Excelentísimo Señor
Debo hablar a Vuestra Excelencia con la ingenuidad propia de mi carácter y decirle, con todo respeto, que me ha sido sensible la reprensión que me da en su Oficio del 27 del pasado, y el asomo que hace de poner en ejecución su autoridad contra mí, si no cumplo con lo que se manda relativo a la Bandera Nacional, acusándome de haber faltado a la prevención del 3 de Marzo, por otro tanto que hice en el Rosario.
Para hacer ver mi inocencia, nada tengo que traer más a la consideración de Vuestra Excelencia, que en 3 de Marzo referido no me hallaba en el Rosario; pues, conforme a sus ordenes del 27 de Febrero, me puse en marcha el 1 ó 2 del insinuado Marzo, y nunca llegó a mis manos la contestación de Vuestra Excelencia que ahora recibo inserta; pues a haberla tenido, no habría sido yo el que hubiese vuelto a enarbolar tal Bandera, como interesado siempre en dar ejemplo de respeto y obediencia a Vuestra Excelencia, conociendo que de otro modo no existirá el orden, y toda nuestra causa irá por tierra.
Vuestra Excelencia mismo sabe que sin embargo de que había en el Ejército de la Patria cuerpos que llevaban la escarapela celeste y blanca, jamás le permití en el que se me puso a mandar, hasta que viendo las consecuencias de una diversidad tan grande, exigí de Vuestra Excelencia la declaración respectiva.
En seguida se circuló la orden, llegó a mis manos; la batería se iba a guarnecer, no había bandera, y juzgué que sería la blanca y celeste la que nos distinguiría como la escarapela, y esto, con mi deseo de que estas Provincias se cuenten como una de las Naciones del Globo, me estimuló a ponerla.
Vengo a estos puntos, ignoro, como he dicho, aquella determinación, los encuentro fríos, indiferentes y tal vez enemigos; tengo la ocasión del 25 de Mayo; y dispongo la Bandera para acalóralos y entusiasmarlos, ¿y habré por esto cometido un delito? Lo sería, Excelentísimo Señor, si, a pesar de aquella orden, yo hubiese querido hacer frente a las disposiciones de Vuestra Excelencia; no así estando enteramente ignorante a ella; la que se remitiría al Comandante del Rosario, y la obedecería, como yo lo hubiera hecho si la hubiese recibido.
La Bandera la he recogido, y la desharé para que no haya ni memoria de ella, y se harán las Banderas del Regimiento Nº 6 sin necesidad de que aquella se note por persona alguna; pues si acaso me preguntaren por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el Ejército, y como ésta está lejos, todos la habrán olvidado, y se contentarán con lo que se les presente.
En esta parte Vuestra Excelencia tendrá su sistema; pero diré también, con verdad, que como hasta los Indios sufren por el Rey Fernando VII, y les hacen padecer con los mismos aparatos que nosotros proclamamos la Libertad, ni gustan oír nombre de Rey, ni se complacen con las mismas insignias con que los tiranizan.
Puede Vuestra Excelencia hacer de mi lo que quiera, en el firme supuesto de que hallándose mi conciencia tranquila, y no conduciéndome a esa, no otras demostraciones de mis deseos por la felicidad y glorias de la Patria otro interés que el de esta misma, recibiré con resignación cualquier padecimiento; pues no será el primero que he tenido por proceder con honradez y entusiasmo patriótico.
Mi corazón está lleno de sensibilidad, y quiera Vuestra Excelencia no extrañar mis expresiones, cuando veo mi inocencia y mi patriotismo apercibidos en el supuesto de haber querido afrontar sus superiores ordenes, cuando no se hallará una sola de que se me pueda acusar, ni en el antiguo sistema de gobierno, y mucho menos en el que estamos, y que a Vuestra Excelencia no se le oculta cuanta especie de sacrificios he hecho por él.
Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años.
Jujuy, 18 de Julio de 1812.
Excelentísimo Señor
Manuel Belgrano
Fuente: Archivo general de la Nación
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