sábado, 27 de septiembre de 2014

Heriberto Chaine: entre fierros y la "Chanchita”, un deportista Mendocino ejemplar (1914-1969)

Su única hija, Betty, recuerda la pasión de su padre por el automovilismo deportivo como eximio mecánico y acompañante de Pichón Castellani en el TC y los viejos Grandes Premios de los años ’40 y ’50. También incursionó en motociclismo, jugó y fue árbitro de básquetbol....





En la  casa de la calle  Presidente Derqui al 85, en su querido Godoy Cruz, la propiedad que adquirió en 1960, donde Heriberto Chaine, que había nacido el 4-7-14, transcurrió los últimos años de su vida, es como si el tiempo se hubiera detenido para siempre en homenaje a su memoria, después de su muerte el 14-8-69, a los 54 años de edad. 

En cada rincón de la amplia y confortable vivienda se encuentra un testimonio que recuerda su proficua trayectoria en la que desarrolló distintas etapas como deportista y dirigente, además de su actividad privada en el rubro del transporte.
Porque el “Chino”, como se lo identificó en su círculo más íntimo, aunque también se lo conoció como “El Chueco”, resultó principalmente un preparado y capacitado mecánico de autos y motos, el eterno acompañante en las décadas del ’40 y del ’50 y parte del ’60 del inolvidable Julio César Castellani en las carreras del TC y de los viejos Grandes Premios de esos lejanos tiempos. 



Dirigente del Tomba y dueño de Transportes Chaine


Fue además jugador y árbitro de básquetbol, dirigente del Expreso, donde llegó a ocupar el cargo de vicepresidente en la gestión de don Ángel Rodríguez, a fines de los ’60, fundador el 12-08-33 y primer presidente del club Martín Güemes, en la calle del mismo nombre en Godoy Cruz, co-fundador del Cóndor Moto Club en los ’50  y creador en 1952 de Transportes Chaine, la empresa que trasladaba  a los obreros de YPF a los pozos de petróleo en la zona de Palauco, en el departamento de Malargüe.
En esa época conducía la famosa “Chanchita”, tan popular en esos tiempos con sus asientos de madera y angosto pasillo, su primer colectivo, al que le hizo la carrocería en la conocida Carrocería La Porteña de entonces, con la que demoraba tres días en el viaje ida y vuelta al sur de la provincia por la antigua Ruta 40. 
Un cuadro con su rostro sonriente, copas, trofeos, plaquetas y  pergaminos enmarcados,  que certifican sus logros y éxitos deportivos, ocupan un lugar destacado en las  paredes y muebles con vitrinas del comedor y living comedor del cálido y acogedor hogar. Donde hoy residen su única hija, Elisa Beatriz Chaine, y su marido Segundo Coria, el “Negro” en la intimidad de la familia, que se completa con las tres hijas mujeres del matrimonio, todas casadas:   Adriana, Roxana y Fernanda y ocho nietos.

La señora Betty es la artesana que con inmenso amor, profunda admiración y un gran respeto ha reunido todos esos nobles símbolos del pasado de su amado padre que muestra con lógico orgullo.  Ha guardado incluso el cronómetro de la época en que corría, su silbato de referí de básquetbol, los carnets de socio vitalicio del Tomba, otorgado en 1965, del club Martín Güemes y del Cóndor Moto Club, y hasta la conceptuosa carta que recibió el 19-12-56, con la firma de su secretario Teófilo Acevedo, cuando la Asociación Argentina de Volantes lo aceptó como socio honorario. 



Un navegante, al mejor estilo del rally
Además, en otro hecho conmovedor, su hija conserva intactas las hojas de ruta de las duras etapas de aquellos antiguos Grandes Premios y las pequeñas servilletas de papel en las que escribía con letra grande y muy prolija los accidentes del  camino para conocimiento de “Pichón”, que al volante devoraba los kilómetros de cada parcial. 
Así por ejemplo: pleno asfalto, sólo ripio, recta larga, curva peligrosa, arroyo seco, caudaloso río, puente a la izquierda, peligroso badén y sinuoso precipicio, entre otros detalles, que se debían tener en cuenta en la carrera. 
Una pequeña aguja con la que medía el paso de la nafta, escudos de clubes deportivos vinculados al automovilismo y antiguas fotos en blanco y negro completan ese cofre de infinitos recuerdos en las que aparece por ejemplo con “Tino” Castellani, cuando las carreras de motociclismo se organizaban en las instalaciones del Hipódromo. Otras con volantes de los años ’40 como Pablo Politti,  Ecio Torriglia y el propio “Pichón”, rodeados de gente y de hinchas. 
Hay imágenes de la cupecita Ford V 8 en plena competencia con el marco espectacular del público colmando los cerros de la clásica Viñas y Sierras de Luján de Cuyo en los ’50. 
Y se puede apreciar la curiosa y simpática “Chanchita”, su primer micro de larga distancia, de una flota que llegó a tener 25 coches con unidades mucho más modernas con el paso del tiempo. A su muerte en 1969, don Segundo se hizo cargo de la empresa que cerró en 1997, cuando las empresas petroleras abandonaron los pozos que explotaban.
 “Cuando esto ocurrió se indemnizó a todos los choferes y a los demás empleados administrativos y de otros servicios como correspondía”, revela íntimamente satisfecho de haber honrado siempre el apellido Chaine.




