jueves, 23 de octubre de 2014

Coquetas, aburridas y Mendocinas

Los días festivos y los paseos en la antigua Mendoza eran "el entretenimiento de las intrigas amorosas, el consuelo de las viudas, el peregrinaje de las coquetas, el paraíso de las mujeres galantes, el purgatorio de los maridos celosos y el pasatiempo de los vagos”.

Ninguna mujer salía de su casa sin un abanico en la mano y sin cubrirse la cabeza. 


Durante al menos un siglo, después de días de encierro, bordados y alguna que otra visita social obligada, las mujeres mendocinas se lanzaban al paseo de los domingos como niñas. Antes se habían preguntado ¿qué me pongo?, alborotando arcones y cofres en busca de la prenda más adecuada para la ocasión.


El paseo dominical era el principal entretenimiento de la Mendoza colonial y siguió siéndolo hasta bien entrado el siglo XX. Esta salida estaba matizada por las festividades cívicas y religiosas, el carnaval, las temporadas de teatro, los esporádicos bailes y las tertulias.

Como algunas cosas nunca cambian, también entonces ese paseo era concebido como “el entretenimiento de las intrigas amorosas, el consuelo de las viudas, el peregrinaje de las coquetas, el paraíso de las mujeres galantes, el purgatorio de los maridos celosos y el pasatiempo de los vagos”, como señala una nota del diario El Constitucional de marzo de 1864. 

Ellas paseaban por la vieja Alameda, luego por las flamantes plazas creadas después del terremoto como la de Loreto (actual plaza Sarmiento), la Cobos (actual plaza San Martín y la plaza Independencia que se convertirá progresivamente en el símbolo social de la ciudad nueva. 

En esos espacios de recreo urbano, las mendocinas solteras además de pasear y comentar los chismes de la ciudad, tomaban helados, escuchaban a las bandas de música y coqueteaban en grupo, nunca solas, con hombres jóvenes que iban a la plaza a lo mismo que ellas: mostrarse, sonreír significativamente y conseguir una pareja. 

Y todos ellos, caballeros y doncellas, no perdían la oportunidad de hacer lo mismo durante las dos fiestas más cívicas más importantes. El 25 de Mayo y el 9 de Julio eran festejados con gran despliegue en Mendoza cuyos actos principales apenas tuvieron cambios a lo largo de los años. 

El 25 de Mayo comenzaba con un “saludo al Sol de Mayo” en las escuelas en las que los alumnos cantaban el Himno Nacional frente a los funcionarios de turno. Los actos continuaban con un desfile militar por las calles y un Te Deum, siempre “solemne”. 

El día de fiesta culminaba con un banquete y un baile de gala para la alta sociedad, en tanto que el resto de los mendocinos asistía a otra de teatro con tema patriótico, una feria de platos con rifa o una tertulia más o menos elegante. Tampoco faltaban las ramadas y bodegones improvisadas en las plazas con guitarreada y vino incluidos.

Y las mujeres debían vestir de acuerdo a la ocasión y cuando se trata del delicado equilibrio entre el ser y el parecer, en nuestra provincia ha pesado siempre más el parecer. 

De ahí que las manos femeninas fueran diestras en la confección de prendas. Las mujeres hilaban en los telares familiares paños con los que creaban desde, manteles a ropas para el culto, desde ponchos a vestidos según la moda española, primero, y la francesa después. 

Madres e hijas se ejercitaban en las labores de costura, cortando y cosiendo y las mujeres, incluso las de clase alta, tenían muy pocos vestidos que se pasaban en herencia a las mujeres de la familia. 

Estas prendas eran enriquecidas con accesorios como mantillas de encaje blancas y negras, peinetones, sólidos rodetes ajustados con peinetas y el infaltable abanico agitado con picardía o pacatería, según la dama. Ninguna mujer salía de su casa sin un abanico en la mano y sin cubrirse la cabeza y esta prenda era la que indicaba su condición social.

Las mujeres que no cosían su propia ropa podían comprarla, según su condición social, en las tiendas de ropa o en las pulperías, donde se vendían faldas de bayeta de fuertes colores, enaguas de lienzo blanco, jubones y pañuelos para el cuello.

Las mendocinas solían usar el traje español de faldas largas y anchas, que cubrían con enaguas confeccionadas en lienzo blanco y adornadas con puntillas. Sobre una camisa de lino con encajes, un corpiño o chaleco, se colocaba una chupa o jubón que, ajustado a la cintura, caía diez centímetros sobre las caderas y tenía mangas angostas y largas.

El único vestido de Remedios de Escalada de San Martín que no fue quemado debido a su enfermedad y que se conserva en el Museo Histórico de la Ciudad de Buenos Aires fue confeccionado bajo la influencia francesa. 

El vestido es de linón bordado en punto beauvais, con trabajo de pequeñas lentejuelas doradas recamando el bordado; el escote es redondo y las mangas cortas tienen forma de globo. De talle no demasiado alto parte  una falda que reúne los frunces en la delantera y se ven claramente en el ruedo los pesos que les colocaban para que no se levantaran al caminar. 

Se especula que el vestido fue confeccionado en una fecha cercana a su muerte (3 de agosto de 1823) ya que los talles altos fueron lentamente bajando y buscando su lugar natural hacia 1825.

Las jóvenes mendocinas que asistían a los bailes se esmeraban en lucir sus mejores galas y que sus atuendos eran comentados en detalle por las crónicas de los diarios del siglo XIX. Así, el diario El Constitucional da cuenta en una crónica de junio de 1877 que “la señorita MG vestía un elegante traje de seda color lila con encajes blancos  y en la cabeza flores naturales de color rosa”.

¿Cuántas veces se habrá preguntado el eterno `¿qué me pongo?´ la señorita MG antes de dar con su coqueto traje que mereció la atención del cronista? ¿Cuánto alboroto habrá hecho en su habitación, cuántas veces se habrá mirado al espejo antes de dar con la prenda adecuada para brillar en ese efímero baile? ¿Dónde estarán las flores que adornaron su cabeza?

Patricia Rodón


Fuente: http://www.mdzol.com/nota/297970

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