domingo, 19 de octubre de 2014

Plaza San Martín, Nevada. Departamento de San Rafael. (Julio de 1930) Mendoza




Fuente: Archivo histórico de Mendoza

La pirámide en La Alameda que nunca se construyó. (año 1814) Mendoza

En 1814, el Cabildo de Mendoza aprobó la construcción de una pirámide en el tradicional paseo mendocino, para celebrar la toma de Montevideo por parte de los patriotas. ¿Qué fue de ese proyecto?

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En  nuestra provincia, fueron varios los monumentos o hitos que se proyectaron construir a través de diferentes gobiernos para conmemorar hechos históricos que tuvieron cierta trascendencia.
Quizás uno de los más importantes, que quedó relegado y que nunca pudo ser concretado, fue el que el Cabildo de Mendoza quiso erigir en 1814, en La Alameda, luego de la toma de Montevideo por parte de los patriotas.

La tradición oral afirmaba que en el sector sur -hoy calle Remedio de Escalada y Córdoba- existió una pirámide que conmemoraba aquella victoria patriota. Pero nunca se pudo levantar.

Héroes de Montevideo
A principios de 1814, los ejércitos patriotas encontraban luchando en el norte y el este del territorio de las provincias Unidas del Río de la Plata desde hacía unos años.

En la banda oriental, el general patriota José Rondeau comandaba  desde Montevideo a 4.000 hombres  y el jefe realista Vigodet contaba con 5.000 para defender la ciudad.
En consonancia con su intención de acelerar la victoria en el frente Oriental, el entonces gobernador Gervasio Posadas encargó a su sobrino, el coronel Carlos María de Alvear, nuevas unidades militares. Más de 1.500 hombres fueron enviados aquella ciudad sitiada, bajo el mando de Alvear, quien reemplazó a Rondeau.

Inmediatamente, Alvear negoció con Vigodet la entrega de Montevideo, llegándose a un acuerdo por el cual los realistas podrían retirarse a España con sus barcos y armas, mientras que los patriotas tomarían esa plaza como garantía, en nombre de Fernando VII.
Pero el comandante patriota, faltó al acuerdo pactado e ingresó a la ciudad, tomando prisioneros a los realistas y capturando todo su armamento.

El 22 de junio de ese año, las fuerzas realistas entregaron la Fortaleza del Cerro a tropas de Alvear y un día después, entraron las tropas patriotas dirigidas por el brigadier Miguel Estanislao Soler.

El jefe del ejército realista Vigodet fue puesto en libertad poco después, junto con todos los oficiales, pero las tropas de origen americano - y africano -  fueron tomadas. Más de 7.000 hombres, 500 cañones, 9.000 fusiles y 99 embarcaciones cayeron en manos de los independentistas.

La caída de la capital oriental significó el fin de la amenaza realista sobre el Río de la Plata. La noticia llegó rápidamente a Mendoza lo que provocó la algarabía de los patriotas que salieron a las calles a festejar.

Una pirámide para los vencedores
Un tiempo después que los mendocinos se enteraron de aquella importante victoria, el ilustre Cabildo resolvió festejar la toma de la Plaza de Montevideo por las armas del entonces gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, con la erección de una pirámide en la Alameda construida en 1808.

Esta iniciativa de los ediles mendocinos fue elevada al Gobierno de Buenos Aires, quien aprobó lo propuesto el 10 de setiembre de 1814. 

La aprobación expresaba: "El acuerdo celebrado por ese Ayuntamiento exigía una pirámide en el paseo público de aquel pueblo en la memoria de la feliz ocupación de la plaza de Montevideo por las armas de las patria, y creyendo que ese monumento al par de eternizar nuestras glorias recordará a la posteridad los sacrificios de los Ilustres defensores de nuestros derechos, estimulando a imitar tan heroico esfuerzo, vengo en aprobar el expresado acuerdo y permitir la aplicación en los gastos indispensables a aquel objeto, encargándole la posible economía en consideración a la necesidad del erario, comunicándose mi decreto al Cabildo de Mendoza en contestación y al gobernador de Mendoza en la provincia de su inteligencia".

Ante esta demostración de los vecinos por aquel acontecimiento, el gobierno envió un par de estandartes realistas tomados en la banda Oriental para que fuesen colocados en el altar de la Iglesia Matriz.

