miércoles, 31 de diciembre de 2014

El padrinazgo presidencial



El 8 de octubre de 1907 nació en Coronel Pringles (provincia de Buenos Aires) el séptimo hijo varón de Enrique Brost y Apolonia Holmann, un matrimonio de inmigrantes de origen alemán denominados rusoalemanes debido a que provenían del Volga. Por ese motivo, acudieron a las autoridades y solicitaron que el Presidente de la Nación apadrinara a su hijo, siguiendo la tradición en Rusia de que el zar tomara como ahijado al séptimo varón.
El trámite se resolvió con bastante rapidez. El presidente José Figueroa Alcorta aceptó gustoso el padrinazgo y el bautismo tuvo lugar el 20 de octubre en Coronel Pringles, 130 kilómetros al noreste de Bahía Blanca. El doctor Manuel Gascón, comisionado municipal, actuó como representante de Figueroa Alcorta. La madrina fue Berta Sieder (16 años), amiga de Apolonia. Se reunieron frente a la sede municipal, donde la banda musical tocó los acordes del Himno Nacional Argentino. Luego marcharon a la parroquia Santa Rosa de Lima en caravana: los Brost con sus siete varones, los padrinos y el vecindario.
El presbítero Jesús Alfonsín bautizó a la criatura con el nombre de su ilustre padrino: José. Terminado el acto, se realizó una fiesta en la sede comunal. Los asistentes brindaron con champagne y Gascón entregó a los Brost un retrato del presidente con su autógrafo.
A partir de aquel día se instauró como tradición el padrinazgo presidencial para el el séptimo hijo varón, sin necesidad de que fuera de origen ruso. En la foto vemos los siete hijos de la familia Rodríguez, de la localidad de French, en el centro de la provincia de Buenos Aires. El más pequeño fue ahijado de Roque Sánez Peña.
El 28 de septiembre de 1974, el padrinazgo presidencial se transformó en ley y se extendió el derecho a la séptima hija mujer. ¿Qué beneficio obtiene un ahijado del Presidente? Se lo beca en sus estudios primarios, secundarios y universitarios.

Fuente: http://blogs.lanacion.com.ar/historia-argentina/familias/el-padrinazgo-presidencial/

Foto Antigua. Annie Edison Taylor que fue la primera mujer que sobrevivió a la caída por las cataratas del Niágara en este barril -

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Deseando asegurar financieramente su vejez y evitar la indigencia, Annie decide convertirse en la primera persona en saltar desde las Cataratas del Niágara dentro de un barril; para ello, Taylor construyó un barril con roble y acero para después rellenar el interior con un colchón.4
Hubo muchos contratiempos para la realización de este proyecto, particularmente porque nadie deseaba ser parte de un potencial suicidio; dos días antes de su intento, un gato doméstico fue lanzado desde la Catarata Horseshoe en su barril para probar la resistencia del mismo y, contrariamente a los rumores de la época, el gato sobrevivió a caída lo que se demostró gracias a una fotografía en la cual ambos posan juntos para la cámara.5
El 24 de octubre de 1901, en su 63 cumpleaños, el barril fue subido a un bote de remos y Taylor subió al mismo con su almohada de la buena suerte en forma de corazón. Tras atornillase la tapa, sus amigos inyectaron aire a presión mediante una bomba para neumáticos de bicicleta, tapando luego el orifico con un corcho y dejando el barril a la deriva cerca de la costa norteamericana al sur de Isla Goat.
La corriente del Rio Niágara llevaron el barril hasta las Cataratas Horseshoe, lugar desde el que caen las Cataratas del Niágara; los rescatistas recogieron su barril poco tiempo después de la caída y al abrirlo, descubrieron a Taylor con vida y sin mayores daños a excepción de un pequeño rasguño en la cabeza.
El viaje en sí no duró más de 30 minutos pero pasó mucho más tiempo antes de que el barril pudiese ser abierto. Tras del viaje, Annie Taylor dijo a la prensa:
Así fuera con mi último aliento, advertiría a cualquiera no realizar la hazaña... preferiría pararme a boca de cañón, sabiendo que me volaría en pedazos, que hacer otro viaje a las cataratas

Las vírgenes y el sexo de los ángeles

Durante siglos, las mujeres aprendieron que el cuerpo era el enemigo del alma, un obstáculo para llegar al Paraíso. Esta idea creó millones de jóvenes violadas durante su noche de bodas y de damas insatisfechas que en el lecho conyugal no encontraron más que tristes fatigas, lágrimas y bostezos.

