En la iconografía religiosa las mujeres siempre han sido representadas como seductoras pecadoras, dolientes matronas, virginales doncellas o santas en éxtasis convenientemente ligeras de ropas.
El discurso bíblico ha sostenido a fuerza de censura y traducciones manipuladas a lo largo de los siglos que el género de Dios es masculino, ya que él creó a la humanidad “a su imagen y semejanza”. Los primeros cristianos interpretaron que si el primer humano en ser creado y “narrado” por Dios fue Adán, esa imagen era la de un hombre, no la de una mujer.
Esta idea ha sido sostenida, discutida, analizada, construida y deconstruida obsesivamente por exégetas, teólogos y filósofos, porque no hay palabra en el texto bíblico que indique con claridad que Dios tiene sexo.
Las feministas católicas han cuestionado, desde la teología, esta atribución masculina de lo divino puesto que esa falsa identificación deja a todas las mujeres sin “espejo” en el que verse espiritualmente. Los modelos de la virgen María, de las Magdalenas y de todo el repertorio de santas que se les imponen a las mujeres son posteriores y tienen un papel secundario en el discurso cristiano.
En 2008 Italia fue el escenario de una enorme polémica tras la aparición de unos primeros carteles publicitarios que mostraban a una mujer desnuda sobre una cama, en posición de crucifixión, con la pregunta: “¿Quién paga por los pecados del hombre?”.
En el texto se lee: “Sólo el cuatro por ciento de las mujeres víctimas de la violencia denuncia a su verdugo. Las demás también pagan por él” y ofrece un número de teléfono de ayuda.
El cuerpo de la mujer en el cartel, por cierto una bella fotografía, es exánime, delgado y estático, casi no tiene senos, no es sexualmente provocativo y excepto por el cabello largo, podría haber sido confundido con el de un hombre joven.
Se trataba de una campaña publicitaria de la ONG Telefono Donna en ocasión del Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, se celebra el 25 de noviembre, tarea en la que se concentran los esfuerzos de esta ONG que lucha contra la violencia doméstica y de género.
Con una sola imagen el cartel expresaba la condena de la violencia y la inocencia de las mujeres golpeadas, violadas o maltratadas física y psicológicamente. Reflejaba el dolor de las mujeres “clavadas” al lugar simbólico de la violencia de género, la cama, asociándola con la posición al sacrificio de Cristo, que “pagó por los pecados del hombre”.
Esta campaña era una de las pocas en las que cuerpo femenino no era utilizado por su valor estético o instrumental, sino como lugar de la violencia masculina.
El afiche, creado por la agencia Arnold Worldwide, fue masivamente criticado por su falta de respeto a la “cruz de los cristianos”, “por instrumentalizar el símbolo de la cristiandad”, “por herir el sentimiento religioso de los ciudadanos”, “por ofender el decoro, el sentido común y la moral pública”. Inclusive fue considerado una provocación política para los más conservadores.
El afiche fue censurado pese a las protestas de la organización que se reconoce católica, a su defensa de que el afiche no tenía nada de ofensivo ni de blasfemo y a sus argumentos de que esa imagen fue elegida justamente para provocar a las mujeres víctimas de la violencia doméstica a salir del silencio.
¿Pero qué fue lo que realmente molestó a los ultracatólicos? La imagen de Cristo, casi desnudo, delgado, sangriento, coronado de espinas, clavado en la cruz es habitual: se multiplica por millones en todo el mundo en los más diversos ámbitos, forma parte de la iconografía inconsciente de gran parte de Occidente.
Crecimos en la cultura de los crucifijos y vivimos en la cultura de la desnudez del cuerpo femenino expuesto como “cosa”, como mercancía en la carrera por el éxito en la televisión, en los diarios y revistas, en la moda y en los teatros y demás "mercados de carne".
Lo que les resultó intolerable a aquellos católicos fue que en lugar de Jesús, el hijo de Dios, en el lugar de la cruz hubiera una mujer. Alguien que no se merecía ese lugar porque no fue creada “a su imagen y semejanza” y que no merece interrogar “¿Quién paga por los pecados del hombre?”.
Y los demonios no suelen contestar estas preguntas.
Patricia Rodón
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