Otros recuerdos  


José María Andreucetti, esposo de Adriana, la hija mayor de Betty, activo dirigente y jefe de Seguridad de la Federación Mendocina de Automovilismo, que goza de la máxima confianza del titular de esa entidad, José Titi Scordo Lara; delegado de la Asociación Argentina de Volantes Zona Cuyo; miembro de la CDAM (Comisión Deportiva Automovilística Mendocina; ex campeón mendocino (1994) y ex campeón sanjuanino (1995) del Grupo 2 del Zonal Cuyano, y amigo personal del Flaco Juan María Traverso, comparte además de su esposo, la amable y nostálgica charla en la que Betty realiza una completa reseña de su padre: “Mi papá fue el menor de ocho hermanos, tres varones y cinco mujeres, hijo de padre francés y de madre argentina. 

De los varones, Augusto se hizo militar y Alberto fue un político muy conservador. Quedó huérfano de madre a los cuatro años y lo crió una hermana mayor de 17. 
Sólo completó el ciclo primario porque muy joven se empleó en un taller mecánico propiedad de los Arria, en Godoy Cruz. Aprendió a hacer de todo, a armar y desarmar motores, y como tenía tanta fuerza por su contextura física apretaba las bielas sólo con sus manos, sin necesidad de herramientas. El papá pesaba 123 kilos y era tan fuerte que podía levantar el auto que reparaba con una sola mano. 
Siempre vestía con su mameluco blanco, y cuando salía de casa lucía impecable, pero cuando volvía a la noche mi mamá Teresa tenía que sumergir la ropa en nafta para poder lavarla y sacarle las manchas de grasa que traía”. 


De chofer a empresario



Betty prosigue el relato: “El primer trabajo importante que consiguió fue como chofer de la empresa CATA y a veces viajaba con pasajeros dos veces al día a Chile. Salía de madrugada, regresaba, volvía a partir y llegaba nuevamente de noche. 



Cuando pudo progresar con mucho esfuerzo se compró una rural y continuó viajando a Chile, pero ahora de manera particular. Claro que compartía esa actividad con el automovilismo deportivo, porque era el mecánico y el acompañante de “Pichón” en las competencias de Turismo Carretera.
En ese país hizo amistad con el piloto chileno Bartolomé Ortiz, que luego vino en varias oportunidades a correr a Mendoza. En la época de los Grandes Premios recorría la ruta y anotaba en servilletas de papel las principales características de los tramos por los que debían pasar. 



Lo anecdótico es que durante mucho tiempo nunca tuvo auto y cuando salíamos a dar algún paseo nos llevaba en el colectivo con que habitualmente viajaba a Malargüe. Siempre resultó un muy buen padre, porque nunca nos hizo faltar nada y se sacrificaba por nosotras. Se casó en agosto de 1937, cuando tenía 27 años y yo fui su única hija”.



Su estrecha relación con los hermanos Castellani



Betty, que es docente y profesora de piano, y que fue regente durante 12 años del Colegio José Vicente Zapata, trae a su agradecida memoria otras anécdotas o recuerdos de aquel hombre tesonero e incansable según su relato: “En 1952 compró la empresa Sol de Mayo, que pasó a llamarse Transportes Chaine. Un 29 de diciembre ganó la licitación para trasladar al personal de YPF y el 1 de enero debía tener los coches listos para el primer traslado. 



Tino Castellani cerró su taller de la calle San Juan, que tenía salida por Rioja, en el centro de la ciudad, dos días, para acondicionar los nuevos vehículos a los que les puso su nombre e hizo pintar con dos tonos grises y una fundita roja. Los Castellani eran cuatro hermanos varones: Spartago, Hugo, Florentino (Tino) y Julio César (Pichón) y aunque corrió con Pichón y tuvo una relación familiar con Hugo, que era su cuñado, su amigo del alma resultó Tino, con el que compartió la época del motociclismo, cuando se corría en la pista del Hipódromo. 



De chico jugó al básquetbol en el Club Martín Güemes, del que había sido fundador y su primer presidente, comisión que también integraban Aldo Dapás, Jorge Nara y Antonio Hualpa, entre otros. 



Como su otra gran pasión era el fútbol, en los ’60 se relacionó con el club Godoy Cruz y con José Carbini donó las torres de iluminación del nuevo estadio, que eran torres de petróleo en desuso. En agosto de 1969 el papá trabajó activamente en la organización de un partido amistoso entre el Tomba y Boca Juniors, que se disputó el viernes 15 de ese mes y que ganó el visitante por 1 a 0. 



Además fue el responsable de ir a recibir en Luján de Cuyo al presidente Alberto Jacinto Armando, para trasladarlo personalmente al hotel donde se tenía que alojar, porque la delegación venía de San Rafael. Sin embargo el jueves 14 a la mañana,  un día que corrió un viento Zonda muy fuerte, mientras leía en el diario el anuncio del partido para la jornada siguiente, se quedó quieto y dormido para siempre, porque había sufrido un paro cardíaco”.

“El deporte mendocino está de duelo: se fue el “Chino”, eterno acompañante de “Pichón”. Ha muerto Heriberto Chaine” dijo Los Andes en un emotivo artículo publicado el día siguiente. 





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