La Cordillera de Los Andes es la gran muralla, el desafio a superar de la geografia sudamericana para conectar los océanos Pacífico y Atlántico. El gran macizo geológico que había que domesticar para acercar el Mundo a los confines del Mundo, en la visión moderna de las comunicaciones y el transporte. Así, fue entendido en el siglo XIX y gran parte del siglo XX por los visionarios y adelantados que entendían el presagio que ahora nos parece de sentido común, el advenimiento de un mundo globalizado y comunicado por redes con diversas formas de conectividad: territoriales, imaginarias y virtuales. Los mapas de la saturación de las comunicaciones como una gran tela de araña que em- pequeñece los territorios para entregarnos la sensación de pertenecer a una gran comunidad imaginada. Pero, entonces, y ahora, la Cordillera de los Andes estaba ahí, con sus silencios y nieves eternas que anuncian el techo del mundo. Un desafio colosal para los sueños y la tecnología de comienzos de siglo. Un desafio que requería combinar, al menos, la capacidad industrial finisecular del XIX y la habilidad artesanal inscrita en la voluntad de los viejos exploradores de siempre. Entonces la Cordillera de Los Andes esperando las propuestas científicas e instrumentales que traerian a sus farellones el mayor logro tecnológico de la Revolución Industrial: El ferrocarril, la aplicación del vapor a la tracción por riel. De allí en adelante la empresa era mucho más que una gran aventura. Comenzaba la epopeya, se comenzaba a desarrollar una proeza. El adversario de esta obra tenaz y contundente fue siempre el rigor de los inviernos en la Cordillera más imponente e inhóspita de América, con temperaturas de hasta 20º bajo cero, temporales de nieve, aludes y aguas borrascosas que amenazan destruir en un momento los cuantiosos y dificiles avances de las obras de ingeniería. Un ferrocarril en estas condiciones, concebido en el último cuarto del siglo XIX fue un despropósito de iluminados, un maravilloso acierto para conquistar un imposible, un desafío irresoluto, un intento por ir más allá de lo posible. La extensión de la frontera del quehacer humano. Fruto de la mirada entusiasta y de la pasión verdadera, aquella que fundada en los contornos de la razón no ceja energías tras las metas y el objetivo final. Una proeza de la voluntad y la lucidez humana. Los hermanos Clark Torres, Mateo y Juan, dos hombres visionarios, realizadores y adelantados para su tiempo emprendieron la empresa sin asomo de dudas y con una resolución a fuerza de toda prueba. Dieron los pasos sucesivos, uno a uno, con perseverancia y arrojo. Primeramente, en su primera empresa por dominar la montaña extendieron a través de Los Andes el telégrafo, lo que les permitió un conocimiento acabado de los entramados cordilleranos atisbando por dónde llevar el proyecto magno del ferrocarril. El tendido de los hilos del telégrafo cruzando la Cordillera de Los Andes fue el gran ensayo de esta epopeya. Así, en 1871, las voces en los hilos misteriosos que cruzaron las montañas unieron en la instantaneidad asombrosa Buenos Aires con Santiago y Valparaíso. Esta ya es una tarea significativa y compleja. Les permitió, sin lugar a dudas, consolidar su idea de proyecto y les dio el conjunto de certezas necesarias para convencerse que el ferrocarril podría llevarse desde Chile por Juncal, superando la cumbre a unos 3.000 metros de altura. Refería Juan Clark que "nos apercibimos que el paso de Uspallata se prestaba tanto como cualquier otro, para la construcción de un ferrocarril, puesto que la única gran dificultad que había que vencer era el paso de la cumbre, esto es, la parte comprometida entre Las Cuevas y El Juncal, que en linea recta no es más de 12 kilometros". Una empresa exitosa abría las puertas a la gran inventiva ferroviaria que acometerían con entusiasmo desusado los Clark logrando compensar la escasa experiencia en la construcción de ferrocarriles y los déficits de financiamiento con una capacidad de afrontamiento de los obstáculos encomiable, casi irracional. (Libro: El Ferrocarril Trasandino de Pablo Moraga Feliú)
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miércoles, 13 de marzo de 2024
