El matrimonio sería una interminable fuente de infelicidad para la niña Remedios. (Foto cronologicosdigital.com.ar)
No el héroe, sino el hombre que soñó, amó, padeció enfermedades, que tuvo amantes, mal carácter, debilidades, amigos y enemigos, mantuvo numerosas batallas "cuerpo a cuerpo" con varias mujeres. Fue un marido cruel y un general enamoradizo de lo que Mendoza fue testigo y cómplice.
La figura de José de San Martín ha tenido múltiples lecturas a lo largo de la historia argentina. Los estudios sobre su vida y su obra se cuentan por miles, en especial, aquellos que analizan su carrera y talento militar, su papel protagónico en la gesta libertadora y los pormenores de su tarea política inspirada en una ideología revolucionaria.
Pero también su figura ha sido abordada desde el hombre, desde la persona que soñó, que amó, que padeció enfermedades, que tuvo amantes, mal carácter, debilidades, amigos y enemigos. Estudios más recientes iluminan los aspectos humanos del héroe máximo del panteón argentino para mostrarlo lejos del bronce y de a pie, como un hombre de su tiempo, que respondía a la educación patriarcal, machista y autoritaria de la época.
Uno de los aspectos más reveladores para acercarnos al San Martín hombre, ya lejos de la hagiografía escolar, es su relación con las mujeres. En efecto, las mujeres fueron muy importantes en la vida del soldado José.
La primera mujer influyente en el joven José fue su madre. ¿Pero quién fue realmente su madre? Hace unos años un investigador afirmó que San Martín no sólo era un hijo bastardo, sino un mestizo puesto que su madre había sido una india guaraní; decía que el Libertador no era hijo de Gregoria Matorras y Juan de San Martín, sino de Diego de Alvear y una misteriosa india. A la áspera polémica, verdadera batalla entre historiadores, que desataron estas afirmaciones se sumó la aparición del libro de memorias de María Joaquina de Alvear y Sáenz de Quintanilla, hija de Carlos de Alvear. En el libro -perdido, encontrado y ocultado durante muchos años-, María Joaquina afirmaba ser “sobrina carnal, por ser hijo de mi abuelo el señor Don Diego de Alvear y Ponce de León habido con una indígena correntina, del general Don José de San Martín”.
Después de la revisión de documentos, de la renovada búsqueda de la perdida partida de bautismo de San Martín y de diferentes análisis, el tema de la condición bastarda y la sangre india de quien sería el Libertador de Argentina, Chile y Perú ha perdido no interés, sino posibilidades reales de verificación puesto que las huellas documentales sobre ese tramo de su vida son muy escasas.
Remedios tenía 15 años cuando se casó.
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San Martín: un marido cruel
María de los Remedios Carmen Rafaela Feliciana de Escalada se convirtió en la esposa de José de San Martín a causa de los intereses políticos y económicos de su padre. Ella tenía 15 años y él 34. Se conocieron en una de las tertulias que organizaban las familias para que las señoritas casaderas encontraran un buen partido.
Hacía poco que San Martín había regresado a Buenos Aires después de su ajetreada vida militar en España; sus biógrafos señalan que José admiró la inocente belleza de Remedios y dijo, con palabras más verosímiles en un poeta que en un soldado, “esa mujer me ha mirado para toda la vida”. Entregada por ambición de poder, presa en un arreglo político, el noviazgo de Remedios y José duró apenas unos pocos días y se casaron el 12 de setiembre de 1812.
El matrimonio sería una interminable fuente de infelicidad para la niña Remedios. Recién casados, San Martín quemó en una gran hoguera todos los vestidos de seda de la joven esposa, le dejó sólo tres atuendos sencillos y descoloridos.
