La Buenos Aires de la segunda mitad del siglo XVIII, antes de convertirse en la capital del Virreinato (1776), era una precaria aldea de calles fangosas y oscuras donde la falta de iluminación nocturna propiciaba la delincuencia y convertía el simple tránsito en una actividad peligrosa. Para paliar esta situación, el 2 de diciembre de 1774, el entonces gobernador Juan José de Vértiz y Salcedo (apodado posteriormente el "Virrey de las Luminarias") proclamó un bando crucial para la modernización urbana. Esta normativa instauró el primer sistema de alumbrado público mediante el uso de faroles alimentados con velas de sebo. Inicialmente, la responsabilidad de mantener el servicio recayó en los propios ciudadanos. Las rudimentarias linternas (cajas de madera con papel o, más tarde, vidrio, protegiendo la vela) debían ser cuidadas, limpiadas y encendidas por un encargado designado en cada cuadra, generalmente el vecino o comerciante más cercano. Esta imposición era una carga pública y su incumplimiento, así como el daño a los faroles, se castigaba con multas severas. Cabe destacar la crudeza de la época: los esclavos que rompían un farol podían recibir hasta cincuenta azotes, mientras que sus amos debían costear la reparación. Aunque Vértiz mejoró y reglamentó el sistema en 1780, estableciendo un pago obligatorio a razón de "veinte centavos por puerta" para costear el servicio, la gestión a cargo de los vecinos resultó ineficaz. Los faroles a menudo quedaban sin vela o rotos, dejando la ciudad nuevamente en penumbras. Incluso los intentos de "privatizar" el servicio en 1788 y el cambio propuesto a aceite en 1792 fracasaron por falta de recursos y mala administración. A pesar de los problemas, el sistema de faroles evolucionó. Desde 1840, se intentó sustituir las velas por mecheros de aceite (a menudo de semilla de nabo o, insólitamente, grasa de yegua), un combustible que generaba rechazo y encarecimiento por las vedas al sacrificio de equinos. El primer hito tecnológico significativo llegó el 25 de mayo de 1823, cuando el ingeniero inglés James Bevans (bajo el gobierno de Martín Rodríguez e impulsado por Bernardino Rivadavia) realizó el primer ensayo de iluminación a gas en la Plaza de Mayo. Este experimento, que incluyó la iluminación de la casa de la Policía y la frase "¡Viva la Patria!" con caños de fusil, fue un éxito rotundo, aunque la implementación a gran escala fue lenta. En 1856, finalmente se instalaron los primeros gasómetros para proveer a las calles con faroles alimentados por gas obtenido de hulla importada. Paralelamente, la electricidad hizo su aparición. El 3 de septiembre de 1853 se registró la primera experiencia de iluminación eléctrica en Argentina, llevada a cabo por el dentista francés Juan Etchepareborda. Este apasionado de la ciencia, tras observar los avances en París, deslumbró a los porteños con demostraciones en su casa y, posteriormente, en la Plaza de Mayo (frente a la Recova Nueva) en 1854. La prensa de la época describió el fenómeno como una "aurora boreal". A pesar del asombro, la cautela de las autoridades porteñas postergó su adopción. Paradójicamente, la ciudad de La Plata se convirtió en la primera capital latinoamericana en contar con alumbrado público eléctrico en 1883, gracias a que Etchepareborda llevó su tecnología allí. Buenos Aires tuvo que esperar hasta el 29 de noviembre de 1893 para que se instalara la primera usina eléctrica que dio luz de forma permanente a la metrópolis. Más tarde, Jorge Newbery, desde su cargo municipal, promovió el uso de lámparas de filamento de tungsteno, consolidando la supremacía de la electricidad. #LuminariasBA #Vértiz #HistoriaColonial #AlumbradoPúblico #Recova #Electricidad1853 #mendozantigua
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lunes, 1 de diciembre de 2025
