miércoles, 16 de septiembre de 2020

El 16 de Septiembre de 1955, se escribía una páginas mas oscuras de la historia Argentina cuando un grupo de civiles y militares pretendiendo traer la libertad y la justicia, avasallaron la democracia y sumieron a la nación en una profunda decadencia moral e institucional. (EH)

Todo proceso político que pretende combatir las injusticias sociales, combatir los privilegios y ampliar los derechos, se enfrenta a la resistencia del conservadurismo, los poderes económicos establecidos y una aceitada maquinaria de desprestigio. Si a esto le sumamos las propias falencias de este movimiento que como erróneo método de protección recurre al personalismo, la censura, los atajos institucionales, la persecución y la dilapidación de recursos, se forma un coctel de fácil ebullición, por ello el gobierno justicialista liderado por Juan Domingo Perón se debatía entre un firme apoyo popular y una serie de ataques desestabilizadores como golpe de estado de 1951, el atentado en la Plaza de Mayo del 15 de abril de 1953, y el bombardeo de la Plaza de Mayo de 1955. Finalmente el 16 de Septiembre de 1955, con el liderazgo del general Eduardo Lonardi con el apoyo de los altos mandos militares, la Iglesia, la oligarquía, emisarios de los EEUU y el Reino Unido y la vergonzosa participación de la oposición política, se inició el golpe que se llevaba puesta la democracia Argentina. El golpe removió al poder ejecutivo y ministros, disolvió el congreso, anuló el poder de la corte suprema, intervino los fueros penales y federales, además de remover a gobernadores y legislaturas provinciales, pese a todo ese poder aglutinado, Lonardi no tenía el control total de la nación. Una división conceptual dividía a los altos mandos del golpe, mientras el “ala nacionalista católica”, liderada por el propio general Eduardo Lonardi quería negociar con el peronismo y los sindicatos una corta transición hasta llamar a elecciones en corto plazo, el “ala liberal”, liderada por el vicepresidente almirante Isaac Rojas, pretendía erradicar totalmente al peronismo de la vida política y social argentina, además de derogar todas sus medidas sociales y laborales. Para imponer su voluntad, Isaac Rojas firmó el decreto de creación de la “Junta Consultiva Nacional”, que el mismo presidiría e integrada por delegados de la Unión Cívica Radical, del Partido Socialista, del Partido Demócrata Nacional y del Partido Demócrata Progresista. La autoproclamada “Revolución Libertadora” removió a Lonardi y colocó a la cabeza del proceso a Pedro Eugenio Aramburu, que a la desastrosa situación le agregó el terror, encarceló a casi 10 mil dirigentes sindicales, se penaba con 6 años de prisión a quién nombrara públicamente a Perón, suprimió los derechos constitucionales y cuando el General Juan José Valle lo enfrentó, su respuesta fue los fusilamientos de José León Suarez. Una jugada desesperada de llamar a una convención constituyente en 1957 terminó con el triunfo del voto en Blanco demostrando que no iba a ser tan fácil hacer que el pueblo olvide a Perón.


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