domingo, 2 de noviembre de 2014

Estación del Ferrocarril Trasandino. Mendoza (Argentina) - Los Andes (Chile) en Puente del Inca, principio Siglo XX




Fuente: Archivo Histórico de Mendoza

Carlos Thays, el mago del Parque General San Martín. Perfil de un francés que desde el Cerro de la Gloria imaginó un vergel donde sólo había desierto.(Mendoza fines siglo XIX)

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A fines del siglo XIX, el gobierno de Mendoza, a través de varias leyes, proyectó la creación un gran parque. Para este importante emprendimiento, se decidió contratar al entonces director de parques y paseos públicos de la Capital Federal, el francés Carlos Thays.

Radiografía de un paisajista
Carlos Thays, nació en París el 20 de agosto de 1849. Desde muy joven se destacó en la arquitectura y el paisajismo y fue discípulo del afamado paisajista Edouard André, en cuyo estudio trabajó durante años y bajo cuyas directivas atendió obras para diversos países europeos. 
En 1888 llegó al país contratado por el gobierno nacional para proyectar y dirigir durante un año el Parque aún existente y denominado hoy "Sarmiento" en la ciudad de Córdoba.  Cuando estaba a punto de regresar a su país, fue designado director de Parques y Paseos de la Ciudad de Buenos Aires. Durante su cargo, llevó a cabo la formación de más de 80 parques y paseos públicos, comenzando con la transformación de la Plaza de Mayo, el parque "Tres de Febrero" y una de sus obras más importante que fue el  "Jardín Botánico". Además, Thays fue un entusiasta del árbol y contribuyó a la plantación de más de 100.000 ejemplares en Buenos Aires. Su proyecto de mayor envergadura fue  el Parque Nacional Iguazú (1911) con selvas vírgenes, cataratas, paisajes naturales.  Falleció en Buenos Aires el 31 de enero de 1934. 

Mendoza ansiosa por recibirlo
Era una calurosa tarde de noviembre de 1896 cuando el ingeniero Carlos Thays esperaba el tren en  la estación de Retiro. No estaba solo, sino acompañado de algunos funcionarios de la Nación y varios legisladores de nuestra provincia. 
En los rostros de estos personajes, se podía percibir una gran expectativas ya que hablaban de la iniciación de un magnífico proyecto en la ciudad principal de la región cuyana. Cinco minutos antes de la hora señalada para la partida del convoy, Thays se despidió amablemente; subió al vagón de primera clase y se sentó en un confortable asiento. El destacado director de Parques y Paseos de la Ciudad de Buenos Aires, viajaba a Mendoza para trabajar en una extraordinaria obra. Después de casi 20 horas, el tren llegó a la estación terminal de nuestra provincia en donde fue recibido por el gobernador Francisco Moyano y algunos de sus ministros. Luego, Carlos Thays  y las personas que lo recibieron, partieron rumbo a la Casa de Gobierno en donde se realizó una breve reunión. La misión de Thays era proyectar un parque para la ciudad y, su prestigioso reconocimiento a nivel nacional lo hacía digno de aquel desafío. Sin pérdida de tiempo,  el paisajista francés junto a varios funcionarios, partieron en carruaje hacia el oeste del núcleo urbano y al llegar a ese punto, recorrieron diferentes lugares. Mientras observaba, Thays proyectaba con su imaginación el  nuevo parque. Tal vez sería para él uno de los más grandes reto que tenía; ya que debía cambiar un paisaje árido y transformarlo en una vegetación exuberante. Pasaron varios días desde su llegada y el talentoso paisajista comenzó a trabajar; primero con su mente y luego con sus manos. Así, sus dibujos fueron plasmados en el papel, creando bosques, haciendo florecer llanuras y cerros, distribuyendo colores, densidad de troncos y cincelando el follaje. Para perfeccionar su labor, otra vez partió hacia aquel lugar elegido y desde lo alto del Cerro de la Gloria -entonces llamado Cerro del Pilar, ya que todavía no tenía en su cumbre el famoso monumento al Ejército de los Andes- estudió las 389 hectáreas destinadas a transformase en vergel. En los días sucesivos, Carlos Thays, trabajó incansablemente en el proyecto; primero necesitó planos parciales antes de desembocar en el un plano general. Luego de dejar su obra terminada le entregó a los funcionarios de turno las instrucciones precisas de cómo debían desarrollar la obra. Finalizada su misión, el paisajista francés se marchó en tren desde Mendoza con destino a Buenos Aires. Por varios meses se ejecutaron aquellas obras y el gobierno provincial, cumplió al pie de la letra, el proyecto que Thays había propuesto. En abril de 1907, el creador del  parque llamado del Oeste, viajó en ferrocarril hacia Chile y cómo tenía que realizar el trasbordo, aprovechó para visitar nuestra provincia, deseando ver el resultado de su proyecto. Fue recibido con mucha generosidad y reconocimiento por parte de los mendocinos. Parece ser que lo que vio no lo asombró -según algunos comentarios de aquella época- pero se mostró satisfecho. Se sintió feliz de aquella majestuosa obra.