El Ferrocarril Trasandino. Una desolada historia épica. Mendoza (Argentina) - Los Andes (Chile)
La Cordillera de Los Andes es la gran muralla, el desafio a superar de la geografia sudamericana para conectar los océanos Pacífico y Atlántico. El gran macizo geológico que había que domesticar para acercar el Mundo a los confines del Mundo, en la visión moderna de las comunicaciones y el transporte. Así, fue entendido en el siglo XIX y gran parte del siglo XX por los visionarios y adelantados que entendían el presagio que ahora nos parece de sentido común, el advenimiento de un mundo globalizado y comunicado por redes con diversas formas de conectividad: territoriales, imaginarias y virtuales. Los mapas de la saturación de las comunicaciones como una gran tela de araña que em- pequeñece los territorios para entregarnos la sensación de pertenecer a una gran comunidad imaginada. Pero, entonces, y ahora, la Cordillera de los Andes estaba ahí, con sus silencios y nieves eternas que anuncian el techo del mundo. Un desafio colosal para los sueños y la tecnología de comienzos de siglo. Un desafio que requería combinar, al menos, la capacidad industrial finisecular del XIX y la habilidad artesanal inscrita en la voluntad de los viejos exploradores de siempre. Entonces la Cordillera de Los Andes esperando las propuestas científicas e instrumentales que traerian a sus farellones el mayor logro tecnológico de la Revolución Industrial: El ferrocarril, la aplicación del vapor a la tracción por riel. De allí en adelante la empresa era mucho más que una gran aventura. Comenzaba la epopeya, se comenzaba a desarrollar una proeza. El adversario de esta obra tenaz y contundente fue siempre el rigor de los inviernos en la Cordillera más imponente e inhóspita de América, con temperaturas de hasta 20º bajo cero, temporales de nieve, aludes y aguas borrascosas que amenazan destruir en un momento los cuantiosos y dificiles avances de las obras de ingeniería. Un ferrocarril en estas condiciones, concebido en el último cuarto del siglo XIX fue un despropósito de iluminados, un maravilloso acierto para conquistar un imposible, un desafío irresoluto, un intento por ir más allá de lo posible. La extensión de la frontera del quehacer humano. Fruto de la mirada entusiasta y de la pasión verdadera, aquella que fundada en los contornos de la razón no ceja energías tras las metas y el objetivo final. Una proeza de la voluntad y la lucidez humana. Los hermanos Clark Torres, Mateo y Juan, dos hombres visionarios, realizadores y adelantados para su tiempo emprendieron la empresa sin asomo de dudas y con una resolución a fuerza de toda prueba. Dieron los pasos sucesivos, uno a uno, con perseverancia y arrojo. Primeramente, en su primera empresa por dominar la montaña extendieron a través de Los Andes el telégrafo, lo que les permitió un conocimiento acabado de los entramados cordilleranos atisbando por dónde llevar el proyecto magno del ferrocarril. El tendido de los hilos del telégrafo cruzando la Cordillera de Los Andes fue el gran ensayo de esta epopeya. Así, en 1871, las voces en los hilos misteriosos que cruzaron las montañas unieron en la instantaneidad asombrosa Buenos Aires con Santiago y Valparaíso. Esta ya es una tarea significativa y compleja. Les permitió, sin lugar a dudas, consolidar su idea de proyecto y les dio el conjunto de certezas necesarias para convencerse que el ferrocarril podría llevarse desde Chile por Juncal, superando la cumbre a unos 3.000 metros de altura. Refería Juan Clark que "nos apercibimos que el paso de Uspallata se prestaba tanto como cualquier otro, para la construcción de un ferrocarril, puesto que la única gran dificultad que había que vencer era el paso de la cumbre, esto es, la parte comprometida entre Las Cuevas y El Juncal, que en linea recta no es más de 12 kilometros". Una empresa exitosa abría las puertas a la gran inventiva ferroviaria que acometerían con entusiasmo desusado los Clark logrando compensar la escasa experiencia en la construcción de ferrocarriles y los déficits de financiamiento con una capacidad de afrontamiento de los obstáculos encomiable, casi irracional. (Libro: El Ferrocarril Trasandino de Pablo Moraga Feliú)
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