sábado, 22 de junio de 2013

Las mujeres que leen son peligrosas. Durante siglos se dificultó de mil maneras el acceso de la mujer a la lectura.


Las mujeres que leían eran sospechosas porque leer podía minar la valorada sumisión femenina.(Foto bne.es)


Alguna vez te has preguntado por qué cientos de artistas, desde Miguel Ángel Buonarroti a Edgar Hopper han tomado como tema a una mujer leyendo. ¿Qué hay detrás de esas representaciones de una mujer con un libro en la mano?
¿Qué está leyendo María en las anunciaciones representadas por Pietro Cavallini, en 1291, Simone Martini y Lippo Memmi en 1333, Melchior Broederland en 1393, Robert Campin, Maestro de Flémalle en 1420, Rogier van der Weyden en 1440, Fra Angelico en 1440, Filippo Lippi en 1445, el pintor anónimo de Aix en 1445, Petrus Christus en 1452, Leonardo da Vinci en 1472, Hans Memling en 1489, Sandro Boticelli en 1489-90, Matthias Grünewald en 1515? En todas estas obras se da por sentado que María sabía leer, en todas es sorprendida, mejor dicho interrumpida, por el ángel en plena lectura (para ver las imágenes hacé clic aquí).
¿Era María peligrosa, es decir, especial, porque dominaba el arte de las letras? ¿No era ni la tan inocente, ingenua, sufrida, sumisa y tonta que la Iglesia se empeñaba en invocar? ¿Era inteligente porque leía, pensaba y por lo tanto podía decidir por sí misma?
Entre estas imágenes modélicas, ideales, de la Edad Media y el Renacimiento hasta mediados del siglo XVIII, pasaron los hombres con su pesada carga de miedos, prejuicios y estupidez: mantuvieron a las mujeres en el analfabetismo, vigilaron a las aprendían a leer para que lo hicieran lo menos posible y las censuraron para que leyeran los libros que ellos consideraban una lectura “apropiada”. Las mujeres que leían eran sospechosas porque leer, es decir, pensar, podía minar una de las cualidades “femeninas” que los hombres más valoraban (y valoran): la sumisión.
Durante siglos se dificultó de mil maneras el acceso de la mujer a la lectura y se le prohibieron los libros. En 1523, el humanista español Juan Luis Vives aconsejaba a los padres y maridos que no permitieran a sus hijas y esposas leer libremente. “Las mujeres no deben seguir su propio juicio, dado que tienen tan poco”, señalaba el “sabio”.
El entusiasmo por la lectura que se despertó en el género femenino a partir del siglo XVIII fue visto como una amenaza social y una prueba de la decadencia de las costumbres de la época. Tradicionalmente relegadas a un rol secundario y pasivo, las mujeres encontraron en la lectura una puerta que no sólo les permitía huir de la mediocridad de su vida, sino un verdadero acceso a otros mundos: el conocimiento, la libertad y la independencia personales. Además, las mujeres que escribían hasta hace poco más de 100 años se veían obligadas a ocultarse detrás de seudónimos masculinos.
Según las estadísticas sobre cantidad y calidad de lectura, hoy el ochenta por ciento de los lectores son mujeres. En los últimos 50 años el terreno que ha ganado la mujer en la escritura es abrumador. Había, hay, mucho por escribir después de tantos siglos de silencio. Es evidente que la lectura ha contribuido en todas las latitudes y en todos los aspectos sociales, económicos y políticos a la emancipación de la mujer.
¿Las mujeres que leen son peligrosas? Pueden serlo para los hombres que se sienten amenazados ante la independencia vital e intelectual femeninas y pueden serlo para sí mismas dependiendo del tipo de libros que consuman (chicas, la autoayuda no ayuda).
En lo personal, me dan más “miedo” las mujeres que no leen.
Fuente: Las mujeres, que leen, son peligrosas, de Stefan Bollmann. Prólogo de Esther Tusquets. Madrid, Ediciones Maeva, 2006.

Patricia Rodón

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