martes, 7 de mayo de 2013

De burdeles y rameras


Los lupanares estaban regentados por un leno, de ahí la palabra lenocinio, quien cuidaba del orden y de cobrar a los clientes. (Foto vintage.fr.com)


Mona Lisa acelerada
Hay quienes opinan que la prostitución no es el oficio más antiguo del mundo, sino la forma de esclavitud más antigua. Lo cierto es que a lo largo de la historia, a la mujer se le asignó socialmente el papel de madre, virgen o prostituta.
En el imaginario patriarcal, desde el deseo o el repudio, se ha mantenido constante la representación de la mujer con una connotación negativa, ya sea porque fuera sometida al varón como esposa o porque se la convirtiera en objeto de deseo.
Sin embargo, justamente desde ahí, desde el deseo, se opondrá al hombre, tomará un rol más activo, independiente y de fortaleza, de fascinación y de peligro que desde las primeras prostitutas bíblicas a las actuales "acompañantes" representan la encarnación del sexo.
El término prostituta proviene del latín prostituere, donde pro significa antes o delante y statuere estacionado, colocado; es decir, algo colocado adelante, a la vista, con la intención de ser vendido. El diccionario de la RAE la define como "persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero".
Los lupanares estaban regentados por un leno, de ahí la palabra lenocinio, quien cuidaba del orden y de cobrar a los clientes si las mozas eran esclavas; si eran libres cobraban ellas y daban su comisión al leno


Las celdas se llamaban jornices, de donde viene el verbo fornicar, porque estaban situadas muchas veces bajo las bóvedas y arcadas de algunos monumentos públicos, como el circo, el anfiteatro, los teatros, el estadio, etcétera. 

La palabra burdel  deriva del catalán bordell y éste de bord, bastardo; de allí que burdel significaría el lugar en donde se concebían bastardos.

Durante la Edad Media este oficio fue objeto de múltiples ordenanzas, leyes y decretos. No podían vestir como las demás mujeres, sino en forma tal que se distinguiesen de las damas llamadas honestas. Los vestidos cambiaban según el lugar. 

Mientras las damas se cubrían el cuerpo con aceites y perfumes, usaban vertiginosos escotes y se depilaban el pubis, una reminiscencia judía y musulmana, las prostitutas, por ley, debían ir más cubiertas y más honestamente ataviadas. Gajes del oficio. 

En toda Europa se reglamentaron los burdeles y se dictaron normas para el ejemplar regimiento de las prostitutas. 

En el siglo XIII empezó a usarse la palabra puta para designar a una mujer que ejercía la prostitución (del italiano putto, niño, que hoy en el vocabulario del arte se usa para designar los niños pintados, grabados o esculpidos de las obras clásicas, los putti de Donatello, por ejemplo). 

En el arte la prostitución adquiere cartas de nobleza en cuadros como los de Carpaccio, o en la célebre Danae de Tiziano. Aquí el pintor la muestra recibiendo la lluvia de oro en que Júpiter se había convertido para poseerla, pero el dios se transforma no en polvo áureo sino en monedas de oro que va recogiendo una mujer con trazas de Celestina. 

El gran Quevedo aconseja a los clientes cuánto deben pagar por los servicios sexuales: “Dar un real a una dama es poco precio; dos la daréis si es prenda conocida, y tres, cuando conforme a estado y vida, darla cuatro os parezca caso recio. Cuatro, es el moderado y justo precio; mas si la prenda fuese tan subida seis la daréis, con tal que no os los pida; si la diéredeis más, quedáis por necio. Esta doctrina es llana y resoluta; ha lugar, si la dama que os agrada, os pareciere libre y disoluta. Mas, si fuese tan grave y entonada que menosprecie el título de puta, si la queréis pagar, no la deis nada”. 

Y declara sin ponerse coloreado: “Puto es el hombre que de putas fía, y puto el que sus gustos apetece; puto es el estipendio que se ofrece en pago de su puta compañía. Puto es el gusto, y puta la alegría que el rato putaril nos encarece; y yo diré que es puto a quien parece que no sois puta vos, señora mía. Mas llámenme a mí puto enamorado, si al cabo para puta no os dejaré; y como puto muera yo quemado, si de otras tales putas me pagare; porque las putas graves son costosas, y las pululas viles, afrentosas”.  

Del otro lado del Atlántico y hacia la misma época, sor Juana Inés de la Cruz, señalaba: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis. Si con ansia sin igual solicitáis su desdén ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? ¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada la que cae de rogada o el que ruega de caído? ¿O cuál es más de culpar aunque cualquiera mal haga, la que peca por la paga o el que paga por pecar?”

Nota de Patricia Rodón

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