Carlos Campana - las2campanas@yahoo.com.ar
Fuente: http://www.losandes.com.ar/article/carlos-thays-el-mago-del-parque

viernes, 31 de octubre de 2014

Noche de Brujas a principios de 1900

Calle San Martín, Ciudad Capital de Mendoza (década de 1930)




Vaciando el buzón, c. 1930.

Foto: Vaciando el buzón, c. 1930.
Documento fotográfico. Inventario 660.

Documento fotográfico. Inventario 660.
Archivo General de la Nación

Vendedor de helados Noel, 1950



Smak debería ser una marca de Noel, porque encima de ella está la estella característica de esa empresa. Las tres fotos que el vendedor pegó en la tapa del triciclo sobre la leyenda "POR TU AMOR ESTOY PENANDO" son de Zully Moreno, Mecha Ortiz y Blanquita Amaro.




Documento fotográfico. Inventario 7158.
Archivo General de la Nación

Primeras unidades de la Empresa de transporte terrestre CATA Internacional (año 1935) Mendoza

En el año 1935 la empresa realizaba viajes todos los miércoles a Punta de Vacas, en combinación con el F.C Trasandino. Y en la temporada de verano viajes directos a Valparaiso, Viña del Mar, Santiago de Chile. Diariamente, Mendoza - San Juan. Las oficinas en Mendoza Capital estaban ubicadas en calle San Juan 1352.




jueves, 30 de octubre de 2014

Estación de Servicio YPF- Allub Hnos. Distrito de Palmira, Departamento de San Martín (foto sin fecha) Mendoza




Traje de baño. Annette Kellerman, (1903)


Annette Kellerman, c. 1903 - 1913. Publicidad foto en su traje de baño de diseño propio, considerado más bien atrevida a la vez. Annette Kellerman (1887 - 1975) fue un nadadora profesional australiana, el vodevil y la estrella de cine, escritora, 

Provisión de agua por la Municipalidad de Buenos Aires, 1930.

Foto: Provisión de agua por la Municipalidad de Buenos Aires, 1930.
Documento Fotográfico. Inventario 4485

Documento Fotográfico. Inventario 4485
Archivo General de la Nación.

Cuerpo de Cadetes General San Martín. En el frente del Diario Los Andes (año 1938) Mendoza




Jorge Newbery a la derecha, acompañado de Lisandro Billinghurst, en los comienzos de la aeronavegación Argentina (década de 1910)




Tres niños y sus disfraces espeluznantes de Halloween (año 1900). -

marssantoso

martes, 28 de octubre de 2014

Gran Hotel Cervantes. Ubicado en calle Amigorena 65. Ciudad Capital de Mendoza (foto año 1949)




Un montón de mujeres locas

Neurastenia, clorosis e histeria estaban ligadas en el siglo XIX a la condición misma de la mujer. Los hombres confundirán desde entonces los síntomas de una enfermedad con las técnicas de seducción de una mujer, los delirios del orgasmo femenino o las provocaciones de una chica de la calle.

"Una lección del Dr. Charcot en La Salpêtrière", de Pierre André Brouillet (1886). (Foto hypnos.co.uk)


La intimidad de las mujeres evoluciona hacia fines del siglo XIX hacia un delicado equilibrio entre el deseo y el sufrimiento con un manifiesto miedo a la vida que la llevará, en muchos casos, a la parálisis de la voluntad y a una letal culpa.


Individuación, conocimiento progresivo del propio yo, pertenencia social más o menos precaria debido a la movilidad de las clases, indecisión, descontento, inquietud, agotamiento, perpetua adaptación a las reglas son sólo algunos de los síntomas de su sufrimiento.