2 de Diciembre de 1774. 💡 La Conquista de la Noche: De Faroles de Grasa a la Luz Eléctrica en Buenos Aires
La Buenos Aires de la segunda mitad del siglo XVIII, antes de convertirse en la capital del Virreinato (1776), era una precaria aldea de calles fangosas y oscuras donde la falta de iluminación nocturna propiciaba la delincuencia y convertía el simple tránsito en una actividad peligrosa. Para paliar esta situación, el 2 de diciembre de 1774, el entonces gobernador Juan José de Vértiz y Salcedo (apodado posteriormente el "Virrey de las Luminarias") proclamó un bando crucial para la modernización urbana. Esta normativa instauró el primer sistema de alumbrado público mediante el uso de faroles alimentados con velas de sebo. Inicialmente, la responsabilidad de mantener el servicio recayó en los propios ciudadanos. Las rudimentarias linternas (cajas de madera con papel o, más tarde, vidrio, protegiendo la vela) debían ser cuidadas, limpiadas y encendidas por un encargado designado en cada cuadra, generalmente el vecino o comerciante más cercano. Esta imposición era una carga pública y su incumplimiento, así como el daño a los faroles, se castigaba con multas severas. Cabe destacar la crudeza de la época: los esclavos que rompían un farol podían recibir hasta cincuenta azotes, mientras que sus amos debían costear la reparación. Aunque Vértiz mejoró y reglamentó el sistema en 1780, estableciendo un pago obligatorio a razón de "veinte centavos por puerta" para costear el servicio, la gestión a cargo de los vecinos resultó ineficaz. Los faroles a menudo quedaban sin vela o rotos, dejando la ciudad nuevamente en penumbras. Incluso los intentos de "privatizar" el servicio en 1788 y el cambio propuesto a aceite en 1792 fracasaron por falta de recursos y mala administración. A pesar de los problemas, el sistema de faroles evolucionó. Desde 1840, se intentó sustituir las velas por mecheros de aceite (a menudo de semilla de nabo o, insólitamente, grasa de yegua), un combustible que generaba rechazo y encarecimiento por las vedas al sacrificio de equinos. El primer hito tecnológico significativo llegó el 25 de mayo de 1823, cuando el ingeniero inglés James Bevans (bajo el gobierno de Martín Rodríguez e impulsado por Bernardino Rivadavia) realizó el primer ensayo de iluminación a gas en la Plaza de Mayo. Este experimento, que incluyó la iluminación de la casa de la Policía y la frase "¡Viva la Patria!" con caños de fusil, fue un éxito rotundo, aunque la implementación a gran escala fue lenta. En 1856, finalmente se instalaron los primeros gasómetros para proveer a las calles con faroles alimentados por gas obtenido de hulla importada. Paralelamente, la electricidad hizo su aparición. El 3 de septiembre de 1853 se registró la primera experiencia de iluminación eléctrica en Argentina, llevada a cabo por el dentista francés Juan Etchepareborda. Este apasionado de la ciencia, tras observar los avances en París, deslumbró a los porteños con demostraciones en su casa y, posteriormente, en la Plaza de Mayo (frente a la Recova Nueva) en 1854. La prensa de la época describió el fenómeno como una "aurora boreal". A pesar del asombro, la cautela de las autoridades porteñas postergó su adopción. Paradójicamente, la ciudad de La Plata se convirtió en la primera capital latinoamericana en contar con alumbrado público eléctrico en 1883, gracias a que Etchepareborda llevó su tecnología allí. Buenos Aires tuvo que esperar hasta el 29 de noviembre de 1893 para que se instalara la primera usina eléctrica que dio luz de forma permanente a la metrópolis. Más tarde, Jorge Newbery, desde su cargo municipal, promovió el uso de lámparas de filamento de tungsteno, consolidando la supremacía de la electricidad. #LuminariasBA #Vértiz #HistoriaColonial #AlumbradoPúblico #Recova #Electricidad1853 #mendozantigua
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