viernes, 17 de octubre de 2014

Plano Topográfico de la Provincia de San Juan, realizado por orden del Gobernador Domingo F. Sarmiento, en el año 1863 por el ingeniero Enrique Schade.



Mapoteca IV-121.
Archivo General de la Nación

Nylon y liguero de 1940

Imagen de la construcción de la entrada a la Penitenciaría de la Ciudad Capital de Mendoza (año 1906)




Fuente: Archivo Histórico de Mendoza

Mar del Plata. Inauguración de la nueva rambla, 1913



Documento fotográfico. Inventario 166642.
Archivo General de la Naciòn

Sala de encuadernación de la revista Caras y Caretas, 1911. Buenos Aires



Documento fotográfico. Inventario 169002.
Archivo General de la Naciòn

miércoles, 15 de octubre de 2014

Buenos modales en el bar (1956)

El libro CORTESÍA y buenos modales de María Adela Oyuela, escrito en 1956, ofrece consejos de cómo se debía actuar en una salida. Aquí, un repaso por algunas de aquellas normas de conducta social que se mantenían hace cincuenta años.  
–Modo de comportarse en restaurantes, confiterías, boites y bares americanos
Cuando se quiere tener una entrevista agradable, un rato de charla o una atención, y no se puede por algún motivo invitar a la propia casa, se adopta la solución actual, que consiste en recurrir a una confitería, restaurante, etc.
Las reducidas dimensiones de los departamentos modernos, las dificultades de servicio, de horario o de obtención de elementos adecuados, han contribuido a hacer de esta modalidad algo acostumbrado. A nadie, pues, le llama la atención recibir una invitación a tomar el té en tal o cual confitería, o a “tomar una copa” en este bar, a comer con Fulano y Mengano en aquel restaurante. Pero, si bien no existe un impedimento serio para resolver una situación de compromiso de este modo cuando se trata de dos o tres personas, puede haberlo cuando tenemos que invitar a muchos más, pues el presupuesto se aumenta de una manera exagerada.
Tratándose de relaciones nuevas que no conozcan nuestra casa, resulta mucho más cortés y significa en cierto modo admitirlas en nuestra intimidad, invitarlas a una reunión en nuestro domicilio, por pequeño que sea.
-Conozca bien a quién lleva a su casa
Es conocido el proverbial modo de ser argentino, que practica una política de “puertas abiertas” con sus relaciones, lo cual nos ha valido -sobre todo entre los extranjeros- fama de hospitalarios y generosos.
Hermosa fama, bien merecida y conservada; pero antes de llevar a nuestro hogar a un nuevo visitante, nos parece prudente conocer un poco su modalidad, educación y condiciones, a fin de evitar un posible y tardío arrepentimiento por haber actuado con precipitación. Para este previo conocimiento mutuo, resulta práctico invitar a lugares como los indicados, donde habrá oportunidad de estudiar más a fondo a los posibles amigos, y de obtener una impresión general sobre su carácter.
-Diferentes modos de invitar
La invitación para uno de estos establecimientos se hace por teléfono y con toda sencillez –como cuando invitamos al cine- salvo en el caso particular de que necesitemos conocer de antemano, y con exactitud, el número de los asistentes (por ejemplo, en ocasión de un homenaje, la celebración de una fecha, etc.). En estas circunstancias, la invitación se formula por tarjeta.
Las confiterías, salones de té, bares, restaurantes, etc., se dividen y clasifican en diferentes categorías, que ofrecen una gran diversidad de ambientes y son frecuentados por los públicos más heterogéneos. Aparte unos pocos establecimientos, tradicionalmente elegantes, el resto queda librado al capricho de la gente, que los pone de moda o les retira su favor, con la arbitrariedad más absoluta. Nadie ignora la inconstancia característica del gran mundo en ese sentido, engendrada probablemente por un insaciable deseo de novedad y de variación. Es muy comprensible que a las personas que “salen mucho” les resulte monótona y aburrida la frecuentación de lugares que ofrecen a otras, de vida doméstica, el atractivo de lo excepcional. El placer deja de serlo cuando se convierte en costumbre, y en tales condiciones suele preferirse cualquier cosa “diferente” de las conocidas, aunque sea de calidad inferior a aquellas que la costumbre ha acabado por gastar y desteñir.
Esto explica el éxito –de otro modo inexplicable- de algunos establecimientos que un buen día están de moda y se ven extraordinariamente concurridos, aunque dos días después vuelvan a la mediocridad y al anonimato. (…) De ahí la fugacidad de un auge que no tiene ninguna base sólida. Y de ahí también, cuando de invitar se trata, la necesidad de consultar las preferencias de nuestro invitado, para llevarlo no sólo a un sitio “de moda” sino a un ambiente donde, además, y sobre todo, pueda sentirse a gusto.