El spleen de Baudelaire o el hastío de Alfred de Musset no se aplica solamente a los hombres sino también a las mujeres que padecían de un vacío en el alma y en el corazón. En ellas, se transformará en una verdadera desgracia mientras que en los hombres se convertirá, mezclada con una silenciada impotencia y el constante trajinar en la entrepierna de las amantes, en poesía.

La influencia de la mirada del otro incitan al descontento y incluso a la denigración; el temor al fracaso por no dar con lo que se espera genera en las mujeres un constante malestar que los médicos, obsesionados entre lo normal y lo patológico, traducirían como angustia, pánico, manía razonante, demencia lúcida, neurastenia, clorosis e histeria.

Los síntomas específicos del sufrimiento femenino tienen su origen, según la psiquiatría de la época, en su sexo, y sus trastornos fueron agrupados cómodamente bajo el término “la enfermedad de las mujeres”. La más precoz de estas enfermedades era la clorosis y hordas de pálidos “ángeles” de una blancura verdosa invaden la iconografía, pueblan las novelas y atestan la consulta del médico.

La tentación del angelismo, la exultación de la virginidad y el temor de la luz solar son algunas de las creencias que hacen que las familias mantengan a las jóvenes delicadas y débiles. 

Por extraño que parezca hoy, la clorosis era atribuida a una disfunción del ciclo menstrual, de la matriz y a una manifestación involuntaria del deseo amoroso. Y la prescripción terapéutica era prohibir todo cuanto favoreciera la pasión en espera del verdadero remedio: el matrimonio.

En tanto la medicina avanzaba, los hombres velaban sobre el despertar del deseo femenino poniendo en práctica para estas jóvenes mujeres anémicas una suerte de higiene moral incitando al matrimonio a edades cada vez más precoces.

De allí, a la histeria sólo faltaba el lecho conyugal. La mujer histérica obsesiona la vida doméstica y rige las relaciones sexuales. Y durante decenas de años se consideró un mal específicamente femenino. La histeria había sido descripta en la antigüedad como la manifestación independiente del útero que actuara como un animal agazapado en el interior del cuerpo; es decir, el deseo era independiente de la conciencia de la mujer y la atravesaba. Los médicos del siglo XIX sostienen aún esta concepción destacando la función de la matriz y su misteriosa relación con el deseo.

Para ellos, la ovulación y la “regla” eran un misterio. Y esta “enfermedad” estaba ligada a la condición misma de ser mujer: una gran sensibilidad y ser más emocional, lo mismo que la hace buena madre y buena esposa. Esa misma casta esposa puede ser atravesada por esa fuerza natural interna, proveniente de su útero, y convertirla en una ninfómana.

De ahí que comenzara a aconsejar a los maridos temerosos de la sexualidad de su mujer, impotentes o lisa y llanamente infieles, la satisfacción razonable del deseo sexual de la esposa acompañada de dosis de ternura, en pro de una vida conyugal apacible. De esta manera la mujer desplegará sin riesgos su sensibilidad sin llevarla a una sensualidad excesiva y, por supuesto, amenazante para el hombre.

Cuando esta propedéutica no funcionaba, fuera porque la mujer era soltera o viuda, las terapias a las que fueron sometidas las damas son dignas de verdaderas escenas de terror. Algunas, con la suma del título de “brujas”, fueron crucificadas, sometidas a flagelaciones por parte de sus  párrocos, objetos de exorcismos u obligadas a fornicar con un sacerdote. 

Y muchas de ellas, fueron objeto de espectáculos inauditos, de teatros en los que la mujer escenificaba su dolor y hacía acto su angustia existencial, como el célebre teatro de La Salpêtrière, creado por el famoso doctor Jean-Martin Charcot. Éste exhibía a las “histéricas” ante un público formado por artistas, escritores, publicistas y políticos. 

¿Qué veian estos rijosos hombres? ¿Cuáles eran, para ellos, los síntomas de las histéricas? Las posiciones siempre eróticas de las mujeres, la mirada provocadora, la sonrisa equívoca, el contoneo sensual, el gesto seductor. Para los hombres será desde entonces muy peculiar la manera de confundir con las manifestaciones de una enfermedad las técnicas de seducción de una mujer, los delirios del orgasmo femenino o las provocaciones de una chica de la calle. 

Este doble fenómeno es largo y complejo de explicar, pero queda claro que estos voyeurs con título, estos perversos con permiso, se regocijaban y complacían en la exhibición de la sexualidad de las mujeres, ese montón de locas, ya sea en la dimensión de su sufrimiento real ante el deseo no satisfecho como en el despliegue netamente femenino de la pura, elemental y básica seducción. 

