Vistiendo el uniforme de capitán del ejército de Francia, con el cabello encanecido y canecido y un poco agobiado, sin por ello perder su apostura, se encamina hacia el cuadrángulo de la Escuela Militar un ex prisionero de la Isla del Diablo: Alfredo Dreyfus. Quisiera en esos momentos derramar una lágrima de alegría y de recuerdo para tantos amigos que ya no están a su lado. Pero la disciplina. el sentido del deber y la seguridad de ser el motivo de un acto trascendental para su patria, se lo impide. Y marcha sereno, casi rígido, hacia su rehabilitación. Basta un instante para que toda la triste historia que conmovió a Francia y al mundo, retorne a su mente. Fue en 1894. Alfredo Dreyfus, capitán de artilleria, era un militar Lovegro, que honraba a su país sirviéndolo en el Ministerio de Guerra. Una noche, cuando terminadas las tareas del dia se entregaba al disfrute de los sencillos goces del hogar, una comisión llegó hasta su casa. Extrañado, preguntó de qué se trataba. No se lo dijeron, pero algo en el tono de quienes venían a arrestarlo, le puso en guardia. Un suceso muy grave debía haber ocurrido. Sin embargo, tenía la conciencia tranquila y al despedirse de su esposa que lloraba, la consoló diciendo: "Esto debe ser un error... pronto se aclarará". ¿De qué lo acusaban? Cuando lo supo, se sintió anonadado, como si un rayo hubiera caído a sus pies. Alta traición. La documentación reunida por el fiscal, tendía a demostrar que Dreyfus había entregado los planos del freno hidroneumático del obús de 120 mm. a una potencia extranjera, además de revelar detalles de la movilización de tropas destinadas a cubrir las fronteras del Este. Una carta sin fecha y sin firma, prometiendo datos sobre el "Manual de Tiro de Campaña", era el fuerte de la acusación. Peritos calígrafos afirmaron que la letra era de Dreyfus. La situación del procesado se agravó por la circunstancia de ser judío y de origen alemán. Todo le acusaba. Y el 22 de diciembre, el tribunal lo declaró reo de alta traición, dictando la tremenda sentencia: degradación pública y deportación a una posesión francesa en América. Días después, era enviado en un barco a la Isla del Diablo. La familia de Dreyfus y sus amigos no le abandonaron. Luego de varios años, su hermano Mateo reunió algunos elementos de prueba en su favor, logrando que el senador Scheurer Restner tomara su defensa. En un célebre debate trascendió que el teniente coronel Picquart habia ocultado importantes documentos que demostraban que el verdadero culpable era el comandante de infantería Esterhazy. El reclamo de la opinión pública obligó al procesamiento de ese milliar, pero el tribunal lo declaró inocente. Todo parecía perdido, cuando Emilio Zola publicó su célebre J'accuse" que repercutió hondamente en Francia. Una tentativa para procesar al escritor sólo sirvió para echar nuevas luces ante una opinión pública intensamente agitada. El coronel Henry era el falsificador de uno de los documentos que habían decidido la condena. Ante la evidencia, Henry se suicidó. Fue necesario traer a Dreyfus a Francia, y el 1º de julio de 1899, un Consejo Militar reunido en Rennes, si bien le encontraba culpable, halló circunstancias atenuantes, condenándosele a 10 años de prisión. Este fallo no convenció a nadie. Una ola de indignación recorrió a Francia y el mundo. ¡Se había cometido la monstruosidad de condenar a un inocente! El prejuicio racial provocó aun manifestaciones antijudías, pero el peso de la verdad se impuso. Al fin, el 12 de julio de 1906, el Tribunal Supremo declaró que no había la más mínima sombra de culpabilidad que pudiera empañar el nombre y la reputación de Dreyfus. De esto hacía una semana. Y ahora marcha el joven capitán de ayer, con el pelo encanecido, hacia el mismo sitio de su degradación. La tropa formada en cuadro, asiste a la ceremonia de la imposición de las insignias que le fueran arrancadas, en 1894. Luego le prenden en el pecho el distintivo de los caballeros de la Legión de Honor. Altos jefes le besan en las mejillas y luego saludan al comandante Dreyfus. Pasa en seguida la columna de soldados en formación de honor a los acordes de "La Mar.sellesa". Dreyfus no puede evitar ahora un velo de lágrimas que no logran empañar ese instante supremo en que, al rehabilitar a un hombre honrado, víctima de los prejuicios raciales, resplandece la gloria de la democracia francesa
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jueves, 25 de abril de 2024
