lunes, 2 de febrero de 2015

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Daniel Balmaceda

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Santas: desnudez y éxtasis erótico

En la lucha entre el cuerpo y el espíritu, el Bien y el Mal y la salud y la enfermedad, estas mujeres ganaron su alma perdiendo la vida. Y rechazaron el poder mediador de la Iglesia para entrar, con su propia piel, en contacto directo con Dios. O con el Diablo.
Durante la Alta Edad Media, la mujer y el hombre no podían quedarse desnudos más que en el lecho, el sitio donde tenía lugar la procreación. De ahí que el lecho fuera sagrado porque para los paganos la fecundidad, el embarazo, el tener hijos era una de sus estrategias de supervivencia. 

Pero para los cristianos el desnudo tenía un significado diferente, ya que el bautismo se llevaba a cabo en una pileta cercana a las iglesias en la que hombres y mujeres entraban al agua para salir de ella, como nuevos seres creados sin pecado. Es decir, el desnudo cristiano representa a un ser creado; el desnudo pagano, a un ser procreador, con una clara implicancia de lo sexual y lo genital. 

La Iglesia señalaba que el matrimonio era la única solución para aquellos que no podían “elevarse” de las ataduras del cuerpo conservando la virginidad y manteniéndose castos y célibes. Pero alentaba más a los hombres que a las mujeres a tomar los hábitos, ya que las jóvenes tenían como mandato principal la concepción.

Sin embargo, el discurso eclesiástico proponía constantemente el modelo de los santos, desde la iconografía de las iglesias y monasterios a la difusión de las hagiografías. Y la aspiración de santidad en las mujeres comenzó a ser una alternativa poderosa sobre todo para las jóvenes adolescentes que, como producto de la combinación de una serie de complejos factores sociales, rechazaban la “cárcel” del matrimonio para elegir la libertad de la celda monacal. 

Primero monjas, muchas de estas mujeres que elegían con voracidad el camino de la castidad, la oración, el silencio y la penitencia se convirtieron en fanáticas del ayuno místico para estar más cerca de Dios. Lo llamativo es que, como las brujas, sus contemporáneas en versión maligna, llegaron al extremo de no ingerir alimentos, convirtiéndose en víctimas de la anorexia. 

Recordemos que este término deriva del griego orexis y significa apetito, voluptuosidad, deseo. Por lo tanto, estas doncellas con aspiraciones de santas creaban en sus mentes, cultivaban con dedicación la falta de deseo, de cualquier deseo, empezando por los que se imponen al cuerpo como el apetito.

En una ecuación extraña en el debe y el haber del Cielo, muchas de estas mujeres llegaron a la santidad, pasando antes por la enfermedad, el éxtasis religioso, el delirio y la muerte Y mientras más “flacas”, desnutridas y sucias, más santas; mientras más vomitaban los alimentos, más elegidas por Dios; mientras menos glóbulos rojos y más anemia, más cerca del Paraíso.

En la lucha entre el cuerpo y el espíritu, el Bien y el Mal y salud versus enfermedad, estas mujeres ganaron su alma perdiendo la vida. Entre ellas, Hildegarde (1098-1179), Clara de Asís (1139-1253), Hadewijch (circa 1240), Catalina de Siena (1347-1380) y Juana de Arco (1412-1431).

Entre la cordura y la gordura, el ascetismo extremo que cultivaron estas mujeres era sospechoso de herejía; el rechazo constante a ingerir alimentos, los vómitos constantes y la inanición crónica llevaron a cientos de jovencitas a proclamar sus visiones de Cristo, el cual, decían, las alimentaba con su sangre y su cuerpo, y profundos éxtasis eróticos que mantenían en vilo a la Iglesia. 

El no comer era la máxima desobediencia a los mandatos de la Iglesia ya que la comida es un símbolo de pertenencia a una comunidad y un signo de acatamiento a las normas establecidas por la sociedad ya que había que alimentarse para reproducirse. Es decir, el ayuno místico era para estas jóvenes la gran transgresión.

Un acto de rebeldía altamente sospechoso para la desconfiada Iglesia, porque ¿cómo podían los sacerdotes estar seguros de que se hallaban ante una auténtica mística y no ante una verdadera bruja? Ambas mujeres sirven a seres superiores, comparten la clarividencia y la profecía, pueden levitar, tienen estigmas en su cuerpo, tienden a desnudarse en público y caen en alarmantes éxtasis eróticos.

Pero lo más preocupante era que santas y brujas, en su ascetismo místico o en su perfidia demoníaca, representaban una amenaza para las autoridades religiosas porque desafiaban con su escape “de este mundo” las reglas del mundo eclesiástico. Y lo peor: rechazaban el poder mediador de la Madre Iglesia para entrar, con sus propios cuerpos, directamente en contacto con Dios. O con el Diablo.

Patricia Rodón
Fuente:http://www.mdzol.com/nota/322516
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