Monumento en el corazón
Durante los últimos meses de 1814, luego de ocupar el cargo como Gobernador de Cuyo coronel José de San Martín, se produjo en Chile, luego de la derrota patriota en Rancagua, la toma por parte de los ejércitos realista de aquel territorio con el inminente peligro  de sufrir una invasión por los paso cordillerano.
Posiblemente, aquella propuesta de los vecinos de levantar una pirámide en conmemoración de la toma de Montevideo quedó postergada para una mejor ocasión.

Pero hubo voces que argumentaron que el monumento sí existió. Aunque son las menos.
Algunos investigadores dan por descartado que en el sur de La Alameda se hubiese construido una pirámide conmemorativa a la toma de Montevideo, ya que luego de la independencia de nuestro país, llegaron varios viajeros de origen británicos quienes por su minuciosidad no se le hubiese pasado por alto aquel monumento.
Aunque, tiempo después, el conocido historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, hizo mención en uno de sus libros que en el sur de aquel paraje se encontraba el pedestal de un monumento.

A fines del siglo XIX, la esquina de San Martín y Córdoba se llamó  ''La Pirámide''.

Desde 1891 existió allí hasta fines de los 70's, el ''Mercado Municipal La Pirámide" y también una farmacia, que fuera inicialmente la botica de Florencio Monsó, con la misma  denominación y con el tiempo aquellas casas y comercios aledaños se lo conoció como el barrio "La Pirámide" o "del Pirámide". 

Lo cierto es que en la esquina en donde supuestamente se encontraba la pirámide en cuestión fue erigido en la primera década del siglo XX el monumento a Fray Luis Beltrán, colaborador incansable en la gesta sanmartiniana.

Carlos Campana - las2campanas@yahoo.com.ar
Fuente: http://www.losandes.com.ar/article/la-piramide-en-la-alameda-que-nunca-se-construyo

sábado, 18 de octubre de 2014

Moda de los años 1900















Vista Interior del Hotel Termas de Cacheuta, poco antes del aluvión de Enero de 1934 que lo destruyera. Mendoza




Argenta, la camioneta de Siam (década de 1960)

La empresa Siam (Sección Industrial de Amasadoras Mecánicas) Di Tella Automotores SA producía una camioneta que se llamó Argenta. Hoy veremos la primera versión de este vehículo utilitario.

La camioneta Argenta de 1961. La foto es de la revista 
Parabrisas número 13 del mes de noviembre de 1961.


La verdad que estos primeros modelos de la camioneta Argenta no se fabricaron en el país, sino que eran armados. El modelo correspondía a la versión inglesa de una camioneta Austin y que se armaba en el país bajo licencia de BMC (The British Motor Corporation Ltd.) de Gran Bretaña. Este modelo no tenía una línea similar al automóvil Siam Di Tella 1500, el auto que fue el taxi por excelencia de la ciudad de Buenos Aires.

Pero si compartía muchos elementos mecánicos con el Di Tella 1500 por lo que facilitaba su armado o fabricación en Argentina. Por ejemplo el motor era similar, pero de menor potencia que en la berlina de cuatro puertas. Ese motor era un cuatro cilindros en línea con una cilindrada de 1.489 centímetros cúbicos con una potencia de 47 HP a 4.100 revoluciones por minuto, contra los 55 HP del Di Tella 1500. La relación de compresión era de 7,2:1 mientras que el diámetro de los cilindros era de 73,025 milímetros y la carrera de los pistones era de 88,9 milímetros.

El interior de la cabina de la camioneta Argenta de 1961.
La foto es de la revista 
Parabrisas número 13 del mes de noviembre de 1961.

La caja de velocidades de cuatro velocidades no tenía la primera marcha sincronizada y su palanca estaba ubicada en la columna de dirección. Las relaciones de las diferentes marchas: primera, 3,945:1; segunda, 2,403:1; tercera,1,409:1; cuarta, 1,000:1 y marcha atrás, 5,159:1. El embrague era monodisco seco con mando hidráulico de marca Borg & Beck y diámetro era de 20,32 milímetros (8 pulgadas). La transmisión era trasera con un diferencial que tenía una relación de 4,875:1.