Vaya un ejemplo: si llevamos a una persona muy seria, bastante puntillosa, y convenientemente atiborrada de prejuicios, a un bodegón del bajo fondo, por pintoresco que sea, no es muy probable que nuestra elección resulte un acierto. 
-Cómo desenvolverse en esos sitios
Cuando se entra a un restaurante o confitería, los hombres se quitan el sombrero, por tratarse de lugares cerrados donde hay personas de ambos sexos. Son los últimos en sentarse y, antes de hacerlo, ayudan a las señoras acercando la silla a la mesa en el momento oportuno.
La ubicación de los asientos también se tiene en cuenta: las señoras o personas de más respeto se sitúan de frente a la entrada principal, teniendo derecho a la elección de la mesa y del lugar.
Si en algún momento una de las señoras de una mesa se pone de pie, los caballeros que la acompañan deben imitarla y permanecer así mientras ella no se retire. Si lo hace, los hombres vuelven a sentarse. De igual modo que al ocupar la mesa, los caballeros deben estar atentos al gesto con que una señora indique su intención de levantarse, para deslizar en su oportunidad la silla suavemente, y de ese modo facilitarle el paso. Si una señora o señorita se acerca a una mesa ocupada, por haber visto en ella a algún conocido, los hombres que estén en esa mesa se pondrán de pie, mientras la persona amiga los presenta. En caso de que lo juzguen oportuno, y siempre que la recién llegada esté sola, puede invitársele a integrar el grupo. En ningún caso se invitará a una persona sin su acompañante; y a su vez los invitados ocasionales deben por regla general, rehusar cortésmente, tratando de no prolongar la interrupción ocasionada por su presencia.
Un caballero no debe nunca –a menos de ser llamado especialmente- acercarse a una mesa ocupada por señoras solas o por una pareja, pues su intrusión puede ser indiscreta.
-Dónde dejar los paquetes y abrigos
Los abrigos, carteras, guantes, o pequeños paquetes, se colocan en una silla, al lado de su dueña. Si hay en el lugar un sitio destinado a guardarropa, o perchas, los hombres dejan allí sus sobretodos y demás accesorios; en caso contrario, siguen el mismo procedimiento que las señoras.
Es incorrecto y molesto colocar las prendas superfluas en los respaldos o brazos de los asientos de terceros, o quedarse con ellos sobre las rodillas; pero si no hay lugares disponibles, se elige la solución que provoque menos molestias a los demás.
-Pedidos al mozo (cuándo y quiénes los deben hacer)
Si alguna de las personas que se han dado cita llega con anticipación al lugar fijado (cosa que ocurre muy a menudo), puede elegir mesa y sentarse mientras espera, pero no debe hacer ningún pedido importante antes de la llegada de sus compañeros. Si el que se encuentra en tal situación es un hombre, en el momento de llegar la señora o señorita a quien espera, debe ponerse de pie, excusándose por haberse instalado, sin aguardar un poco. Si, por el contrario, es una dama (y esto habla muy mal del acompañante) no debe ni excusarse, ni ponerse de pie, pero tampoco habrá pedido nada al mozo antes de la llegada de su compañero, a menos que éste sea un amigo de mucha confianza, y no lo tome como una manera de echarle en cara su retraso.
Los pedidos al mozo o al camarero debe hacerlos (previa consulta con los demás) una sola persona que, como es lógico, será la que ha invitado, o en su defecto, la de mayor respeto, y la que presuntamente pagará el importe de lo que se consuma.
Entre personas del mismo sexo puede hacerse el pedido individualmente, pero manteniendo mucho orden y mesura y evitando aturdir al camarero con excesivos detalles.
Sea quien fuere el que haya invitado, todos los hombres que se sienten en torno a una mesa deben tratar de pagar la cuenta. Entre gente de edad aproximada, se puede repartir el gasto: “a la inglesa”, es decir, dividiéndolo en partes iguales (nunca en proporción a lo que ha tomado cada uno).
Si hay señoras, no es correcto repartir gastos contándolas por separado, y absolutamente inadmisible que ellas pretendan pagar, sea cual fuere su posición económica.
La conversación deberá ser agradable y en bajo tono de voz. Se evitarán las carcajadas estruendosas, los ademanes violentos, y las críticas sobre los demás.
Esta entrada fue publicada en CostumbresLibrosModasSiglo XX por Daniel Balmaceda, y etiquetada como.

