Desde muy antiguos tempos el valle estaba ahí, con sus nombres y premoniciones. En el contorno soberbio y azul de los cerros, el Indio contemplaba su verde sobrenatural, la culebreante y plateada senda del rio. Todo era salvaje y puro. El rio orgulloso de su pasado turbulento e invicto, lleva en su memoria al aborigen descendiendo desde sus caminos celestes a beber sus aguas, a curar su herida abierta, y confirmar su dominio sobre pájaros sagrados, semillas augurales y un esplendor ya muerto. Desde la matriz de la montaña el rio bajó siempre entre el perfil de los cerros, abriendo la garganta de la piedra, imponiendo su paso hacia la tierra sedienta, cuando el sol madura las altas nieves y el gran parto mineral sucede, gradual e inexorable. Sobre la roca está escrita la historia secular de su corriente, protectora de su secreto de peces, de su energía creadora, de su soledad y su fortaleza. Fue testimonio mudo (el rio) del avance de aquellos arcabuces de muerte, de pendones imperiales, de las garras del león hispánico, avasallando dureza agreste, abriendo paso a hombres nuevos, que llevaron a la tierra ávida su vocación agraria y su camino de espiga El algarrobo altivo, convertido en poste de alambrado, recortaba en su esquilmada corteza los jirones de los ponchos montoneros, las divisas de tacuaras, la sangre gaucha regando viejos senderos polvorientos. Pero vinieron hombres ambiciosos, Conocían los frutos bíblicos los higos, el olivo, la vid-la trilogía vegetal de cielos azules, historias se gradas y el aire húmedo del Mediterráneo, y se unieron al criollo que seguía detrás del arado, al viejo pingo de las guerras gauchas. Todos as piraron a elevarse hasta la altura de sus sueños, y desde entonces altas estrellas rigieron otros destinos vegetales. El río estaba domado, Por los sedientos muslos de la tierra calcinada avanzaban las acequias vivificantes. Y fructiferó el desierto y cayeron las lunas germinales y el castillo áspero y vital de las cepas se encendió en racimos. Así llegó la mañana de las cosechas, las fiestas sagradas del fruto sublimado en la Juvenil embriaguez, en la alegría, el trabajo y la abundancia en la celebración de los mitos y los símbolos. Esta crónica, exultante a veces, dura y sangrante otras, sucedió transcurre en esta tierra donde el verano llega al corazón del racimo, al suelo generoso, al alma de los la briegos dominadores de antiguos secretos, creadores de la dulce pulpa de la uva, de su piel tersa y bayas doradas, receptoras del sol con su vuelo hacia el vino y la poesía de la vida. El vino, lar donde se entibia la amistad y el amor es un civilizador, generador de confortantes cosechas, un motivador de futuro a pesar de las agorerías presentes, porque la vendimia antigua o moderna siempre es el momento en que la comunidad se reúne para celebrar antiguos misterios, la generosidad de la naturaleza, el condominio positivo donde el hombre concreta su fe en la vida, y en si mismo y en la solidaridad de los demás. La uva, pan de la criatura. sublima sus sueños y el suave perfume del vino, como lo quería el antiguo poeta de Oriente, educa su alma para buscar todo lo bueno del reino natural, para asociarlo a su entusiasmo y esperanza. La vida no avanzó en esta tierra mendocina sobre los predios pastoriles para la riqueza de unos pocos; con su civilización de arados y canciones, se lanzó sobre el monte primitivo cuando era el residuo vacío donde antes triscaran el indio, el montonero, y un folklore que se enriqueció con la pasión del racimo, multiplicado, como los panes míticos para bien de todos y mal de nadie Por eso el paisaje y los bienes son iguales al hombre, el resultado de su pasión creadora y heroica, porque es heroica la cruzada que produce pan y la fruta sobre las adversidades de una geografía áspera: pero debe también ser justa para orgullo nuestro y de todos los hombres de este esperanzado país que quieren también su copa de vino generoso,
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viernes, 17 de febrero de 2023
