martes, 6 de enero de 2015

Bañistas año 1911


 Circa
 Bañistas en Ostende en Bélgica.

Bruja una vez, bruja siempre

Las mujeres llevan consigo el estigma de la perdición. Sean o no culpables, por las dudas y para siempre, a los ojos de los hombres son una suerte de portadoras sanas del Mal. En el imaginario popular hay magos sabios y brujas malvadas que fueron derecho al spiedo divino de la Inquisición.

El adn mágico viaja en la sangre de las mujeres de generación en generación. (Foto vintagevenus.blogspot.com)

La única vez que Dios habló con Eva fue para maldecirla y echarla del Paraíso, sólo porque la curiosa mujer había aceptado probar la manzana que le ofrecía la serpiente y compartir su pulpa con el más bien timorato Adán.


Desde entonces, las mujeres llevan consigo el estigma de la perdición. Sean o no culpables, por las dudas y para siempre, a los ojos de los hombres son una suerte de portadoras sanas del Mal.

A lo largo de los siglos no sólo se las ha tratado con cuidado sino con actos que revelan un miedo raigal por parte del sexo masculino, disfrazado de normas, reglas sociales y castigos, muchos castigos.

Aunque la historia registra alguno que otro mago con pedrigrí, como Tiresias, Merlín, Cagliostro o oscuros alquimistas, son las mujeres quienes acreditan en sus filas cientos de nombres célebres y verdaderas legiones de brujas anónimas.

Entre aquellas destacan Casandra, la ciega que vio en sus sueños la caída de Troya; las sacerdotisas del oráculo de Delfos que decidían la vida política de la antigua Grecia; Circe y sus miles de seguidoras, todas ellas encantadoras que mezclaban sexo y magia en iguales proporciones; las bailarinas como Dalila o Salomé que excitaban los sentidos del huésped para después cortarle la cabeza; las oscuras Morganas que debe tener toda leyenda artúrica que se precie y las pérfidas brujas que buscaron sus víctimas en los cuentos infantiles comoBlancanieves, La bella durmiente o Hansel y Gretel, entre muchos otros.

Y claro, las miles de mujeres quemadas en las hogueras “santas” de la Edad Media, decapitadas en la sospechosa modernidad de la Europa copernicana y ahorcadas en el “nuevo mundo” de Salem. 

Primero con el cristianismo fanático de las Cruzadas y después con el protestantismo, también fanático, de Lutero, los hombres eran juzgados y asesinados por herejes, pero para las mujeres el cargo bajo el cual iban directo al infierno era, lisa y llanamente, de brujería. 

En el imaginario popular no hay brujos: hay magos, vinculados siempre a la ciencia, a la búsqueda de poderes relacionados con la búsqueda de conocimiento o asesorías letradas, es decir, astrológicas, en algún tipo de gobierno, como el propio Nostradamus. 

Por el contrario, cuando se piensa en las mujeres, prevalecen las brujas y hechiceras, asociadas directamente con el Mal. 

Parece que desde Adán, y porque a los hombres les resultó más fácil etiquetar que entender la naturaleza femenina, la única manera de defenderse de las mujeres, de su inquietante sexualidad y de sus certeras intuiciones fue mantenerlas calladas, analfabetas, encerradas, encorsetadas y rezando. 

Cuando una de ellas rompía las reglas y decía: “Yo pienso que…”, o hacía algo por iniciativa propia, de inmediato se la señalaba como bruja y la mandaban derecho al spiedo divino de la Inquisición. 

Pero es obvio que las brujas no mueren así nomás y el adn mágico viaja en la sangre de las mujeres de generación en generación y sigue funcionando como un mecanismo perfecto.

Sobre todo en la cura del empacho y del mal de ojo, la quiromancia, la cartomancia y otras mancias adivinatorias muy populares en el mercado del temor y a una tarifa siempre accesible para cualquier amigo, vecina,  compañero de trabajo o prima ansiosos por saber qué será de ellos mañana o pasado mañana.