La suspensión delantera era independiente con brazos triangulares superiores e inferiores dando una forma de paralelogramo deformable transversal. El puente que conformaba la suspensión delantera era un punto de apoyo para el motor de la Argenta. Completaban el eje delantero resortes helicoidales y amortiguadores hidráulicos de brazos.

La suspensión trasera era mediante eje rígido conformado por las cañoneras del diferencial trasero. Dos elásticos semielípticos longitudinales con sendos amortiguadores hidráulicos de brazos y barra estabilizadora completaban el eje trasero. Este tipo de eje trasero de suspensión se llama Hotchkiss uno de los sistemas de suspensión que más décadas se usó en la industria automotriz mundial.

El tablero de la camioneta Argenta de 1961. La foto es de la revista Parabrisas número 13 del mes de noviembre de 1961.

Los frenos eran hidráulicos de campana o tambor en las cuatro ruedas. Las campanas eran de fundición de hierro con un diámetro de 228 milímetros. En el caso de las ruedas delanteras tenían doble cilindro, uno por cada zapata. En cambio en las ruedas traseras solo tenían un solo cilindro con pistones dobles libres y un mecanismo compensador mecánico en el extremo opuesto a los mismos. La dirección era del tipo sinfín y palanca con una relación de 15:1. El diámetro de giro era de 11 metros.

La carrocería de la camioneta Argenta era autoportante y esto para los inicios de la década del sesenta era novedoso para el mercado argentino. Durante muchos años los autos que se comercializaron en el Argentina tenía chasis o bastidor. Con la aparición de los autos compactos estadounidenses eso comenzó a cambiar en la fabricación de autos en el país. En especial esto era novedoso para una camioneta o pick-up, ya que sus competidores de mayor tamaño venían con chasis.

Las medidas de la pick-up Argenta eran las siguientes: largo, 4.290 milímetros; ancho, 1.590 milímetros; alto, 1.610 milímetros; distancia entre ejes, 2.510 milímetros; trocha delantera 1.220 milímetros; trocha trasera, 1.240 milímetros y despeje, 190 milímetros. Las dimensiones de la caja de carga eran: largo, 1.910 milímetros; ancho del interior, 1.410 milímetros; ancho entre guardabarros, 970 milímetros; ancho de la puerta trasera, 1.110 milímetros; altura, 490 milímetros y distancia del piso de la caja al suelo, 670 milímetros. El peso sin combustible era de 1.003 kilogramos y la carga útil era de 500 kilogramos. Los neumáticos eran de la medida 640 x 15.

El motor de la camioneta Argenta de 1961. La foto es de la revista Parabrisas número 13 del mes de noviembre de 1961.

Esta primera versión de la camioneta Argenta se fabricó desde 1961 hasta 1963que es cuando sale la segunda versión con la misma carrocería que el Di Tella 1500 y con el agregado que solo se fabricó para el mercado argentino, sin un paralelo en su país de origen, Gran Bretaña.

Tuvimos un acercamiento a esa primera camioneta que tuvo Siam Di Tella Automotores en el país y que hoy por hoy son difíciles de ver en las calles de Argentina, salvo que esté en manos de un coleccionista o de un amante de los viejos fierreros que supimos conseguir.

Las fotografías que acompañan esta nota fueron tomadas de la revistaParabrisas número 13 del mes de noviembre de 1961.


Fuente: http://archivodeautos.blogspot.com.ar/2014/06/argenta-la-camioneta-de-siam.html



Mar del Plata. Playa Bristol, 1914. Moda



Documento fotográfico. Inventario 165390.
Archivo General de la Naciòn

Calle Gutierrez esquina España. Frente del GRAN HOTEL. (año 1921) Ciudad Capital de Mendoza




Fuente: Archivo Histórico de Mendoza

miércoles, 15 de octubre de 2014

Buenos modales en el bar (1956)

