Desde hacía varios años, la tensión entre China y Japón iba en aumento, pese a la abrumadora diferencia de población entre ambas naciones la escasa preparación militar China en oposición al profesionalismo del Ejército Imperial Japonés hacía prever un desenlace rápido del conflicto. A fines de 1936 Japón tomó posiciones en las costas de la China continental y en Octubre de 1937 tomo Shangai, esto provocó que los altos mandos militares chinos abandonaran la mayoría de las ciudades cercanas, entre ella, Nankin, en ese entonces capital de la República China. Cuando el Emperador Hiroito ordenó el asalto de Nankin puso al mando de la operación al príncipe Yasuhiko Asaka y al General Iwane Matsui, que el 13 de Diciembre de 1937 ingresaron sin resistencia a la ciudad. Lo que vivieron los civiles, en su mayoría ancianos, mujeres y niños, fue una de las mayores pesadillas de la historia de la humanidad, violaciones de mujeres y niños, torturas, desmembramientos, decapitaciones y fusilamientos masivos fueron moneda corriente durante 2 meses. Las mayores atrocidades las cometieron las tropas de la 16a División del Ejército Imperial Japonés, que al mando de Toshiaki Mukai y Tsuyoshi Noda realizaban concursos como quién decapitaba a 100 personas en el menor tiempo posible. El estallido de la segunda guerra mundial hizo que occidente se olvidara de este aberrante hecho, hubo que esperar hasta 1946 para que se conformara el “Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente” que solo a modo de chivo expiatorio condenó a muerte al general Iwane Matsui. Este hecho fue el punto de partida o resurgimiento del espíritu nacionalista Chino que gobernó el país durante la segunda mitad del siglo XX.
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