Se mantenía a las jóvenes siempre “niñas”, puras, castas, angelicales y vírgenes. (Foto es.geneanet.org)


Aunque los ovalados espejos de cuerpo entero llamados psyché (del griego, alma) fueran el gran mueble de moda en las habitaciones de las damas de comienzos del XIX, las mujeres sólo se enfrentaban a ellos, y a sí mismas, completamente vestidas. La desnudez, atravesada por las creencias religiosas, era pecado. 


Las mujeres habían aprendido que el cuerpo era el enemigo del alma, un obstáculo para llegar al Paraíso. Pero, al mismo tiempo, sabían que en su corazón, y todo su repertorio de emociones, sensibilidad e impulsos, radicaban su fuerza y su esencia.

En la iconografía de la época, alimentada por la Iglesia católica y aprovechada por la moda, la imagen del Sagrado Corazón de Jesús se reproduce una y otra vez en escapularios, medallas, guardapelo, broches y todo tipo de adornos femeninos como un símbolo del amor. 

Pero, ¿cómo se concretaba ese amor romántico, ideal, perfecto, para esas mujeres que cultivaban el pudor, la virginidad, la inocencia y la maternidad, si desconocían su cuerpo e ignoraban sus funciones?

La moralidad masculina consideraba, cínicamente, que el cuerpo de la mujer era útil para incitar el deseo que llevaría a los hombres al acto de procreación; pero también creían que el cuerpo de las mujeres era un arma apuntada hacia ellos con el que ellas compensaban su natural debilidad e inferioridad. 

Aquí, el concepto de mujer ángel perfeccionado por los románticos encarna en las dueñas de pieles delicadas, esqueletos menudos, manos y pies pequeños y un aire inmaterial que las alejaba de este mundo, como a una musa, un hada o aprendiza de santa. Pero a la hora de buscar esposa, es decir, un cuerpo que engendrara herederos, un envase reproductor, los caballeros preferían las caderas redondas y los pechos generosos.

Mientras tanto para la mayor parte de las mujeres jóvenes, la relación entre el cuerpo y el corazón seguía siendo un misterio. La palabra “frigidez” comienza a ser usada durante la década de 1840 para designar la falta de apetito sexual de las mujeres. Como esta falta de deseo en las mujeres se convirtió en un problema, varios expertos, en su mayoría médicos, escribieron minuciosos manuales destinados a lectores hombres con instrucciones precisas para excitar a una mujer, a “su” mujer. Por lo visto, con pobres resultados.

Como para la moral de la época, el sexo era un peligro y un camino a la perdición para las mujeres, se sugería a los señores que administraran su actividad sexual conyugal: una relación por semana o cada diez días, un coito rápido para economizar las fuerzas masculinas y listo; el placer y el orgasmo de la mujer no contaban, no eran necesarios para el objetivo final que era la procreación y el clítoris era considerado un trocito de carne inútil.

Fue la primera mujer médica de Estados Unidos, Elizabeth Blackwell, quien en 1845 sostuvo que la frigidez no era una enfermedad sino un producto de la educación censora de escuelas e internados en las que se enseñaba a las niñas que el sexo era pecado porque debían mantenerse vírgenes hasta el matrimonio.

Y el matrimonio, generalmente impuesto por la familia y en el que la joven no tenía voz, llegaba en torno de los 20 años. Para mantenerla “intacta” se le retrasaba el deseo llenándola de temores vinculados a la religión, a la vigilancia moral de la sociedad e inclusive a la posibilidad de contraer enfermedades mortales.

