lunes, 8 de abril de 2024

El camino de las casuarinas (ca.1930) Quinta Agronómica. Donde hoy se emplaza el Parque Cívico de la Ciudad de Mendoza


La historia de la Quinta Agronómica –sitio donde hoy se emplaza el Parque Cívico de Mendoza– se remonta a 1853, cuando Sarmiento sugirió al Gobierno provincial la creación de una Quinta Normal y Escuela de Agricultura. El sitio se instituye actualmente como “uno de los más antiguos exponentes de paisaje rural-urbano” de la ciudad de Mendoza (M. J. Casaño; C. F. Martínez y C. M. Lasagno, 2018).  En 1870 se sancionó la ley 432 de organización de la enseñanza agrícola: el Departamento Agronómico comenzó a funcionar recién cuatro años más tarde, dentro del Colegio Nacional ubicado en el borde de la ciudad nueva, sobre calle Belgrano.  Ante la necesidad de contar con un terreno adecuado donde los alumnos pudieran desarrollar las prácticas y tener su propio edificio, el Gobierno de la Provincia, por encargo del Gobierno Nacional, compró en diciembre de 1872 los terrenos a Don Cirilo Godoy y a los herederos de Doña Manuela Rosas de Corvalán, conformando una superficie total cercana a las 25 hectáreas (L. Girini, 2006).   Según la autora, “el predio se ubicaba al sur de la calle Colón, límite sur de la Ciudad Nueva, en zona de potreros sobre un campo completamente abierto, despoblado y estéril” y tenía por límites: al oeste la calle del Alto de Godoy (actual Belgrano), al sur el zanjón de Astorga (actual zanjón Frías), al norte calle pública (actual Pedro Molina) y se conectaba con la calle de San Nicolás (actual San Martín) por una franja de terreno de 15m. En enero de 1878 el Departamento Agronómico se separó del Colegio Nacional, inauguró sus propias instalaciones y fue elevado al rango de Escuela Nacional de Agronomía. Los viveros de olivos, nogales y árboles frutales “tuvieron tal éxito, que pronto la escuela  proveyó pedidos de todas estas plantas, dentro y fuera de la provincia”.  Luego de un cierre temporal causado por la epidemia de cólera de 1886, y habiendo funcionado de manera intermitente, el establecimiento concluyó sus actividades en 1890, a raíz de un recorte presupuestario que hacía inviable su funcionamiento. En 1897 volvió a abrir sus puertas, como Escuela Nacional de Vitivinicultura, para lo cual la Provincia cedió a la Nación el predio y los edificios de la antigua Escuela Nacional de Agronomía.  El lugar ya se había convertido en una parada obligada del ocio dominical en las afueras, situación que se mantuvo hasta la década de 1920. Uno de los edificios de interés con que contaba la quinta “era el invernáculo, adquirido en Buenos Aires en 1879 e instalado en el centro del predio, en un sector especialmente acondicionado en la intersección del camino que comunicaba con la calle de San Nicolás y la vía principal de acceso a la escuela por calle Pedro Molina”. Allí se construyó una base elíptica de 2,5m de altura y más de 20m de longitud utilizada como depósito. Sobre esta plataforma y a través de una gran escalinata, se accedía al edificio de hierro y cristal, destinado al cultivo de especies que demandaban un ambiente controlado. Este esqueleto transparente formado por una serie de módulos estandarizados, “puso tempranamente una nota de modernidad al complejo y su visita se convirtió en uno de los paseos predilectos de las familias mendocinas”, en palabras de L. Girini.  Completaba el área destinada a la escuela una “plazuela enladrillada con parterres,” dotados con distintas especies arbóreas, que contribuyeron a atemperar los rigores del clima. El resto del predio estaba organizado en cuarteles, a partir de una retícula ortogonal de calles: tres que corrían de este a oeste y cinco en dirección norte-sur. Los caminos en su mayor parte estaban consolidados y flanqueados por hileras de árboles. En una nota de 1903, la revista Caras y Caretas daba cuenta de la relevancia del predio como destino de recreo de las clases altas:  “Los frondosos eucaliptus de la quinta agronómica de Mendoza, cobijaron el domingo anterior a la más selecta sociedad mendocina que concurrió a aquel paraje en son de fiesta. En los anales mendocinos no se recuerda desde hace muchos años un paseo campestre que haya sido realizado en las condiciones de aquél […]. A las tres de la tarde se sirvió un lunch y luego la orquesta dio la señal del baile al aire libre, en el amplio local que se había preparado”. Cuando la quinta se abría al público sus senderos se convertían en paseos “donde el tiempo parecía no transcurrir, porque las familias disfrutaban de los aromas, del contacto con la naturaleza y se identificaban con el trabajo del hombre […]. Sucedían los refinados y cautos pic-nic y hasta las poses familiares para que el fotógrafo se luciera con el verde paisaje de fondo o la cúpula del invernáculo”, relata R. Puig. ( Por Arq. Pablo Bianchi)


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