Pero, cuidado: un buen “trabajo”, bah, un trabajito con inciensos, velas y muñecos estremecidos con alfileres y una foto reciente de la víctima tiene otro precio.

Patricia Rodón

Fuente: http://www.mdzol.com/nota/318973

lunes, 5 de enero de 2015

El mito de la jura de la Bandera de Los Andes

¿Qué sabemos del estandarte que acompañó al Ejército Libertador? ¿Por qué manos fue bordado? Distintas versiones en torno al símbolo patrio.


imagen

El  5 de enero de 1917, el gobernador de Cuyo, Toribio Luzuriaga, junto al General en Jefe del Ejército de los Andes, jefes, oficiales, tropas y parte del pueblo de Mendoza, se reunieron para proclamar a la Virgen del Carmen de Cuyo patrona de ese ejército y sellar el juramento de la bandera.
En aquella ocasión, muchos se congregaron en la plaza principal y la iglesia Matriz de Mendoza. Días después de la ceremonia, el ejército libertador partió rumbo a Chile.
Desde hace muchos años, autores nacionales y locales aseguran que aquel juramento de fidelidad que hicieron las tropas y los ciudadanos mendocinos fue a la Bandera de los Andes. Hoy, intentaremos explicar otra versión en torno a su jura.
Una leyenda de 200 años
Varios historiadores afirmaban que las Patricias Mendocinas habían confeccionado y bordado la gloriosa Bandera de los Andes. 
La tradición - según la carta de Laureana Ferrari- dice que nació como una propuesta durante la cena de Navidad de 1816. El General San Martín desafió a su mujer, junto a sus cuatro amigas, a confeccionar una bandera antes del 5 de enero de 1817.
El ferviente patriotismo de aquellas damas fue más allá de la propuesta y, sin vacilar, aceptaron el reto. Tanto Remedios Escalada de San Martín como las otras damas, estuvieron diseñando el modelo y, al día siguiente, recorrieron la ciudad en busca de la tela para su confección. Por milagro la encontraron en un comercio de las inmediaciones de la ciudad, en una calle que llamaban “Del Cariño Botao”, en el actual departamento de Godoy Cruz. 
Con la sarga blanca y azul cielo se confeccionó la enseña en dos fajas unidas verticalmente. La blanca hacia adentro y la azul cielo hacia afuera.
El escudo central fue un bello testimonio que encerraba los emblemas de las manos unidas, la pica y el gorro de la libertad, coronado por un sol en la parte superior y orlado el conjunto con ramas de laureles, muchas de ellas bordadas por doña Remedios. Pasaron varios días y, cuando faltaban pocas horas para finalizar el plazo dado, las damas pudieron terminar con la tarea de madrugada. 
Ese mismo día, agotadas por el cansancio de aquella labor y casi sin dormir, las Patricias acudieron a la ceremonia de la jura y proclamación de la bandera.
Hace unos  meses los investigadores Adolfo Golman y Francisco Gregoric, luego de años de investigar este tema, dieron una versión diferente a los hechos que relató en 1856 Laureana Ferrari, esposa del coronel Manuel de Olazábal.
Estos historiadores comprobaron varias falencias en la carta de Ferrari. Ciertos datos no coincidían con lo que ocurrió en aquel tiempo. Por ejemplo, la tela original no es sarga - como dice en su nota la Patricia Mendocina- sino raso. Tampoco coincidía la edad y el estado civil de Dolores Prats, entre otras investigaciones. Finalmente, estos profesionales concluyeron que se trata de una carta apócrifa.
Por otra parte, cabe destacar que la Bandera de los Andes,  por sus dimensiones y características, es en realidad un estandarte.
Hace varios años, el recordado profesor Fontana, aseguró a través de una prolija investigación que las Patricias no participaron activamente en la confección de la misma, acreditando esa labor a las monjas de la Compañía de María.