El Proceso a Dreyfus Conmueve al Mundo (1906) Francia
Vistiendo el uniforme de capitán del ejército de Francia, con el cabello encanecido y canecido y un poco agobiado, sin por ello perder su apostura, se encamina hacia el cuadrángulo de la Escuela Militar un ex prisionero de la Isla del Diablo: Alfredo Dreyfus. Quisiera en esos momentos derramar una lágrima de alegría y de recuerdo para tantos amigos que ya no están a su lado. Pero la disciplina. el sentido del deber y la seguridad de ser el motivo de un acto trascendental para su patria, se lo impide. Y marcha sereno, casi rígido, hacia su rehabilitación. Basta un instante para que toda la triste historia que conmovió a Francia y al mundo, retorne a su mente. Fue en 1894. Alfredo Dreyfus, capitán de artilleria, era un militar Lovegro, que honraba a su país sirviéndolo en el Ministerio de Guerra. Una noche, cuando terminadas las tareas del dia se entregaba al disfrute de los sencillos goces del hogar, una comisión llegó hasta su casa. Extrañado, preguntó de qué se trataba. No se lo dijeron, pero algo en el tono de quienes venían a arrestarlo, le puso en guardia. Un suceso muy grave debía haber ocurrido. Sin embargo, tenía la conciencia tranquila y al despedirse de su esposa que lloraba, la consoló diciendo: "Esto debe ser un error... pronto se aclarará". ¿De qué lo acusaban? Cuando lo supo, se sintió anonadado, como si un rayo hubiera caído a sus pies. Alta traición. La documentación reunida por el fiscal, tendía a demostrar que Dreyfus había entregado los planos del freno hidroneumático del obús de 120 mm. a una potencia extranjera, además de revelar detalles de la movilización de tropas destinadas a cubrir las fronteras del Este. Una carta sin fecha y sin firma, prometiendo datos sobre el "Manual de Tiro de Campaña", era el fuerte de la acusación. Peritos calígrafos afirmaron que la letra era de Dreyfus. La situación del procesado se agravó por la circunstancia de ser judío y de origen alemán. Todo le acusaba. Y el 22 de diciembre, el tribunal lo declaró reo de alta traición, dictando la tremenda sentencia: degradación pública y deportación a una posesión francesa en América. Días después, era enviado en un barco a la Isla del Diablo. La familia de Dreyfus y sus amigos no le abandonaron. Luego de varios años, su hermano Mateo reunió algunos elementos de prueba en su favor, logrando que el senador Scheurer Restner tomara su defensa. En un célebre debate trascendió que el teniente coronel Picquart habia ocultado importantes documentos que demostraban que el verdadero culpable era el comandante de infantería Esterhazy. El reclamo de la opinión pública obligó al procesamiento de ese milliar, pero el tribunal lo declaró inocente. Todo parecía perdido, cuando Emilio Zola publicó su célebre J'accuse" que repercutió hondamente en Francia. Una tentativa para procesar al escritor sólo sirvió para echar nuevas luces ante una opinión pública intensamente agitada. El coronel Henry era el falsificador de uno de los documentos que habían decidido la condena. Ante la evidencia, Henry se suicidó. Fue necesario traer a Dreyfus a Francia, y el 1º de julio de 1899, un Consejo Militar reunido en Rennes, si bien le encontraba culpable, halló circunstancias atenuantes, condenándosele a 10 años de prisión. Este fallo no convenció a nadie. Una ola de indignación recorrió a Francia y el mundo. ¡Se había cometido la monstruosidad de condenar a un inocente! El prejuicio racial provocó aun manifestaciones antijudías, pero el peso de la verdad se impuso. Al fin, el 12 de julio de 1906, el Tribunal Supremo declaró que no había la más mínima sombra de culpabilidad que pudiera empañar el nombre y la reputación de Dreyfus. De esto hacía una semana. Y ahora marcha el joven capitán de ayer, con el pelo encanecido, hacia el mismo sitio de su degradación. La tropa formada en cuadro, asiste a la ceremonia de la imposición de las insignias que le fueran arrancadas, en 1894. Luego le prenden en el pecho el distintivo de los caballeros de la Legión de Honor. Altos jefes le besan en las mejillas y luego saludan al comandante Dreyfus. Pasa en seguida la columna de soldados en formación de honor a los acordes de "La Mar.sellesa". Dreyfus no puede evitar ahora un velo de lágrimas que no logran empañar ese instante supremo en que, al rehabilitar a un hombre honrado, víctima de los prejuicios raciales, resplandece la gloria de la democracia francesa
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