleador, estatal o privado, que acepte sin mascullar ese derecho. Con o sin alas.
Patricia Rodón
jueves, 25 de julio de 2013
Efemérides. Louis Bleriot primera persona en volar un avión sobre el Canal Inglés.(25 de Julio de 1909)
Esta es una fotografía del aviador francés Louis Bleriot en una de sus máquinas voladoras. Louis era un inventor, ingeniero y uno de los pioneros en el desarrollo de los aviones. Fue en el día de hoy, 25 de julio, en el año 1909 que Bleriot se convirtió en la primera persona en volar un avión sobre el Canal Inglés.
Fuente: Old Picture of the day
miércoles, 24 de julio de 2013
Se Inaugura el CAFÉ BAHÍA (18 de Julio de 1969) Ciudad Capital de Mendoza
La tradicional esquina cafetera, San Martín y Sarmiento poseía un local de la oscura infusión. Se Trataba del Café Bahía. Este local funcionaba las 24hs. del día.
Las expuestas. Abandonar y matar, por las dudas.
La mujer "hacía" hijos, preferiblemente varones, para aumentar el patrimonio del jefe de familia.
La mayoría de las cosmogonías y mitologías antiguas unen a la mujer al concepto de fertilidad y reproducción; desde las primeras representaciones artísticas, como la paleolítica Venus de Willendorf, pasando por los arquetipos cristianos antagónicos de Eva y María, la primera condenada a “parir con dolor” y la segunda que engendró un niño sin intervención humana; la mujer ha sido vista como símbolo de fecundidad porque “protagoniza” la reproducción mientras que el hombre es un espectador más o menos pasivo.
Mientras en la antigua Roma la ley otorgaba a las madres de tres hijos un privilegio por haber cumplido con su deber, éstas también eran una herramienta al servicio del oficio de ciudadano y del jefe de familia: hacía hijos, preferiblemente varones, y aumentaba el patrimonio.
La esposa era uno de los elementos de una familia, que comprendía por igual a los hijos, a los libertos, los clientes y los esclavos. “Si tu esclavo, tu mujer, tu liberto o tu cliente se atreven a replicarte, montas en cólera”, escribe Séneca. “Si un jefe de familia debe tomar una gran decisión reúne al consejo de sus amigos” en lugar de discutir el tema con su mujer.
Para los hombres romanos, una mujer era un niño grande que debía cuidarse a causa de su dote y de su padre, era una eterna adolescente, caprichosa: un marido es el dueño de su mujer, como de sus hijas y de sus criados. Si la mujer le era infiel era una desgracia, lo mismo que si una hija quedaba embarazada o un esclavo no realizaba sus tareas.
En la Roma pagana el sólo hecho de parir un niño no le daba la categoría de madre a ninguna mujer. El nacimiento era un hecho mucho más complejo, ya que un recién nacido adquiría categoría de hijo en tanto que fuera aceptado por el jefe de familia, es decir, el padre.
Un ciudadano romano no “tenía” un hijo sino que “tomaba” un hijo: inmediatamente después de nacido, el padre tenía la prerrogativa de levantarlo del suelo donde había sido depositado por la comadrona. Para tomarlo en sus brazos y manifestar así que lo reconocía. Hoy, le da o no, el apellido.
En la Roma clásica la anticoncepción, el aborto, la exposición de niños de origen extraconyugal y el infanticio del hijo de una esclava eran prácticas usuales y perfectamente legales. Sólo siglos más tarde, con la llegada de la nueva moral estoica y el cristianismo estas costumbres serán al comienzo mal vistas y luego, ilegales.
De ahí, el hecho de que el padre alzara a su hijo y lo reconociera, también convertía en madre a la mujer que lo había parido, sentada en una butaca especial, lejos de cualquier mirada masculina. Pero no antes. Si el hombre no reconocía al niño, no lo levantaba del suelo; esto significaba el bebé debía ser “expuesto” ante la puerta de la casa, abandonado en un basurero o en las afueras de la ciudad, para que lo recogiera quien lo deseara. Del término, expuesto, del verbo exponer, ha llegado hasta nosotros, el concepto de “niño expósito”, es decir, niño abandonado.
