Mientras sobrevivía con una modesta pensión. Hasta su muerte, todos los 23 de cada mes (aniversario de la muerte de su esposo Marcelo T. de Alvear, 23.3.1942) visitaba el Panteón Alvear del cementerio de la Recoleta y se sentaba junto a la tumba del ex presidente en una silla plegable luego de cambiar las flores blancas y rojas que daban color radical al sepelio. Tras cumplir el ritual, invitaba a almorzar al cuidador de la bóveda.
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