Patricia Rodón


Fuente: http://www.mdzol.com/nota/304770

Mundo Social de Mendoza. Señorita Silvia Gomensoro (foto año 1920)


Lección para ir al baño

Foto: Lección de ir al baño ...

Edificio del Correo Argentino. Ubicado en calles Colón y San Martín. Ciudad Capital de Mendoza (foto año 1951)




lunes, 27 de octubre de 2014

Imagen de la construcción de la Municipalidad Ciudad Capital de Mendoza (foto Setiembre 1968)




Ángeles sucios, bellos y con peluca. Las mujeres del siglo XIX

Las mujeres del siglo XIX sólo se lavaban las partes del cuerpo que se veían y tapaban sus olores con litros de agua de Colonia. Quizá fue el uso excesivo de perfume la sustancia mágica que embriagaba a los poetas para transformarlas en criaturas ingrávidas, castas, perfectas, ideales.

Entre las mujeres surgió una nueva enfermedad provocada por la mala postura: la lordosis.


Mientras más pálida, inmaterial, solitaria, silenciosa, misteriosa y de paso leve, mejor. Ese tipo de mujeres era el que buscaban los románticos para amar, sufrir y hacer literatura con más o menos éxito. 


La invención de una nueva técnica en la danza, el ballet y su baile de puntillas, estiraba las siluetas de las bailarinas y les otorgaba una ligereza aérea. “La mujeres no son de este mundo” pudo haber dicho cualquier pretencioso émulo de Rilke, Bécquer o Poe, porque las damas perdían hacia la mitad del siglo XIX su envase carnal para convertirse más que nunca en ángeles, musas, hadas, princesas, ninfas, hechiceras, sacerdotisas o ménades. El repertorio es amplio.

Las heroínas de las novelas, las Eloísas, Camilas, Virginias y Amalias, entre muchas otras, eran gráciles, delicadas y pálidas pero no tenían ni un pelo de tontas. Las chicas no dejaban de coquetear con los chicos y se aplicaban a destacar sus encantos más visibles, metros de ropa mediante: los senos y el cabello.

Las románticas ofrecían sus amplios escotes a la mirada masculina sonriendo sin rubores ni timidez, en tanto se respetara el viejo mandato de “se mira y no se toca”. Tanto es así que apareció entre las mujeres una nueva enfermedad provocada por la mala postura de las coquetas: la lordosis. 

Este doloroso padecimiento se producía porque las provocadoras, corset mediante, arqueaban la columna vertebral en una antinatural curva que hacía más prominentes sus glúteos y les adelantaba el pecho para mostrar provocadoramente los senos como un mascarón de proa viviente, de modo que en conjunto, que los dones anteriores y posteriores de su anatomía de ninguna manera pasaran inadvertidos. Básicamente, la misma postura artificial de las siliconadas chicas “hot” de hoy.

Y tampoco dejaban de estar nunca muy bien peinadas. Las mujeres con poder adquisitivo usaban los amplios rizos ingleses, “en los que debe entrar un dedo”, delicados peinados verticales, generosas diademas, elaborados moños y cintas y complejos postizos y extensiones; éstos le permitían a las mujeres de menores recursos ganar algo de dinero con la venta de sus largas melenas con las que los maestros peluqueros confeccionaban maravillosas trenzas y apliques.

Por temor a los resfríos, el cabello no se lavaba sino que se cepillaba minuciosamente. Para rascarse la cabeza, que les picaba y mucho, las elegantes usaban unas largas agujas, generalmente de hueso. Los baños regulares y a conciencia eran casi desconocidos para estos ángeles sucios, objeto de devoción de los hombres y blanco de las arteras flechas de Cupido.

Las etéreas musas sólo se lavaban las partes del cuerpo que se veían, es decir, el escote, el cuello, la cara, los brazos y las manos, y tapaban sus no tan leves olores con litros de agua de Colonia. 

Quizá fuera el uso excesivo de perfume de las damas, que al fin y al cabo, también es alcohol, la sustancia mágica que mareaba a los hombres y embriagaba a los poetas para transformarlas en criaturas ingrávidas, castas, perfectas, ideales. De otro mundo. 

Patricia Rodón


Fuente: http://www.mdzol.com/nota/303098
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