Sobre las vías del Ferrocarril Trasandino, antes de la localidad de Las Cuevas. (año 1925) Mendoza




Huelga de Cocheros, 1899. Buenos Aires



Documento fotográfico. Inventario 21862.
Archivo General de la Naciòn

Micro Omnibus de la Empresa CITA. Marca COMMER Motor de 6 cilindro, 30 hp. circulaba en la Ciudad de Mendoza (foto año 1934)





De hombres, braguetas y complejos

De la palabra bragueta provienen las expresiones populares “dar el braguetazo”, que significa casarse por interés con una mujer rica; o “tal es un braguetero”, es decir, un hombre dado a la lascivia; o “es un hidalgo de bragueta” para referirse a un señor de bien, honorable y bien dotado.

El objetivo de la bragueta no era sólo facilitar el acto de orinar sino también el de fornicar y el de violar.


Es cierto, confesémoslo de una vez: sí, lo primero que las mujeres les miramos a los hombres son los ojos, pero un segundo después nuestra mirada se dirige automáticamente a la entrepierna masculina.

Este lugar en la topografía varonil se llama, en buen castizo, bragadura y su nombre proviene del término de bragueta, definida como “la abertura de los calzones, de las calzas o de los pantalones por delante” que, a su vez, es una extensión de la palabra braga, “cuerda con que ciñe un fardo, un tonel, una piedra, para suspenderlo en el aire”.

No siempre la ropa de hombre estuvo provista con este bien pensado diseño. La bragueta fue inventada por un desconocido “modisto” turco; su aplicación fue tan efectiva que se impuso y fue introducida en Europa en el siglo XIII.

Para entonces, los hombres de las ciudades, hidalgos, soldados y buenos cristianos cubrían sus piernas con calzas o calzones, ya que los pantalones estaban reservados a los rústicos trabajadores del campo o a los moriscos; podían ser de una pieza, cubriendo toda la pierna, o llegar hasta la rodilla y ajustarse en torno a ella junto a las medias que tapaban las pantorrillas. Estas medias primero fueron usadas por la gente humilde aunque con el paso del tiempo su uso se hizo extensivo a los hombres de todos los sectores sociales. 

La alta cintura de las calzas se ataba a la parte baja del jubón por medio de unos cordones. La bragueta era una pieza de tela que unía las dos perneras, cubría las partes pudendas masculinas y se hizo común la tendencia a rellenarla de forma exagerada y algo grotesca como ostentación de virilidad y manifestación de hombría. 

Según el historiador Allen Edwards, el objetivo de la bragueta “no era sólo facilitar el acto de orinar sino también el acto de fornicar y el de violar”. O sea, ellos, como siempre, a lo suyo. 

Su uso estaba tan extendido que hasta las armaduras tenían su bragueta metálica para proteger las partes pudendas de los soldados, caballeros y reyes.

De la combinación entre esta zona del cuerpo y la palabra bragueta provienen las expresiones populares “dar el braguetazo”, que significa casarse por interés con una mujer rica; o “tal es un braguetero”, es decir, un hombre dado a la lascivia; o “es un hidalgo de bragueta” para referirse a un señor de bien, honorable y bien dotado.

El modelo inventado por los turcos iba provisto de botones los cuales perduraron excluyentemente hasta la introducción de la cremallera. Ésta, también llamada cierre, fue inventada en 1893 por el muy práctico  estadounidense Whitcomb Judson.

Su idea empezó por los pies y los zapatos: a fines del XIX la gente se ataba el calzado, ya fueran zapatos o botas, con cordones, y los ajustaba. Judson inventó dos pequeñas cadenas metálicas que quedaban sujetas entre sí estirando una corredera entre ambas; lo patentó con el nombre de “abrochador y desabrochador de zapatos”; constituyó la Automatic Hook and Eye Company en la ciudad de Pensylvania y se asoció con Lewis Peter, quien pensó que no había que limitar este sistema de fijación al calzado, sino que podía sustituir todo lo que tuviera botones y corchetes.

Lo simplificaron y adaptaron a las prendas de vestir con tanto éxito que, hacia, 1900 vendían sus cremalleras a 35 centavos, tanto para las braguetas de los pantalones para hombres, como para las faldas de las mujeres. 

