Se usaba para describir enfermedades febriles como el paludismo, el tifus, la fiebre amarilla, o incluso cuadros gripales. Las “calenturas” podían ser intermitentes, continuas, pútridas, nerviosas o biliosas, según la clasificación médica del momento. En registros médicos y parroquiales, se anotaba como causa de muerte simplemente “calentura”, sin especificar el origen. Se creía que las calenturas eran provocadas por miasmas, es decir, vapores nocivos provenientes de aguas estancadas, basura o aire corrompido. También se atribuían a desequilibrios de los humores (sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema), según la medicina galénica. Los tratamientos incluían sangrías, purgantes, baños, sahumerios, infusiones de hierbas y aislamiento. En ciudades como Cádiz, La Carlota o la Real Isla de León, se registraron epidemias de fiebre amarilla que causaron miles de muertes. Los síntomas incluían dolores intensos, vómitos biliosos, ictericia y delirios, todos agrupados bajo el término “calentura”. Las autoridades ordenaban fogatas en las calles, limpieza con vinagre, prohibición de frutas como melones y pepinos, y distribución de caldo y carbón a los enfermos pobres. Con el avance de la medicina en el siglo XIX y XX, se comenzó a diferenciar entre síntomas (como la fiebre) y enfermedades específicas. “Calentura” fue reemplazada por términos más precisos como fiebre, infección, inflamación, y quedó como una expresión arcaica o coloquial.
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