El Tiempo, las costumbres, la tecnología fueron las causas por las que paulatinamente desaparecieron los vendedores ambulantes de antaño, que con sus carros recorrían las calles de la ciudad pregonando su mercadería. Junto a ellos desfilaban otros que llevaban su taller a cuestas: el cardador de lana o el afilador, único supérstite de aquel tiempo, que hoy como antaño, montado en su bicicleta sigue con sus recorridas rasgando el aire con su silbato como lo hacía hace 50 o 60 años.
Pero ya se fueron el panadero, con su canasta olorosa a pan fresco, el hielero, el achurero, el vendedor de ropa y otros tantos otros, cuyos pregones se perdieron en un recodo del tiempo
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