jueves, 10 de enero de 2019

Domingo Faustino Sarmiento, el prócer feminista - Por Luciana Sabina

Como todos los que intentan cambiar el mundo, Domingo Faustino Sarmiento tenía fe en su tiempo. Creía que “la mujer está destinada en este siglo de nivelación, a su verdadera condición social. Su tarea es grande y noble, y lo que es más, su mejor éxito depende de la mujer misma”. 
Desde muy joven se movió para acompañar tal proceso, llegando a señalar que el grado de civilización de un pueblo se mide por el lugar que ocupan las mujeres. Al tener acceso a los autores del socialismo primigenio, terminó por convencerse.
La mayor prueba de su credo feminista está en la mujer que eligió como compañera de ruta. Aurelia Vélez Sársfield estaba separada, trabajaba en el despacho de su padre y se manejaba con independencia. Llegó al punto de viajar al “Viejo Continente” en soledad.
Desde allí escribía generosas crónicas a Domingo Faustino sobre las diversas situaciones que se le presentaban, incluyendo los funerales de Alejandro Dumas. El prócer la estimuló a publicarlas, a lo largo de la relación, que se atreviera a escribir en algún medio fue un pedido constante, pero ella se negó. Y mientras “la Petisa” viajaba, él escribía a sus hermanas pidiendo ayuda para mejorar la habitación y sorprenderla. Era un amor cimentado en la libertad y la igualdad.  
Sarmiento creía tanto en la capacidad femenina que dejó en manos de Aurelia el mayor anhelo de su vida. Estando en EEUU, su amor se encargó de instalarlo como candidato a presidente. Con apoyo de Lucio V. Mansilla y siendo hija del respetable Dalmacio Vélez Sársfield, tuvo acceso a diversas reuniones donde convenció a todos de apostar por el sanjuanino, tal como ella hacía. Mientras trabajaba de modo incansable le escribió “si no sigue mi consejo, no siga el de nadie”. Él así lo hizo y el resto de la historia es bien conocida. 
Pero no fue Aurelia en la única mujer en la que confió, Juana Manso y Mary Mann lo ayudaron en la consolidación de su utopía educativa. Lejos del imaginario popular, este sanjuanino era tan feminista que en 1866 se expresó positivamente sobre el voto de la mujer en carta a Mann: “Están excluidos los menores de votar ¿por qué? Porque se supone que no han llegado al uso de la razón. Pero el hombre absolutamente ignorante no ha llegado tampoco al uso de la razón necesaria para dirigir los actos públicos. Están excluidas las mujeres, que sin duda en Nueva Inglaterra son más capaces de discernir que todos los europeos juntos”. 
En otra misiva, de 1869, la felicita por un texto en pos de la “promoción de los derechos políticos de la mujer. Este solo hecho me muestra que la idea ha salido ya del estado de nébula y se condensa en sentimiento público. Será esta la última conquista de los derechos humanos”.  
El “padre del aula” era consciente -como pocos- de la importancia de la mujer. De hecho consideraba que les debía todo: “Mi destino hanlo -escribió-, desde la cuna, entretejido mujeres, casi sólo mujeres”. 
Si echamos un vistazo a las féminas que lo rodearon notaron que una gran mayoría trascendió los límites del hogar. Su hermana Procesa, por ejemplo, fue la primera artista plástica de la Argentina. Su hija, Faustina, destacó como concertista de piano y Eugenia Belín Sarmiento -nieta- es una de las mejores retratistas de nuestra historia. 
Como cierre,  nos interesa compartir las palabras de Sarmiento hacia 1884, en una de las últimas cartas a su amiga estadounidense: “Cuando era joven,  entusiasta por la educación de la mujer, fundé en San Juan un Instituto (…) La tercera generación de niñas -que estudiaron allí- me envía una sobrina que traje a Buenos Aires, donde llama la atención pública por la semejanza y belleza de sus trabajos en retratos, flores, aves, y a veces en paisaje. Estos talentos me hacen agradable esta vida crepuscular, viendo brillar en torno mío, algunas chispas del fuego que alumbró mi existencia”.
Consciente de que una sociedad requiere de todos -algo que hoy algunos parecen no entender-, Sarmiento sacó a las mujeres de una sombra bajo la que llevaban siglos; otorgándoles, además, la tarea más importante: educar al soberano.” 
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