viernes, 22 de febrero de 2019

La derrota de los Conservadores en las elecciones libres de 1918 permitió el acceso del Lencinismo al poder. Este no tardó en sancionar las primeras leyes sociales, especialmente las del salario mínimo y la jornada máxima de 8 horas. (Rubén Lloveras)

Estas disposiciones cuadruplicaban el salario mínimo del obrero. Pero además el estado comenzó a tomar parte en los pleitos entre la burguesía y el proletariado, favoreciendo muchas veces a este último. Con estas y otras medidas se estimuló el ascenso social y la formación de una importante clase media.
Ahora bien ¿Qué sucedió a partir de 1930?
Una vez reconquistado el poder, los Conservadores volvieron a tomar parte de las relaciones entre el capital y el trabajo en favor del primero. Implementaron medidas regresivas en materia de legislación social. Por ejemplo, el jornal mínimo de $4.80, asegurado por la ley 1.193 del año 1927, fue derogado por decreto y rebajado a $4.00. Además, si bien el gobierno de José Néstor Lencinas en los ’20 había intentado desplazar el aparato del estado para ocuparlo un poco más en la defensa de los intereses del trabajador, los Demócratas volvieron a colocarlo al servicio de la clase dominante.
La justicia y la Policía abandonaban su simpatía hacia la causa del obrero, para ponerse al servicio de la patronal.
Los sectores populares perdieron el espacio que tenían en el estado; ya no tenían a quien recurrir para equilibrar sus desfavorables condiciones de negociación con el capital.
En otros ámbitos, el estado se retiró del conflicto, entre el capital y el trabajo, y si bien renunció a la economía de mercado, en términos económicos, en materia social produjo aquello de “la zorra libre en el gallinero”. Así lo han asegurado diversos testimonios. Según don Francisco Abdón, los patrones volvieron a emplear castigos físicos, como golpes de látigos, contra los trabajadores.
Rafael Salguero sostiene que la ley de 8 horas perdió vigencia; se comenzó a trabajar de luz a luz y luego desde el aclarar hasta el anochecer. Sus patrones les decían que debían ingresar una hora antes de la salida del sol, pues en Mendoza amanecía una hora más tarde que en Buenos Aires.
Al retirarse, también escuchaba un reclamo similar; el sol ya no se veía porque las montañas lo ocultaban y no por lo avanzado de la hora. Por este motivo debían prolongar sus tareas. (Fuente “Los Gansos de Mendoza”, Pablo Lacoste páginas 64-65)

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