Además de estas nuevas versiones que derriban la hipótesis tradicional, vale decir que este estandarte fue creado por una resolución del Gobierno de las Provincias Unidas del Sud, cuando se formaron los dos ejércitos del Norte y de los Andes, el 1 de agosto de 1816, y no por una iniciativa del General San Martín. Recordemos que las ordenanzas militares eran estrictas en esa materia.
Existe, además, documentación que reglamentaba el uso de estandartes de los batallones y regimientos que estuvieron o fueron creados en Cuyo desde 1814 hasta 1817. Es muy probable que además existieran varias banderas o, mejor dicho, estandartes del Ejército de los Andes.
Durante una exhaustiva investigación realizada en libros contables (y en otros documentos de aquella época que se encuentran en el Archivo General de la Nación y  de nuestra provincia) no existen datos concretos sobre la compra de telas de esos colores y otros accesorios. Lo que indica que estos estandartes fueron confeccionados en Buenos Aires y sin la participación de las Patricias Mendocinas.
Fiesta patriótica 
El día 3 de enero, el gobernador Luzuriaga emitió un bando en donde invitó al pueblo de Mendoza a participar del solemne acto de la jura de la Patrona del Ejército de los Andes Nuestra Señora del Carmen y la bendición de la Bandera Nacional. Entre otras cosas, señalaba que se adornaría la calle principal de la Cañada -hoy Ituzaingó- y los cuatro ángulos de la plaza. Por la noche, en vísperas de aquella ceremonia, se iluminarían las portadas y casas.
Todo el pueblo quedaba invitado   a esta solemne ceremonia.
La jura de una bandera equivocada 
En la mañana del 5 de enero de 1817,  se proclamó a la Virgen del Carmen de Cuyo como Patrona del Ejército de los Andes y se bendijo la Bandera.
El acto se llevó a cabo en la Iglesia Matriz de la Ciudad de Mendoza, actual calle Alberdi e Ituzaingó. La ceremonia comenzó antes de las 10 de la mañana. Las tropas patriotas bajaron por la calle de la Cañada hasta llegar al convento de San Francisco (ex-Jesuitas) luego de que los jefes del Ejército de los Andes se pararan en la puerta. Un grupo de escoltas trajo la imagen y la colocó a la cabeza de la columna; así se inició la procesión.
Detrás de la misma, el General San Martín,el gobernador Toribio Luzuriaga y otras autoridades marcharon hacia el altar que estaba en el templo. Antes de la misa se consagró la Bandera Nacional y el bastón de mando militar del General Don José de San Martín. Después del Evangelio, el vicario general castrense, José Lorenzo Güiraldes, dirigió unas palabras a los asistentes, instando a defender la Patria.
Concluida esta ceremonia, las tropas libertadoras marcharon al campo de instrucción con el pabellón nacional y, a las 16 horas, formaron en orden de parada. Allí se realizó el histórico juramento.
Aquel día no se bendijo la bandera de los Andes, como se creyó por mucho tiempo, sino el pabellón de la entonces Provincias Unidas del Sud y la jura de fidelidad a Nuestra Señora del Carmen de Cuyo como patrona del Ejército Libertador.
Fuente: http://www.losandes.com.ar/article/el-mito-de-la-jura-de-la-bandera-de-los-andes

Rally Cleveland-Chicago-Nueva York, 1907.

sábado, 3 de enero de 2015

Primer ensayo de voto femenino en Buenos Aires con Elvira Rawson de Dellepiane, 7 de marzo de 1920.

Foto: Primer ensayo de voto femenino en Buenos Aires con Elvira Rawson de Dellepiane, 7 de marzo de 1920.
Documento Fotográfico. Inventario 7856.

Estación de Servicio YPF de Don Antonio Carrillo, Ubicada en calle balcarce 154, Departamento de San Martín (año 1944) Mendoza


La costurerita que dio aquel mal paso

Hilván tras hilván, con roce de sábanas incluido, mientras duraban sus carnes firmes, la sonrisa fresca y funcionaban los lavados vaginales con vinagre, estas mujeres que "no daban puntada sin hilo" nunca aprendieron que los hombres no se casaban con las obreras, las costureritas o las amantes.