Se mantenía a las jóvenes en la ignorancia de todas las realidades carnales del sexo; se las mantenía “niñas”, puras, castas, angelicales y vírgenes porque estas condiciones era una suerte de garantía para el futuro marido y pasaporte de ascensión social para no pocas familias burguesas. 

Las responsables directas de que esta educación eran las madres quienes se ocupaban de que la alimentación fuera poco excitante, de que la cama no fuera muy mullida y de que nunca se viera desnuda: la joven debía cerrar los ojos para cambiarse la camisa y siempre debía llevar una puesta, incluso al bañarse. 

Era excepcional que las madres explicaran a sus hijas el fenómeno y el significado de la menstruación, hecho natural que era vivido como una experiencia terrorífica. Todo esto no evitaba la masturbación de las doncellas, que era vivida con culpa, entre el desprecio a sí mismas y el placer solitario; entre la vergüenza y el descubrimiento de todo un mundo íntimo que luego sus esposos nunca sabrán penetrar.

El angelismo, que tantas heroínas perfectas e ideales dio a la literatura, creó millones de jóvenes violadas durante su noche de bodas, de esposas anorgásmicas, de madres multíparas que oficiaron de recipientes reproductores y de mujeres insatisfechas que en el lecho conyugal no encontraron más que tristes fatigas, lágrimas y bostezos.

Patricia Rodón

Fuente: http://www.mdzol.com/nota/315538

domingo, 28 de diciembre de 2014

Del mantel a las sábanas: afrodisíacos, mujeres y polvos

Damas y caballeros de todo rango y ralea han inventado a lo largo de la historia las más extrañas combinaciones para que el sexo se convirtiera en algo más que una fantasía. Por ello, los alimentos afrodisíacos han ocupado la imaginación, y mucho, de hombres y mujeres que deseaban abrir el "apetito".

La Bella, fotografía de Leopold Reutlinger (1890).


Uno de los anhelos secretos de hombres y mujeres es que los placeres de la mesa pueden replicarse en la cama. Buena comida, buen vino, importantes escotes y claras galanterías condimentadas con mirandas insinuantes han sido sinónimo de un pase directo del mantel a las sábanas.


Damas y caballeros de todo rango y ralea han buscado e inventado a lo largo de la historia las más extrañas combinaciones para que el deseo de masticar al otro en el fragor del sexo se convirtiera en algo más que una fantasía.

De ahí, la “creación” de los alimentos afrodisíacos y del importante lugar que han ocupado en la imaginación de hombres y mujeres que deseaban abrir o incrementar el “apetito”. Por ejemplo, la flor de castaño fue usada como infusión energizante e “inspiradora” desde la antigüedad, porque tiene un olor semejante al del semen. 

La reina de las plantas por sus propiedades afrodisíacas es la mandrágora. Citada en la Biblia decenas de veces, la mandrágora fue un fruto ampliamente utilizado tanto medicinalmente como ingrediente esencial de rituales mágicos, ya que se creía que podía hacer fértiles a las mujeres estériles y potentes a los hombres con disfunción eréctil. En Oriente y más tarde en Europa también se la utilizaba para curar enfermedades mentales, la epilepsia y la estupidez, sin ningún éxito, como es obvio.

En la antigüedad, griegos y romanos esparcían hojas de menta en el lecho de los recién casados, imitando de manera “legal” lo que hacían las brujas y curanderas que se servían de la menta para preparar sus filtros amorosos. Tanta fe le tenían los romanos al poder afrodisíaco de la menta, que en tiempos de guerra prohibían que esta planta se sembrara, para evitar cualquier distracción amorosa.

Entre los griegos, las habas ganaron tanta reputación por sus cualidades excitantes que Pitágoras prohibió a sus discípulos que las comieran, y la fama sobre esta humilde legumbre llegó intacta hasta el siglo XVIII, ya que en 1750 el obispo de Niza condenaba que se sirvieran habas en los conventos porque sostenía que producían deseos libidinosos en las devotas monjas. De su ingesta en los monasterios no decía nada. 