Esta práctica continuó a lo largo de la historia hasta hoy de formas más caritativas, como la práctica medieval de dejar a los bebés en el torno o en el atrio de una iglesia; en las inmediaciones de los hospitales o, como hace más de dos mil años, en los basurales y cloacas.
El abandono de hijos legítimos era una práctica cultural que atravesaba a todas las clases sociales: los pobres exponían a los hijos que no podían criar; personas de la que hoy llamaríamos clase media exponían a los hijos que no podían educar; y los ricos se deshacían de los hijos que podrían perturbar disposiciones testamentarias ya adoptadas en lo referente al reparto de la sucesión.
Se exponía con más frecuencia a niños con malformaciones, al hijo de una hija que hubiera cometido una “falta” o al fruto de una infidelidad conyugal, o de la sospecha de infidelidad. Y entre todos esos hijos no deseados, las niñas eran quienes pasaban mayoritariamente del vientre materno al barro de la calle.
Patricia Rodón
martes, 23 de julio de 2013
lunes, 22 de julio de 2013
Fichas policiales
Hay muchas clases de retratos.
Estos son especialmente significativos porque están realizados en uno de los peores momentos del fotografiado.
Las fichas policiales o Mugshots nos presentan, en la mayoría de los casos, unos rostros especialmente castigados y muy diferentes a los retratos de estudio de la época. Quizás por eso me resulten tan interesantes.
Estos son especialmente significativos porque están realizados en uno de los peores momentos del fotografiado.
Las fichas policiales o Mugshots nos presentan, en la mayoría de los casos, unos rostros especialmente castigados y muy diferentes a los retratos de estudio de la época. Quizás por eso me resulten tan interesantes.
Cicerón afirmaba que la cara es el espejo del alma. ¿Tendría razón?
Harry Davies. 33 años. Albañil.
Esta primera serie corresponde a personas detenidas en Birmingham (Inglaterra) por borrachera y escándalo público en 1903 y 1904.
Mary Cooper. 36 años. Prostituta.
Joseph Allsopp. 24 años. Obrero.
James Doyle. 39 años. Albañil.
Alice Loxley. 34 años. Vendedora ambulante.
Benjamin Bloxsidge. 36 años. Barquero.
Alice Tatlow. 25 años. Prostituta.
David Addicott. 35 años.Representante electoral (comprador de votos).
Charlotte Humphries. 42 años. Pulidora.
Thomas Riley. 22 años. Acemilero.
Eliza Cowley. 26 años. Prostituta.
Richard "Dirty Dick" Fleming. 40 años. Vendedor ambulante.
Emily Jane Parrish. 44 años. Criada.
Matthew Moran. 32 años. Mecánico.
Eliza Fallon. 38 años. Prostituta.
Walter Harrison. 62 años. Zapatero.
William Hughes. 61 años. Mozo de caballos.
Minnie Osborne. 38 años. Criada.
Thomas Wall. 31 años. Herrero.
Tamara Edwards. 32 años. Ama de casa.
George Allen. 34 años. Vendedor ambulante.
William Tustin. 37 años. Obrero.
La segunda serie corresponde a delincuentes juzgados y condenados en Dorset (Inglaterra) hacia 1890-1900.
George Gotobed. 32 años.
Condenado a cuatro meses de trabajos forzados por robar un pato.
Condenado a cuatro meses de trabajos forzados por robar un pato.
George Parkinson. 20 años.
Condenado a cinco meses de trabajos forzados por robar un cerdo.
Condenado a cinco meses de trabajos forzados por robar un cerdo.
Annie Wilson.
Condenada a seis meses de trabajos forzados por robo.
Condenada a seis meses de trabajos forzados por robo.
Elizabeth Dowell.
Condenada a seis meses de trabajos forzados por perjurio deliberado.
Frank Treviss.
Condenado a ocho meses de trabajos forzados por robar harina de trigo.
John Gliddon. 37 años.
Condenado a nueve meses de trabajos forzados por fraude.
Sarah Edith Westwood. 52 años.
Condenada a cinco años de cárcel por robos continuados
de jerez, galletas y cerveza negra.
Frederick George Bull.
Condenado a siete años de cárcel por sodomizar a un caballo.
William Parsons. 34 años.
Condenado a veinte años de cárcel por incendiar deliberadamente
el granero de su vecino.
Son la otra cara de la sociedad victoriana inglesa.