El libro CORTESÍA y buenos modales de María Adela Oyuela, escrito en 1956, ofrece consejos de cómo se debía actuar en una salida. Aquí, un repaso por algunas de aquellas normas de conducta social que se mantenían hace cincuenta años.  
–Modo de comportarse en restaurantes, confiterías, boites y bares americanos
Cuando se quiere tener una entrevista agradable, un rato de charla o una atención, y no se puede por algún motivo invitar a la propia casa, se adopta la solución actual, que consiste en recurrir a una confitería, restaurante, etc.
Las reducidas dimensiones de los departamentos modernos, las dificultades de servicio, de horario o de obtención de elementos adecuados, han contribuido a hacer de esta modalidad algo acostumbrado. A nadie, pues, le llama la atención recibir una invitación a tomar el té en tal o cual confitería, o a “tomar una copa” en este bar, a comer con Fulano y Mengano en aquel restaurante. Pero, si bien no existe un impedimento serio para resolver una situación de compromiso de este modo cuando se trata de dos o tres personas, puede haberlo cuando tenemos que invitar a muchos más, pues el presupuesto se aumenta de una manera exagerada.
Tratándose de relaciones nuevas que no conozcan nuestra casa, resulta mucho más cortés y significa en cierto modo admitirlas en nuestra intimidad, invitarlas a una reunión en nuestro domicilio, por pequeño que sea.
-Conozca bien a quién lleva a su casa
Es conocido el proverbial modo de ser argentino, que practica una política de “puertas abiertas” con sus relaciones, lo cual nos ha valido -sobre todo entre los extranjeros- fama de hospitalarios y generosos.
Hermosa fama, bien merecida y conservada; pero antes de llevar a nuestro hogar a un nuevo visitante, nos parece prudente conocer un poco su modalidad, educación y condiciones, a fin de evitar un posible y tardío arrepentimiento por haber actuado con precipitación. Para este previo conocimiento mutuo, resulta práctico invitar a lugares como los indicados, donde habrá oportunidad de estudiar más a fondo a los posibles amigos, y de obtener una impresión general sobre su carácter.
-Diferentes modos de invitar
La invitación para uno de estos establecimientos se hace por teléfono y con toda sencillez –como cuando invitamos al cine- salvo en el caso particular de que necesitemos conocer de antemano, y con exactitud, el número de los asistentes (por ejemplo, en ocasión de un homenaje, la celebración de una fecha, etc.). En estas circunstancias, la invitación se formula por tarjeta.
Las confiterías, salones de té, bares, restaurantes, etc., se dividen y clasifican en diferentes categorías, que ofrecen una gran diversidad de ambientes y son frecuentados por los públicos más heterogéneos. Aparte unos pocos establecimientos, tradicionalmente elegantes, el resto queda librado al capricho de la gente, que los pone de moda o les retira su favor, con la arbitrariedad más absoluta. Nadie ignora la inconstancia característica del gran mundo en ese sentido, engendrada probablemente por un insaciable deseo de novedad y de variación. Es muy comprensible que a las personas que “salen mucho” les resulte monótona y aburrida la frecuentación de lugares que ofrecen a otras, de vida doméstica, el atractivo de lo excepcional. El placer deja de serlo cuando se convierte en costumbre, y en tales condiciones suele preferirse cualquier cosa “diferente” de las conocidas, aunque sea de calidad inferior a aquellas que la costumbre ha acabado por gastar y desteñir.
Esto explica el éxito –de otro modo inexplicable- de algunos establecimientos que un buen día están de moda y se ven extraordinariamente concurridos, aunque dos días después vuelvan a la mediocridad y al anonimato. (…) De ahí la fugacidad de un auge que no tiene ninguna base sólida. Y de ahí también, cuando de invitar se trata, la necesidad de consultar las preferencias de nuestro invitado, para llevarlo no sólo a un sitio “de moda” sino a un ambiente donde, además, y sobre todo, pueda sentirse a gusto.
Vaya un ejemplo: si llevamos a una persona muy seria, bastante puntillosa, y convenientemente atiborrada de prejuicios, a un bodegón del bajo fondo, por pintoresco que sea, no es muy probable que nuestra elección resulte un acierto. 