En 1814, ya como gobernador intendente de Cuyo, San Martín mandó a llamar a Remedios; ella viajó en compañía de un puñado de amigas y de su criada Jesusa, una mulata que la había acompañado desde niña. Cuando llegó a Mendoza con ocho días de retraso a causa de los imprevisibles problemas que en el arduo camino sufrió la diligencia, San Martín la recibió con una mirada gélida, con distancia y no ocultó su rechazo debido a los baúles que Remedios había traído consigo; su bienvenida consistió en brindarle una serie gritos vulgares con los que la humilló en público.
Como la recibió, la abandonó en una casa sencilla, cercana a la Plaza de Armas y al Cabildo, a la que San Martín raramente volvía: prefería el campo del Plumerillo, las reuniones secretas de la Logia Lautaro y encuentros nocturnos en los que política y guerra eran sinónimos. Las citas furtivas con mujeres quedarían enmascaradas detrás de las tareas urgentes que demandaba la organización del Ejército de los Andes.
Remedios enfermó de tuberculosis un año después de llegar a Mendoza y San Martín apenas le prestó atención a las dolencias crecientes de su mujer; inclusive su embarazo de Merceditas pasó casi desapercibido para el general. Sin embargo, él mismo padecía de varias enfermedades crónicas que lo postraban en la cama: sus problemas de columna, reuma, ataques de gota y de bilis y extrañas fiebres fueron atendidas diligentemente por Remedios. Los dolores de San Martín eran suavizados con láudano y tisanas de amapolas; los de Remedios –un aborto espontáneo, ataques de tos, mareos, desmayos, fiebre y debilidad- con viajes a Buenos Aires en galera, expuesta al frío y al calor del camino interminable, para que la cuidara su familia. En todo ello, San Martín estuvo ausente.
Convivieron sólo cinco años. Cuando Remedios empeoró, en 1819 San Martín la despachó casi sin despedirse a la casa de sus padres. La condenó una vez más a un penoso y sofocante trayecto en diligencia junto a Merceditas, de apenas tres años, con un puñado de soldados como escolta y un carro con un ataúd de madera detrás por si la tísica moría en el viaje. Todo un detalle. Ya con su familia, la correspondencia de Remedios con su esposo fue primero esporádica y luego nula.
Enterada por Tomás Godoy Cruz de que su marido había regresado a Mendoza a la chacra de Los Barriales al cabo de su gesta libertadora, Remedios le pidió con insistencia que viajara a Buenos Aires a verla. Pero él se negó con distintos argumentos. Consumida, con 20 kilos de peso y devorada tanto por la enfermedad como por la impotencia, murió en agosto de 1823 a los 25 años. San Martín llegó tres meses después a la casa de los Escalada a buscar a Merceditas, que casi no lo conocía, para irse con ella a Europa. El último gesto para la mujer que lo había “mirado para toda la vida” fue colocar una escueta y casi miserable lápida: “Aquí yace Remedios Escalada, esposa y amiga del General San Martín”.
San Martín en una obra de Fidel Roig Matons.
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El héroe infiel: sexo y pólvora
Las infidelidades del Padre de la Patria fueron numerosas y las mujeres con las que mantuvo amoríos no fueron pocas. Como era costumbre entonces, el adolescente José debutó sexualmente a los 16 años con una prostituta. Más tarde, en un prostíbulo de Cádiz conoció a Josefa, una vivaz “cuartelera” de quien hará “una compañera de armas” en su vida de joven militar. Luego, será el turno de Lola, de Badajoz, una mujer mayor que él, quien lo instruyó en las secretas batallas que se libran entre las sábanas.
Cuando estaba al mando del Ejército del Norte se hizo evidente la manifiesta intimidad que San Martín mantuvo con Juana Rosa Gramajo Molina, esposa del dueño de una de las estancias en las afueras de Tucumán en la que se hospedó; Juana era bella, atrevida y la mejor amiga de la amante de Manuel Belgrano.
Aunque en Mendoza asumió el papel que hoy sigue representando, el de "un cristiano que por su edad y sus achaques ya no puede pecar", los biógrafos destacan, puesto que hay pruebas documentales, las relaciones que San Martín mantuvo con varias mujeres estando ya casado con Remedios.
