Desde
mediados del siglo XIX, el ferrocarril se convirtió en un poderoso sistema
sanguíneo capaz de irrigar vida a todo nuestro país. Un hecho social, y una
casta orgullosa de su ser ferroviario. Luego sobrevinieron la privatización y
el desmantelamiento. Hoy mientras ciertas ciudades del interior resignifican
sus estaciones, algunos sueñan con escuchar otra vez, a lo lejos, el ronroneo
potente del tren.
Durmientes
y vías esperan, como en un sueño, que el paso de la locomotora los despierte de
décadas de triste letargo. El sistema
ferroviario llegó a tener 35.746 kilómetros de red operable, la más larga del
continente. Nuestro sistema ferroviario llegó a tener 60.000 propiedades,
220.000 empleados, 37 talleres con miles de máquinas y repuestos, más de 3000 locomotoras,
60.000 vagones, 1600 estaciones.
En un
comienzo el trazado ferroviario fue una
iniciativa Europea, luego los primeros ramales como el Ferrocarril Oeste,
fundado en 1857, se hicieron con capitales Argentinos. Luego que comenzaron a
extenderse por toda la zona pampeana
pasaron a ser monopolio Británico. Asociados con la oligarquía Argentina, esos
trenes se usaron tanto para expandir la frontera contra el Indio para sentar
las bases de un sistema agro exportador que favorecía sus políticas coloniales.
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