El celibato era el precio que pagaban las costureras, y sus días transcurrían de manera penosa en el llamado “trabajo de aguja”. (Foto fotosvintage.com)

Cuando en 1851 el neoyorquino Isaac Singer inventó la máquina de coser de un hilo y punto en cadena, no tenía idea de lo que su creación iba a provocar en el mundo. Su máquina perfeccionó la de Elías Howe, patentada en 1846, de la que en 1959 había vendido más de 50.000 unidades. 


Hacia principios del siglo XIX, el ama de casa se ocupaba de las labores domésticas, que abarcaban toda clase de tareas, desde la búsqueda del mejor precio de los alimentos y el cuidado de los miembros de la familia hasta el lavado de la ropa. 

También aportaba algo de dinero a la economía familiar ganado con pequeños servicios, como el trabajo por horas en otras casas, el lavado y el planchado de las prendas de otras personas o la venta callejera de pan o flores. 

En el último tercio del XIX, el trabajo a domicilio capta la enorme fuerza laboral femenina en el hogar y, por ejemplo, tener una Singer propia se convirtió en el sueño de no pocas amas de casa. 

Lo curioso es que el hecho de coser para otros y vivir de la costura confinaba a las mujeres a los estrechos límites de una habitación. A pesar de todo, esta modesta gestión financiera fue la base de matriarcado presupuestario que significaba independencia.

Y estas mujeres humildes, de barrio, sólo lograban su promoción social mediante el trabajo, sacrificándole incluso su vida privada. Porque los hombres preferían un ama de casa hogareña, concentrada en las necesidades del marido y de los hijos, que una mujer que trabajara y se expusiera a los peligros de la experiencia urbana.

Así, muchas veces, el celibato era el precio que pagaban las modestas costureras, y sus días transcurrían de manera penosa en el llamado “trabajo de aguja”, entre dedales, tijeras y sueños, muchos sueños. Estos oficios solitarios y minuciosos no eran cualificados y ocultaban un complejo y asfixiante mundo de mujeres solas, con frecuencia reducido a la madre y sus hijas, pedaleando en su Singer durante más de diez horas diarias. 

La seducción seguía siendo el arma más efectiva para las jóvenes que ansiaban el ascenso social y romper con la condena de la pobreza y el encierro. Muchas ansiaban asegurarse una vida más llevadera y lo hacían a la sombra de un “protector”, es decir, de un señor o señorito de buena posición económica que las mantenía y hasta les pagaba una habitación en una discreta pensión de reputación cuestionable o una casita en un barrio alejado, pero que estaba irremediablemente casado o que no albergaba ni el más remoto interés en pasar por la iglesia con su protegida.

Estas modistas, más liberales, que “no daban puntada sin hilo” y fuertemente criticadas y envidiadas al mismo tiempo por sus solitarias compañeras de oficio, fueron las protagonistas de cientos de novelas de folletín, a las que, por otra parte, eran adictas. Pero, entre ojales y ojalillos, más temprano que tarde quedaban embarazadas, eran abandonadas por el supuesto novio y caían en desgracia, recibiendo la condena social y la “maldad insufrible de las compañeras”.

Ellas fueron las que dieron origen al famoso poema La costurerita que dio aquel mal paso, de Evaristo Carriego, publicado en 1913, y a una de las musas de la mala pata de Nicolás Olivari, en 1924. También inspiraron a la obra teatral de Andrés González Pulido y al tango de Mertens y De Rosa, ambos en 1925, entre otros que vinieron después, y a la película de 1926 de José A. Ferreira, obras que abordaron el tema desde una perspectiva realista y con un objetivo moralizante.

Porque hilván tras hilván, con roce de sábanas incluido, mientras duraban sus carnes firmes, la sonrisa dispuesta y funcionaban los lavados vaginales con vinagre, estas mujeres nunca aprendieron que los caballeros de billetera y huesos, no ya los personajes de sus novelitas románticas, nunca se casan con las obreras, costureritas o amantes. 

Patricia Rodón

Fuente:http://www.mdzol.com/nota/317221

Casa Leonard, alta costura. Ubicada en intersección de calles General Paz y 9 de Julio. Mendoza Capital (año 1943)


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...