Una de ellas fue Jesusa, la mulata que había acompañado a Remedios desde su infancia. José, atraído por la bella criada y enredado en sus encantos, la sedujo y fue correspondido; cuando “devolvió” a Remedios a su familia ordenó, misteriosamente, que Jesusa no la acompañara sino que se quedara en Mendoza para levantar la casa. La esclava no se despidió de Remedios, pasó a Chile junto a San Martín, tuvo un hijo con él e incluso llegó hasta Perú con el Libertador. Allí fue rechazada y regresada a Mendoza, donde por orden del mismo San Martín fue vendida en un acto público en 1820 por 160 pesos.
También en Mendoza sostuvo un intenso romance con María Josefa Morales de los Ríos, una joven viuda mexicana; la relación fue tan intensa, que el entonces gobernador intendente no sólo tenía su guardarropa en su casa, sino que ésta se convirtió en la residencia habitual de San Martín. La dama fue distinguida con las más caballerosas atenciones del general que la llamaba su “amiga”. Incluso antes de partir a Perú, le encargó al administrador de la chacra de Barriales “cuidar mucho a mi señora Doña María Josefa Morales de los Ríos” y suministrarle lo que ella quisiera “en los términos que a mi mujer propia”.
Al llegar a Perú no pudo resistirse a la encantadora sonrisa de Fermina González Lobatón, dueña de la estancia azucarera de San Nicolás de Supe, y aunque se dice que tuvo un hijo con ella, no hay pruebas que lo corroboren. Ya en Lima, declarado Protector de Perú, fue literalmente arrebatado por la belleza de Rosa Campusano, una audaz joven que había actuado como espía para los patriotas; el romance duró más de un año y los amantes no lo ocultaron, puesto que Rosa lo visitaba diariamente y los sábados por la noche asistían juntos a las fiestas que la ciudad le ofrecía al heroico San Martín. Estos amores, a la vez clandestinos y públicos, escandalizaron a la alta sociedad peruana, tradicional, tolerante e hipócrita.
Cuando viajó a Guayaquil en busca de Simón Bolívar, San Martín conoció a una bella viuda llamada Carmen Mirón y Alayón, con quien tuvo un hijo de nombre Joaquín Miguel de San Martín y Mirón y sus descendientes llevan este apellido hasta hoy.
En sus batallas “cuerpo a cuerpo” con las mujeres, el San Martín hombre fue mucho menos heroico que el prócer; el San Martín que bebía mucho, besaba y enamoraba a las damas fue una suerte de Don Juan andino, un marido cruel y autoritario y un estratega tan brillante como egoísta que sólo tuvo ojos para la esquiva, olvidadiza e ingrata Patria que lo aplaudió, negó, repudió y volvió a amarlo. Como sus mujeres.
Fuentes: Romances turbulentos de la historia argentina, de Daniel Balmaceda. Buenos Aires, Norma, 2008; Diario íntimo de San Martín, de Rodolfo Terragno. Buenos Aires, Sudamericana, 2009; San Martín. De soldado del Rey a héroe de la nación, de Beatriz Bragoni. Buenos Aires, Sudamericana, 2010; Don José. Vida de San Martín, de José Ignacio García Hamilton. Buenos Aires, Sudamericana, 2000;Nueva historia del Cruce de los Andes, de Pablo Camogli. Buenos Aires, Aguilar, 2011; “Remedios de Escalada. La dama del destino triste”, de Adriana Micale enMujeres argentinas. El lado femenino de nuestra historia. Buenos Aires, Alfaguara, 1998; Mujeres tenían que ser. Historia de nuestras desobedientes, insurrectas, rebeldes y luchadoras. Desde los orígenes hasta 1930, de Felipe Pigna. Buenos Aires, Planeta. 2012.
Patricia Rodón
Fuente: http://www.mdzol.com/nota/410843/