Bautizada recién a los 17 años en la Parroquia de San Sebastián por el sacerdote Antonio Polanco con el nombre de Isabel Flores de Oliva, era la cuarta de los trece hijos del matrimonio formado por el militar español Gaspar Flores y la criolla limeña María de Oliva y Herrera. En su juventud comenzaron a llamarla “Rosa”, a ella le mortificaba este apodo, pero el arzobispo Toribio de Mogrovejo le dijo, “Hija, ¿no es vuestra alma como una rosa en que se recrea Jesucristo?", desde ese día Isabel pasó a llamarse Rosa. Para ayudar en su hogar, trabajaba en huertos, casas de costura y talleres de bordado, pese a que sus padres querían casarla, Rosa resistió haciendo votos de virginidad y finalmente ingresando en la Tercera orden de Santo Domingo. Recluida en su propia casa solo salía para atender las necesidades espirituales de indígenas, negros y campesinos, también se ponía al servicio de enfermeras y médicos. En 1615, buques corsarios neerlandeses se aproximan al puerto de El Callao con intenciones de invadir la ciudad. Pese a que la mayor parte de los pobladores de Lima deciden huir, Rosa reúne a un grupo de valientes religiosas en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario para orar, se rasgó sus hábitos para estar mas cómoda y subió al campanario para defender con la vida la imagen de cristo. Cuando la invasión era un hecho, en misteriosas circunstancias muere el capitán de la flota por lo que suspendieron la invasión, este hecho fue atribuido a un milagro por las oraciones encabezadas por Rosa. En 1617 confesó que el niño Jesús se le presentó y le pidió que sea su esposa, su confesor Fray Alonso Velásquez, dio por cierta esta aparición celebrando su místico desposorio con Cristo. Pese a su juventud era una mujer muy débil, su salud se deterioró rápidamente hasta que una hemiplejía la dejó postrada, fue llevada a la casa de su amigo y confidente Gonzalo de la Maza donde finalmente murió el 24 de Agosto de 1617. El Papa Clemente IX la declaró patrona de Lima y sus sucesor Clemente X la canonizó en 1671.
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