-Cómo desenvolverse en esos sitios
Cuando se entra a un restaurante o confitería, los hombres se quitan el sombrero, por tratarse de lugares cerrados donde hay personas de ambos sexos. Son los últimos en sentarse y, antes de hacerlo, ayudan a las señoras acercando la silla a la mesa en el momento oportuno.
La ubicación de los asientos también se tiene en cuenta: las señoras o personas de más respeto se sitúan de frente a la entrada principal, teniendo derecho a la elección de la mesa y del lugar.
Si en algún momento una de las señoras de una mesa se pone de pie, los caballeros que la acompañan deben imitarla y permanecer así mientras ella no se retire. Si lo hace, los hombres vuelven a sentarse. De igual modo que al ocupar la mesa, los caballeros deben estar atentos al gesto con que una señora indique su intención de levantarse, para deslizar en su oportunidad la silla suavemente, y de ese modo facilitarle el paso. Si una señora o señorita se acerca a una mesa ocupada, por haber visto en ella a algún conocido, los hombres que estén en esa mesa se pondrán de pie, mientras la persona amiga los presenta. En caso de que lo juzguen oportuno, y siempre que la recién llegada esté sola, puede invitársele a integrar el grupo. En ningún caso se invitará a una persona sin su acompañante; y a su vez los invitados ocasionales deben por regla general, rehusar cortésmente, tratando de no prolongar la interrupción ocasionada por su presencia.
Un caballero no debe nunca –a menos de ser llamado especialmente- acercarse a una mesa ocupada por señoras solas o por una pareja, pues su intrusión puede ser indiscreta.
-Dónde dejar los paquetes y abrigos
Los abrigos, carteras, guantes, o pequeños paquetes, se colocan en una silla, al lado de su dueña. Si hay en el lugar un sitio destinado a guardarropa, o perchas, los hombres dejan allí sus sobretodos y demás accesorios; en caso contrario, siguen el mismo procedimiento que las señoras.
Es incorrecto y molesto colocar las prendas superfluas en los respaldos o brazos de los asientos de terceros, o quedarse con ellos sobre las rodillas; pero si no hay lugares disponibles, se elige la solución que provoque menos molestias a los demás.
-Pedidos al mozo (cuándo y quiénes los deben hacer)
Si alguna de las personas que se han dado cita llega con anticipación al lugar fijado (cosa que ocurre muy a menudo), puede elegir mesa y sentarse mientras espera, pero no debe hacer ningún pedido importante antes de la llegada de sus compañeros. Si el que se encuentra en tal situación es un hombre, en el momento de llegar la señora o señorita a quien espera, debe ponerse de pie, excusándose por haberse instalado, sin aguardar un poco. Si, por el contrario, es una dama (y esto habla muy mal del acompañante) no debe ni excusarse, ni ponerse de pie, pero tampoco habrá pedido nada al mozo antes de la llegada de su compañero, a menos que éste sea un amigo de mucha confianza, y no lo tome como una manera de echarle en cara su retraso.
Los pedidos al mozo o al camarero debe hacerlos (previa consulta con los demás) una sola persona que, como es lógico, será la que ha invitado, o en su defecto, la de mayor respeto, y la que presuntamente pagará el importe de lo que se consuma.
Entre personas del mismo sexo puede hacerse el pedido individualmente, pero manteniendo mucho orden y mesura y evitando aturdir al camarero con excesivos detalles.
Sea quien fuere el que haya invitado, todos los hombres que se sienten en torno a una mesa deben tratar de pagar la cuenta. Entre gente de edad aproximada, se puede repartir el gasto: “a la inglesa”, es decir, dividiéndolo en partes iguales (nunca en proporción a lo que ha tomado cada uno).
Si hay señoras, no es correcto repartir gastos contándolas por separado, y absolutamente inadmisible que ellas pretendan pagar, sea cual fuere su posición económica.
La conversación deberá ser agradable y en bajo tono de voz. Se evitarán las carcajadas estruendosas, los ademanes violentos, y las críticas sobre los demás.
Esta entrada fue publicada en CostumbresLibrosModasSiglo XX por Daniel Balmaceda, y etiquetada como.