Desde entonces, la combinación de botones y cierres en los pantalones ha ido alternando según el capricho de los modistos con mayor o menor aceptación del público masculino generando incluso elecciones definitivas, ya que hay caballeros que sólo usan pantalones con un sistema de abertura y no con otro en virtud de preferencias estrictamente personales.

Pero el significado práctico y simbólico de la bragueta para los hombres sigue siendo el mismo, seducción incluida: facilitar todos los actos vinculados a su miembro, desde orinar a fornicar, con la ropa puesta y de parado, claro.

Patricia Rodón


Fuente: http://www.mdzol.com/nota/292518

martes, 14 de octubre de 2014

Limpiando el camino de nieve. Al fondo el Cristo Redentor y el Observatorio (año 1936) Mendoza




Cocina ambulante, 1925.



Buenos Aires

Documento fotográfico. Inventario 165466
Archivo General de la Naciòn

Camión Thornycroft de 2700 kilos de carga, en el Hotel Puente del Inca (año 1936) Mendoza




Playa El Recreo. Valparaiso. Chile (foto año 1936)


Puerto de Buenos Aires y ruinas de la aduana, c. 1895.



Documento fotográfico. Album Aficionados. Inventario 616.
Archivo General de la Naciòn

Foto Antigua. Las gafas televisión que nunca llegaron a ponerse de moda.

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lunes, 13 de octubre de 2014

Estación del Ferrocarril Trasandino en Cacheuta (década de 1910) Mendoza




Fuente: Archivo Histórico de Mendoza

Publicidad Gráfica de El Palacio de los Espectáculos. Babilonia Box. Ubicado en calle San Juan 731. Ciudad Capital de Mendoza (año 1945)




El Palacio de los Espectáculos. Babilonia Box. Ubicado en calle San Juan 731. Ciudad Capital de Mendoza (año 1945)

Estaba ubicado en calle San Juan, a 50 mts de calle José Vicente Zapata. Tenía capacidad para 10.000 espectadores, ring-side preferido (butacas numeradas) 320, ring-side 800 butacas, plateas 1500 butacas tribunas populares 7000.




Alfonsina Storni a la edad de 24 años, cuando publicó " La inquietud del rosal", 1916.


Documento fotográfico. Inventario 7767.
Archivo General de la Naciòn





Calle Gutierrez entre 9 de Julio y San Martín. Policia en su Garita de Tránsito (año 1935) Ciudad Capital de Mendoza




Ayer y Hoy 2012 - Capítulo 10 - "Mendozazo" Relato Coco Yáñez (Historia de Mendoza)








El reportero gráfico, Coco Yáñez, nos relata cómo vivió la protesta que tuvo lugar en las calles mendocinas el 4 de abril de 1972. Un antes y después de aquel día histórico que fue un hito y forma parte de la Memoria hoy.

Camión anti-disturbio utilizado por la policía de Mendoza, en la década de 1970.


domingo, 12 de octubre de 2014

Personal de la jefatura Política y la Policía del Departamento de La Paz, reunidos en el atrio de la Escuela Primera Junta (año 1930) Mendoza


Rosedal del Parque General San Martín (año 1929) Mendoza




Calle Reconquista. Buenos Aires 1929


Documento fotográfico. Inventario 10075
Archivo General de la Naciòn

Las cárceles mendocinas llenas de... portugueses

A fines del siglo XVIII, los soldados lusitanos que fueron apresados en la guerra de Santa Catarina (Brasil) fueron enviados a Mendoza. Y no eran pocos.