Pero en la cultura clásica de entrecasa también se creía en el satirion, una planta de la familia de las orquidáceas, ya que la leyenda contaba que Hércules era consumidor habitual de esta infusión y que en una sola noche había desflorado a cincuenta doncellas. A esta especie de Viagra mitológico se le sumaban las naranjas, los pepinos y el tomate, los cuales aseguraban el incremento de la potencia sexual masculina. Las orquídeas en general, por su aspecto y su nombre, eran consideradas alimentos especiales para el amor, ya que su nombre deriva del griego orchis, que significa testículo.

Cuando dejaban la metáfora, los griegos y romanos no se andaban con vueltas y cocinaban coliphia y siligones, es decir, panes y pasteles con la forma de órganos genitales masculinos y femeninos. Los pasteles fálicos atravesaron los siglos y llegaron al 1200 a Francia convertidos en pinnes (penes); en Pascua eran bendecidos en las iglesias, las mujeres los colocaban en su entrepierna desnuda, los molían y les daban de comer a sus maridos las migas resultantes de su operación para avivar el ardor de los señores.

En la Edad Media, las mujeres creían que nada mejor que algo de ellas mismas para levantar el ánimo y “esa” parte del cuerpo de su compañero; por ello mezclaban la sangre de su menstruación en los alimentos y bebidas de sus esposos para que las abrazaran con más ardor. O para que, por lo menos, las abrazaran. 

Una extraña receta, recogida en el Lucayos Cook Book, de 1660, recomienda ingerir el siguiente brebaje: “Para aumentar tus facultades toma un gorrión macho y desplúmalo vivo. Échalo luego a diez avispas, que lo matarán con sus picaduras. Añade los intestinos de un cuervo negro, aceite de lila y manzanilla. Cuécelo todo en grasa de toro hasta que la carne se deshaga. Ponlo en una botella y úsalo cuando lo necesites. Es maravilloso”. Encantador y sencillísimo.

La cantárida era un afrodisíaco tan eficaz como peligroso. Provenía de la pulverización de un coleóptero llamado Lytta vesicatoria, común en la cuenca del Mediterráneo, y se usaba mezclado en las bebidas y comidas, según las dosis y las intenciones, como auxiliar de la libido, como abortivo y como veneno. Pero, como su nombre lo indica, no era un afrodisíaco, sino un vesicatorio, es decir, un químico que produce la inflamación de los órganos genitourinarios, la cual lleva a la excitación erótica o a la muerte.

Otro tanto sucedía con las arañas, y muchas mujeres se llevaron la sorpresa de su vida cuando al darles, oculto en la comida, polvo de arañas a sus maridos para intentar deshacerse de ellos por la vía rápida, vieron despertar en ellos ardores desconocidos. Prueba de esto es que la picadura de una tarántula, si no mata a la víctima, le produce un priapismo patológico. 

El cuerno de ciervo era un estimulante sexual muy usado en la Edad Media, pero el más anhelado de todos los cuernos era, leyendas mediante, el del unicornio, que debía ser hallado, amansado y “descuernizado”, permítaseme el neologismo, por una doncella virgen. Encantadora la metáfora. 

La cocina afrodisíaca se convirtió en un arte durante el Renacimiento que perfeccionaron cocineros y hechiceras en un trajinar entre ollas y fogones en las casas nobles. En una cómplice alianza, buscaron la receta exacta para que el “señor”, que iba de cama en cama, saliera victorioso en sus lides amatorias, ya que en cada encuentro ponía algo más que su “honor” en juego.

Cocineros y hechiceras dividían en dos grandes categorías a las sustancias afrodisíacas: las que por su forma o su analogía remitían a un significado simbólico sexual, como los testículos de ciertos animales (especialmente los de toro, de león y de gallo), las frutas, verduras, flores y vainas varias con forma fálica, los huevos de diversas aves, las ostras y los mariscos envueltos en su concha y los nidos de golondrina, entre otros. Las otras eran sustancias ricas en calorías que devolvían el vigor al maltrecho caballero, como las especias, los hongos, las carnes rojas, la miel, la leche de camella, el chocolate, el ámbar gris y el vino, entre otros. 