Sobre las vías del Ferrocarril Trasandino, antes de la localidad de Las Cuevas. (año 1925) Mendoza




Huelga de Cocheros, 1899. Buenos Aires



Documento fotográfico. Inventario 21862.
Archivo General de la Naciòn

Micro Omnibus de la Empresa CITA. Marca COMMER Motor de 6 cilindro, 30 hp. circulaba en la Ciudad de Mendoza (foto año 1934)





De hombres, braguetas y complejos

De la palabra bragueta provienen las expresiones populares “dar el braguetazo”, que significa casarse por interés con una mujer rica; o “tal es un braguetero”, es decir, un hombre dado a la lascivia; o “es un hidalgo de bragueta” para referirse a un señor de bien, honorable y bien dotado.

El objetivo de la bragueta no era sólo facilitar el acto de orinar sino también el de fornicar y el de violar.


Es cierto, confesémoslo de una vez: sí, lo primero que las mujeres les miramos a los hombres son los ojos, pero un segundo después nuestra mirada se dirige automáticamente a la entrepierna masculina.

Este lugar en la topografía varonil se llama, en buen castizo, bragadura y su nombre proviene del término de bragueta, definida como “la abertura de los calzones, de las calzas o de los pantalones por delante” que, a su vez, es una extensión de la palabra braga, “cuerda con que ciñe un fardo, un tonel, una piedra, para suspenderlo en el aire”.

No siempre la ropa de hombre estuvo provista con este bien pensado diseño. La bragueta fue inventada por un desconocido “modisto” turco; su aplicación fue tan efectiva que se impuso y fue introducida en Europa en el siglo XIII.

Para entonces, los hombres de las ciudades, hidalgos, soldados y buenos cristianos cubrían sus piernas con calzas o calzones, ya que los pantalones estaban reservados a los rústicos trabajadores del campo o a los moriscos; podían ser de una pieza, cubriendo toda la pierna, o llegar hasta la rodilla y ajustarse en torno a ella junto a las medias que tapaban las pantorrillas. Estas medias primero fueron usadas por la gente humilde aunque con el paso del tiempo su uso se hizo extensivo a los hombres de todos los sectores sociales. 

La alta cintura de las calzas se ataba a la parte baja del jubón por medio de unos cordones. La bragueta era una pieza de tela que unía las dos perneras, cubría las partes pudendas masculinas y se hizo común la tendencia a rellenarla de forma exagerada y algo grotesca como ostentación de virilidad y manifestación de hombría. 

Según el historiador Allen Edwards, el objetivo de la bragueta “no era sólo facilitar el acto de orinar sino también el acto de fornicar y el de violar”. O sea, ellos, como siempre, a lo suyo. 

Su uso estaba tan extendido que hasta las armaduras tenían su bragueta metálica para proteger las partes pudendas de los soldados, caballeros y reyes.

De la combinación entre esta zona del cuerpo y la palabra bragueta provienen las expresiones populares “dar el braguetazo”, que significa casarse por interés con una mujer rica; o “tal es un braguetero”, es decir, un hombre dado a la lascivia; o “es un hidalgo de bragueta” para referirse a un señor de bien, honorable y bien dotado.

El modelo inventado por los turcos iba provisto de botones los cuales perduraron excluyentemente hasta la introducción de la cremallera. Ésta, también llamada cierre, fue inventada en 1893 por el muy práctico  estadounidense Whitcomb Judson.

Su idea empezó por los pies y los zapatos: a fines del XIX la gente se ataba el calzado, ya fueran zapatos o botas, con cordones, y los ajustaba. Judson inventó dos pequeñas cadenas metálicas que quedaban sujetas entre sí estirando una corredera entre ambas; lo patentó con el nombre de “abrochador y desabrochador de zapatos”; constituyó la Automatic Hook and Eye Company en la ciudad de Pensylvania y se asoció con Lewis Peter, quien pensó que no había que limitar este sistema de fijación al calzado, sino que podía sustituir todo lo que tuviera botones y corchetes.

Lo simplificaron y adaptaron a las prendas de vestir con tanto éxito que, hacia, 1900 vendían sus cremalleras a 35 centavos, tanto para las braguetas de los pantalones para hombres, como para las faldas de las mujeres. 

Desde entonces, la combinación de botones y cierres en los pantalones ha ido alternando según el capricho de los modistos con mayor o menor aceptación del público masculino generando incluso elecciones definitivas, ya que hay caballeros que sólo usan pantalones con un sistema de abertura y no con otro en virtud de preferencias estrictamente personales.

Pero el significado práctico y simbólico de la bragueta para los hombres sigue siendo el mismo, seducción incluida: facilitar todos los actos vinculados a su miembro, desde orinar a fornicar, con la ropa puesta y de parado, claro.

Patricia Rodón


Fuente: http://www.mdzol.com/nota/292518
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