Italianos, Españoles, Árabes (gringos o tanos gallegos y turcos, para el común de la gente) convirtieron a Mendoza en una colorida comunidad en la que costumbres e idiomas tan diferentes convivieron y terminaron entremezclándose luego de una lógica etapa de adaptación entre nativos y extranjeros.
Hubo épocas en las que al mediodía en una misma cuadra se podía oler el aroma del kepi, la pastasciuta, la paella y el locro. Fueron surgiendo incluso dialectos nuevos como el cocoliche, una anárquica mezcla de italiano y castellano que con los años se fue extinguiendo, no sin antes dejar sus huellas en el lenguaje popular, de la misma manera en que improntas arábigas, itálicas e ibéricas le fueron cambiando el gusto al puchero.
Por aquella época eran dignos de escucharse los diálogos en que solían enredarse las clientas gringas con los almaceneros turcos; “Que la va a querer, sañura?” “Un cuarto di formaggio” (queso). Ese era solo el comienzo del pintoresco dialogo.
Y ni qué hablar el revuelo que originaba en el barrio una italiana circulando por las calles en bicicleta. Y si además iba fumando, entonces el hecho tomaba ribetes de escándalo. La semejanza de idiomas inducía a errores serios, como el de aquel itálico señor- como cuenta un veterano inmigrante de San José Guaymallén, Mario Alberti- que viajando en micro y muerto de hambre vio de pronto por la ventanilla un cartel que decía Despacio.
En Italia un dispaccio es un lugar para comer y el hambriento tano bajó del colectivo… para encontrarse con la soledad del campo mendocino. La inmigración masiva de europeos a Argentina y a Mendoza en particular creció en 1890. Llegaron atraídos por la posibilidad de conseguir trabajo y por muy buenas condiciones económicas que se les ofrecían en comparación con las que existían en sus países de origen, comenzando por el nivel salarial que era bastante elevado para los niveles Europeos. Las condiciones eran de tal envergadura, que hasta se podía competir con los Estados Unidos, que tenían una larga experiencia en materia de política inmigratoria. La zona templada de América de Sur fue la que experimentó el mayor crecimiento de todo el continente, siendo el caso de Argentina el más espectacular de todo el periodo. Mendoza triplicó su población entre 1885 y 1912
Hubo épocas en las que al mediodía en una misma cuadra se podía oler el aroma del kepi, la pastasciuta, la paella y el locro. Fueron surgiendo incluso dialectos nuevos como el cocoliche, una anárquica mezcla de italiano y castellano que con los años se fue extinguiendo, no sin antes dejar sus huellas en el lenguaje popular, de la misma manera en que improntas arábigas, itálicas e ibéricas le fueron cambiando el gusto al puchero.
Por aquella época eran dignos de escucharse los diálogos en que solían enredarse las clientas gringas con los almaceneros turcos; “Que la va a querer, sañura?” “Un cuarto di formaggio” (queso). Ese era solo el comienzo del pintoresco dialogo.
Y ni qué hablar el revuelo que originaba en el barrio una italiana circulando por las calles en bicicleta. Y si además iba fumando, entonces el hecho tomaba ribetes de escándalo. La semejanza de idiomas inducía a errores serios, como el de aquel itálico señor- como cuenta un veterano inmigrante de San José Guaymallén, Mario Alberti- que viajando en micro y muerto de hambre vio de pronto por la ventanilla un cartel que decía Despacio.
En Italia un dispaccio es un lugar para comer y el hambriento tano bajó del colectivo… para encontrarse con la soledad del campo mendocino. La inmigración masiva de europeos a Argentina y a Mendoza en particular creció en 1890. Llegaron atraídos por la posibilidad de conseguir trabajo y por muy buenas condiciones económicas que se les ofrecían en comparación con las que existían en sus países de origen, comenzando por el nivel salarial que era bastante elevado para los niveles Europeos. Las condiciones eran de tal envergadura, que hasta se podía competir con los Estados Unidos, que tenían una larga experiencia en materia de política inmigratoria. La zona templada de América de Sur fue la que experimentó el mayor crecimiento de todo el continente, siendo el caso de Argentina el más espectacular de todo el periodo. Mendoza triplicó su población entre 1885 y 1912
Foto gentileza de Nora Schmidt
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