Con la llegada de la temporada de verano de 1969/70, una energía peculiar —casi festiva— comenzaba a recorrer los ánimos de muchos mendocinos, empujándolos hacia espacios donde la noche se desplegaba con una mezcla de indiferencia y magnetismo. Desde escenarios decorados con cierto delirio estético, entre bibliotecas de licores y largas barras de estaño, los habitués buscaban que sus vidas se deslicen con estilo y algo de vértigo. Lugares de popularidad constante, como Al Diablo, donde la intimidad cedía paso al ruido compartido y a la exploración de nuevas formas de espectáculo colectivo, convivían con la calma sofisticada de Stereo, donde la noche se vivía con elegancia y pausa. En Los Pájaros, espacio casi teatral, se desarrollaba buena parte de la vida nocturna Mendocina. Allí, entre murales de yeso, brebajes complejos y cerezas al maraschino envueltas en queso fundido, las noches se saturaban de humo, música y minifaldas. El gran estaño de Kangaroo se conviertía en plataforma de despegue para danzas que recordaban escenas de Antonioni, mientras que Tobago marcaba el inicio de una travesía por boliches que no conocían descanso. En calle Chile, La Cueva permanecía abierta sin importar el clima, compartiendo vereda con El Grillo, Guido’s Club y Happening, puntos de encuentro para quienes buscaban tragos y diversión sin pausa. Para los bailarines hambrientos y agotados, La Güeya ofrecía una carta generosa que iba desde chorizos criollos hasta mezclas exóticas, acompañadas por consomé caliente y salado. Y cuando la madrugada avanzaba, los carritos de Don Claudio esperaban pacientes en Tiburcio Benegas al 700, con una oferta variada que saciaba tanto a locales como a turistas. #MendozaNocturna #VidaUrbana #BolichesHistóricos #RitualesCuyanos #CulturaPopular #ArchivoVisual #CuraduríaNocturna #PaisajeSocial #MemoriaColectiva #EscenaMendocina #Microhistoria #NocheYCiudad #Mendozantigua #Mendoza
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jueves, 7 de agosto de 2025
Mendoza nocturna: rituales urbanos entre humo, música y deseo en 1969.
Con la llegada de la temporada de verano de 1969/70, una energía peculiar —casi festiva— comenzaba a recorrer los ánimos de muchos mendocinos, empujándolos hacia espacios donde la noche se desplegaba con una mezcla de indiferencia y magnetismo. Desde escenarios decorados con cierto delirio estético, entre bibliotecas de licores y largas barras de estaño, los habitués buscaban que sus vidas se deslicen con estilo y algo de vértigo. Lugares de popularidad constante, como Al Diablo, donde la intimidad cedía paso al ruido compartido y a la exploración de nuevas formas de espectáculo colectivo, convivían con la calma sofisticada de Stereo, donde la noche se vivía con elegancia y pausa. En Los Pájaros, espacio casi teatral, se desarrollaba buena parte de la vida nocturna Mendocina. Allí, entre murales de yeso, brebajes complejos y cerezas al maraschino envueltas en queso fundido, las noches se saturaban de humo, música y minifaldas. El gran estaño de Kangaroo se conviertía en plataforma de despegue para danzas que recordaban escenas de Antonioni, mientras que Tobago marcaba el inicio de una travesía por boliches que no conocían descanso. En calle Chile, La Cueva permanecía abierta sin importar el clima, compartiendo vereda con El Grillo, Guido’s Club y Happening, puntos de encuentro para quienes buscaban tragos y diversión sin pausa. Para los bailarines hambrientos y agotados, La Güeya ofrecía una carta generosa que iba desde chorizos criollos hasta mezclas exóticas, acompañadas por consomé caliente y salado. Y cuando la madrugada avanzaba, los carritos de Don Claudio esperaban pacientes en Tiburcio Benegas al 700, con una oferta variada que saciaba tanto a locales como a turistas. #MendozaNocturna #VidaUrbana #BolichesHistóricos #RitualesCuyanos #CulturaPopular #ArchivoVisual #CuraduríaNocturna #PaisajeSocial #MemoriaColectiva #EscenaMendocina #Microhistoria #NocheYCiudad #Mendozantigua #Mendoza
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