La historia de la vida doméstica “arde”, literalmente, en recetas y pociones amorosas extrañas, tóxicas e inútiles. Porque convengamos que el mejor afrodisíaco es yacer con la persona amada. 

Patricia Rodón

Fuente: http://www.mdzol.com/nota/313796

sábado, 27 de diciembre de 2014

Primer Aeroplano que aterrizó en el departamento de Malargüe, 15 de Diciembre de 1929.

Familias que lo visitaron, del Director de escuela Sr. Emilio León, del jefe del Registro Civil Sr. Sander.




Cazadoras de estrellas: mujeres de la Tierra a la Luna

Hoy, en coincidencia con un nuevo aniversario de la llegada del hombre a la Luna, el transbordador Atlantis regresará a nuestro planeta en su última misión. Las mujeres astronautas en la Tierra y en el espacio se han enfrentado con monstruos al estilo de "Alien" pero con menos dientes.

La misión de valentina era cumplir 48 órbitas en 70 horas y embarazarse apenas saliera del módulo.(Foto wired.com)


Ahora mismo, arriba de tu cabeza, a 360 kilómetros de la Tierra, hay seis personas viviendo en la Estación Espacial Internacional (ISS); desde que empezó a construirse en 1998 lleva 4.625 días en órbita, gira alrededor de la Tierra cada 92 minutos y la han visitado como parte de la tripulación alrededor de 200 personas, entre ellas, 29 mujeres.


Está previsto que hoy, en una simbólica coincidencia con un nuevo aniversario de la llegada del hombre a la Luna, el transbordador Atlantis regrese a nuestro planeta y con su aterrizaje se dé por finalizada la era de los transbordadores, un programa de más de 30 años iniciado con el Discovery, el Endeavour y los fallidos Challenger y Columbia.

En 1998 el mundo estaba pendiente de la misión del transbordador Discovery que durante nueve días orbitó alrededor de la Tierra y realizó más de 80 experimentos científicos. 

En ese momento, todos tenían su mirada puesta en el veterano astronauta de 77 años, John Glenn (que hace dos días cumplió 90 años), quien no sólo pasó a la historia por haber tenido el privilegio de pasear dos veces por el espacio (su primera misión fue el 20 de febrero de 1962, duró 5 horas y orbitó tres veces el planeta a bordo del Friendship), sino porque fue el primer ser humano de más edad en romper la ley de gravedad. Su presencia en esa misión eclipsó al resto de la tripulación y pocos sabían que en ella viajaba la primera mujer japonesa en volar al espacio, la científica Chiaki Mukai.

Pero si de astronautas pioneros hablamos nadie recuerda que entre los primeros seres humanos que viajaron hacia las estrellas se encontraba la astrofísica rusa Valentina Terechkova. En efecto, el 16 de junio de 1963, a bordo del Vostok VI, despegaba de la Tierra una joven mujer de 26 años con la dudosa doble misión de cumplir 48 órbitas alrededor del planeta durante un tiempo estimado de 70 horas y embarazarse apenas saliera del módulo gracias a los buenos oficios y el “polvo” terrestre de un astronauta amigo.

Efectivamente, Valentina se embarazó pero perdió a su bebé. Los analistas la culparon a ella, no a la loca misión ni a la coctelera del Vostok, y la borraron para siempre del programa espacial ruso. Gente encantadora. Y ella, abandonó la ciencia y se dedicó a la política.

Sólo veinte años después otra mujer regresó al espacio: en agosto de 1982 la rusa Svetlana Savitskaja repitió la experiencia de Tereshkova. Pero no fue sola en el Soyuz T-7 sino en compañía de un comandante y un ingeniero. La historia del trío espacial dio lugar a todo tipo de especulaciones, en especial, la de que en nombre de la ciencia Svetlana había sido protagonista del primer encuentro sexual en el espacio. Los rusos lo desmintieron sin mucha convicción. A ella le siguió Elena Kondakova quien permanecería 164 días a bordo de la estación espacial MIR y sería la primera mujer en realizar un paseo espacial.