La pasión por la Viña. Mendoza (1980)
Desde muy antiguos tempos el valle estaba ahí, con sus nombres y premoniciones. En el contorno soberbio y azul de los cerros, el Indio contemplaba su verde sobrenatural, la culebreante y plateada senda del rio. Todo era salvaje y puro. El rio orgulloso de su pasado turbulento e invicto, lleva en su memoria al aborigen descendiendo desde sus caminos celestes a beber sus aguas, a curar su herida abierta, y confirmar su dominio sobre pájaros sagrados, semillas augurales y un esplendor ya muerto. Desde la matriz de la montaña el rio bajó siempre entre el perfil de los cerros, abriendo la garganta de la piedra, imponiendo su paso hacia la tierra sedienta, cuando el sol madura las altas nieves y el gran parto mineral sucede, gradual e inexorable. Sobre la roca está escrita la historia secular de su corriente, protectora de su secreto de peces, de su energía creadora, de su soledad y su fortaleza. Fue testimonio mudo (el rio) del avance de aquellos arcabuces de muerte, de pendones imperiales, de las garras del león hispánico, avasallando dureza agreste, abriendo paso a hombres nuevos, que llevaron a la tierra ávida su vocación agraria y su camino de espiga El algarrobo altivo, convertido en poste de alambrado, recortaba en su esquilmada corteza los jirones de los ponchos montoneros, las divisas de tacuaras, la sangre gaucha regando viejos senderos polvorientos. Pero vinieron hombres ambiciosos, Conocían los frutos bíblicos los higos, el olivo, la vid-la trilogía vegetal de cielos azules, historias se gradas y el aire húmedo del Mediterráneo, y se unieron al criollo que seguía detrás del arado, al viejo pingo de las guerras gauchas. Todos as piraron a elevarse hasta la altura de sus sueños, y desde entonces altas estrellas rigieron otros destinos vegetales. El río estaba domado, Por los sedientos muslos de la tierra calcinada avanzaban las acequias vivificantes. Y fructiferó el desierto y cayeron las lunas germinales y el castillo áspero y vital de las cepas se encendió en racimos. Así llegó la mañana de las cosechas, las fiestas sagradas del fruto sublimado en la Juvenil embriaguez, en la alegría, el trabajo y la abundancia en la celebración de los mitos y los símbolos. Esta crónica, exultante a veces, dura y sangrante otras, sucedió transcurre en esta tierra donde el verano llega al corazón del racimo, al suelo generoso, al alma de los la briegos dominadores de antiguos secretos, creadores de la dulce pulpa de la uva, de su piel tersa y bayas doradas, receptoras del sol con su vuelo hacia el vino y la poesía de la vida. El vino, lar donde se entibia la amistad y el amor es un civilizador, generador de confortantes cosechas, un motivador de futuro a pesar de las agorerías presentes, porque la vendimia antigua o moderna siempre es el momento en que la comunidad se reúne para celebrar antiguos misterios, la generosidad de la naturaleza, el condominio positivo donde el hombre concreta su fe en la vida, y en si mismo y en la solidaridad de los demás. La uva, pan de la criatura. sublima sus sueños y el suave perfume del vino, como lo quería el antiguo poeta de Oriente, educa su alma para buscar todo lo bueno del reino natural, para asociarlo a su entusiasmo y esperanza. La vida no avanzó en esta tierra mendocina sobre los predios pastoriles para la riqueza de unos pocos; con su civilización de arados y canciones, se lanzó sobre el monte primitivo cuando era el residuo vacío donde antes triscaran el indio, el montonero, y un folklore que se enriqueció con la pasión del racimo, multiplicado, como los panes míticos para bien de todos y mal de nadie Por eso el paisaje y los bienes son iguales al hombre, el resultado de su pasión creadora y heroica, porque es heroica la cruzada que produce pan y la fruta sobre las adversidades de una geografía áspera: pero debe también ser justa para orgullo nuestro y de todos los hombres de este esperanzado país que quieren también su copa de vino generoso,
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