imagen
Durante fines del siglo XVIII, llegaron a Mendoza cientos de prisioneros portugueses americanos, luego del conflicto que mantuvieron el reino de España y Portugal y que se desarrolló en la banda oriental del continente sudamericano. Muchos de estos prisioneros, se establecieron en las inmediaciones de la ciudad y se destacaron por su habilidad en el comercio o en la agricultura.
Portugal, decime que se siente.
Por muchos años, los reinos de España y Portugal en Sudamérica estaban en permanente disputa.  A partir de 1761, Pedro de Cevallos conquistó con sus tropas los posesiones portuguesas de Colonia del Sacramento, Santa Teresa (Uruguay) y la villa de Río Grande (Brasil) . Tres años después, luego del tratado de París entre ambos reinos, la Colonia del Sacramento y la isla de San Gabriel volvieron a manos portuguesas; no así, San Miguel, Santa Teresa y Río Grande, que permanecieron en manos españolas. Pero el conflicto siguió y en 1775, los portugueses enviaron desde la isla de Santa Catarina, una gran expedición militar para confrontar con los españoles. En octubre de ese año, los lusitanos atacaron el territorio y tomaron varias ciudades. La reacción desde Buenos Aires no se hizo esperar y partió una flota para enfrentar a los invasores. A principios de 1776 los portugueses tomaron la villa de Río Grande.  Casi un año después, el rey Carlos III envió desde Cádiz una poderosa expedición, al mando de Pedro de Cevallos con el objetivo de tomar la Colonia de Sacramento. Así en febrero los españoles atacaron la isla de Santa Catarina, que estaba en manos de los portugueses. Después de unos meses, Cevallos, tomó con sus fuerzas combinadas a Colonia de Sacramento y los portugueses se rindieron. A pesar de ganar la guerra los españoles tuvieron que renunciar a los territorios conquistados de la isla de Santa Catarina y Rio Grande.
Sin pena ni gloria
Después que los españoles ganaran la guerra a los portugueses, los soldados y oficiales que estuvieron en Santa Catarina y otras zonas del conflicto, fueron enviados a Buenos Aires en varios buques.  Por una disposición, los soldados que fueron apresados Santa Catarina se enviaron a Mendoza y los de Colonia de Sacramento a Córdoba. Otros, en cambio, se establecieron en las pequeñas poblaciones de Luján, San Antonio de Areco, Pergamino, Baradero y Arrecife en la actual provincia de Buenos Aires.  Los prisioneros portugueses partieron desde la flamante capital del entonces Virreinato del Río de la Plata, en carreta y conducidos por el capitán Bernardo Gregorio de Las Heras. Luego de un penoso viaje de más de cuarenta días, los lusitanos llegaron a la plaza mayor de la ciudad de Mendoza y allí fueron distribuidos en diferentes lugares como algunas estancias de Luján de Cuyo, otros cuarteles militares y los más peligrosos, que fueron ubicados en la pequeña fortaleza de San Carlos en el Valle de Uco. También un grupo de portugueses partieron con algunos milicianos de la región hacia San Juan.  Entre los prisioneros, se encontraba uno oficial llamado Miguel Teles Menezes quien en poco tiempo y por sus grandes condiciones como militar, las autoridades locales le ofrecieron ser fiel al rey. Años más tarde, este militar cobraría trascendencia como comandante de frontera y uno de los fundadores del fuerte de San Rafael. En su mayoría, los prisioneros portugueses eran de origen americano. Muchos habían nacido en Santa Catarina, San Miguel, Praia do sul, Rio Grande, Itamaracá, San Francisco do sul, Pernambuco y Río de Janeiro. Los portugueses europeos eran veinte. Con la llegada de estos, la ciudad se alborotó y se podía ver que el miedo y el odio se hacía sentir en muchas personas, que los insultaban.  Luego de firmada la paz con el reino lusitano, las autoridades españolas ofrecieron a los prisioneros la posibilidad de regresar a sus lugares de origen en las colonias portuguesas. Muchos prisioneros optaron por quedarse en Mendoza y hacer una vida pacífica y laboriosa.

Aquellos lusitanos olvidados
Con el tiempo los "prisioneros" como se los conocían, se insertaron en la sociedad mendocina y algunos de estos nombres apellidos se empezaron a familiarizar. Así fue, el de Antonio Correa quien se dedicó a la albañilería o el de José Davila, quien plantó viñedos para la elaboración de vinos. Otro como Juan Rodrigues puso su propia pulpería como también don José Plácido Almeira y José Ignacio Oliveira. Además, de pulperos, viñateros o albañiles también se dedicaron a otros oficios como el caso de Patricio Fernandes, quien fue sastre; Manuel José da Acosta, talabartero y herrero como Juan Cayetano Freitas. Entre otros apellidos de origen portugués podemos mencionar a Ferreyra, Nuñes, Alvares, Bullones y Matos. Algunos de estos portugueses americanos, se dedicaron a la venta de pescado que recolectaban en el río o en las lagunas de Guanacache y según la tradición oral se dice que el nombre de la calle de los Pescadores, fue en homenaje a ellos. También, los portugueses que se quedaron fueron algunos de los artífices de la industria vitivinícola en nuestra provincia a principios del siglo XIX. Su experiencias en esta materia hizo que algunos productores comercializaran sus vinos en el litoral del territorio argentino.
Carlos Campana - las2campanas@yahoo.com.ar
Fuente: http://www.losandes.com.ar/article/las-carceles-mendocinas-llenas-de-portugueses
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