Las mujeres fueron marginadas a causa de la menstruación hecho que, aseguraban, alteraría su estabilidad emocional. (Foto wired.com)


Un año después, Sally Ride se convirtió en la primera mujer estadounidense en volar al espacio en el Challenger. Junto a ella se presentaron 1.544 mujeres. Kathryn Sullivan, Roberta Bondar, Mae Jemison, entre otras, la seguirían y conseguirían con no poco esfuerzo, que enviar mujeres al espacio dejara de ser noticia.


Es evidente que durante las primeras décadas de la carrera espacial, las mujeres fueron excluidas. La razón oficial de esa marginación era que para ser astronauta había que ser piloto militar, profesión en la que pululaban los hombres. Pero la razón secreta, el temor que albergaban los científicos programadores de las misiones frente a la menstruación, fenómeno que, aseguraban, alteraría su estabilidad emocional y con ello, arriesgaría el éxito de la misión. Las mujeres que lograron formar de la tripulación de una nave o de una estación espacial, demostraron que la menstruación no las afectaba ni a ellas ni a sus compañeros ni a la misión.

Hoy el interés por la astronáutica es una de las prioridades de varios países; los múltiples programas de la NASA, la ESA y demás agencias espaciales lo atestiguan con sus cientos de satélites, programas y naves. 

Pero es bueno tener presente que en materia femenina, la maestra estadounidense Christa McAuliffe y la especialista Judith Resnik dieron su vida en la catástrofe del Challenger en 1986, al igual que la médica Laurel Clark y la ingeniera en robótica Kalpana Chawla tras la explosión del Columbia en 2003. Y que no sólo la aguerrida Sigourney Weaver viajó al espacio para enfrentarse con Alien y convertirse en heroína.

Las mujeres astronautas en la Tierra, en las naves y en las estaciones espaciales se han enfrentado con otros monstruos al estilo de Alien pero con menos dientes. Treinta y dos, para ser exactos.

Patricia Rodón
Fuente:http://www.mdzol.com/nota/312101

Establecimiento Vitivinícola del Señor Guadencio Hugalde. (año 1925) Pedriel, Lujan de Cuyo, Mendoza

La Bodega estaba formada por tres cuerpos, con una pileta con capacidad de 270 hectolitros. Se elaboraban de 6000 a 7000 cascos.




Tres muchachas en la mañana de Navidad deleitaron con sus regalos de Papá Noel (1925)



(Foto por Basset Lawke / Topical Press Agency / Getty Images). 15 de diciembre 1925

"chicos cool". Década de 1950.

Robert W. Hurley y la familia Hurley foto de familia

Fuente: http://www.ancientfaces.com/photo/robert-w-hurley-family/1268924


martes, 23 de diciembre de 2014

La increíble Nochebuena de 1914


La Primera Guerra Mundial devolvió a Europa contingentes de inmigrantes que se habían establecido en la Argentina. Muchos abandonaron la familia, los trabajos y los negocios para sumarse a los ejércitos que pelearon a lo largo del continente. La contienda se extendió de julio de 1914 a noviembre de 1918 y el saldo final -contabilizando sólo a los soldados, no a la población civil- fue de unos diez millones de muertos, alrededor de ocho millones de desaparecidos y veinte millones de heridos.
De las muchas historias que se tejieron en aquellos años rescatamos la que tuvo lugar en diciembre de 1914 y que es conocida como la Tregua de Navidad. Ocurrió en la frontera sur de Bélgica, donde las tropas del Imperio Alemán y las fuerzas británicas se batían sin compasión. El 24 de diciembre, desde ambas trincheras se escucharon villancicos. Luego cantaron al unísono, hasta que salieron de los refugios para abrazarse en la “Tierra de nadie” (es decir, en el espacio entre las dos trincheras) y celebrar hermanados la Navidad.
Los altos mandos de ambos ejércitos reaccionaron con energía al enterarse. Pero fue tarde. Si bien pasado fin de año terminó la insólita tregua, los contendientes habían perdido la capacidad bélica. Hubo que enviar nuevas tropas con espíritu combativo para lograr que volvieran a matarse.