Caperucita, más doncella que niña, se deja seducir por el lobo, cede ante el peligro, se deja llevar por el principio del placer y se desviste y se mete en la cama.
Las versiones que conocemos hoy de los cuentos infantiles más famosos son, justamente, adaptaciones de historias llenas de violencia, detalles macabros y alusiones sexuales explícitas. Estos relatos provienen de la tradición oral de Edad Media europea y el público era adulto. Autores como Charles Perrault y Madame D'Aulnoy escribieron sus versiones para entretener a los cortesanos y a las damas; eran pícaros y eróticos porque tenían una doble intención.
Sólo en los siglos XIX y XX, cuando la figura del niño se acepta como un individuo singular, comenzaron a asociarse a la literatura infantil gracias a las adaptaciones “forzadas” de los hermanos Grimm, quienes se cansaron de aclarar que no escribían para niños pero derrotados terminaron corrigiendo los textos eliminando la violencia y detalles truculentos y suplantando los finales trágicos por finales felices.
Todos conocemos el cuento de Caperucita Roja, la niña de capa roja que, por desobedecer a su madre y hablar con un extraño en medio del bosque, es engañada y termina en la cama con el lobo. En la fábula, el diálogo entre el lobo y la niña, a través de una serie de preguntas y respuestas, contiene una enorme dosis de crueldad y erotismo que va creciendo hasta la conocida frase “¡Para comerte mejor!”.
El cuento es anónimo, sus orígenes pueden rastrearse en la más antigua tradición medieval y se transmitió de manera oral durante siglos. Mostraba la contraposición entre el pueblo y el camino seguros y el bosque lleno de peligros y tenía una clara intención moralizante (las niñas y las doncellas no deben desviarse del camino ni hablar con desconocidos).
Su simbolismo apuntaba al inconsciente: la capa roja señalaba no sólo la sangre de la víctima sino la de la mujer virgen; el lobo -con sus ojos, orejas, “manos tan grandes” y demás- al hombre que la “comería”, la tomaría, la violaría; representa las tendencias primitivas del hombre, satisfacer el placer, que en este caso sería “comer”, tener sexo; la cofia, el camisón y la cama de la abuelita implicaban vestimentas y escenarios íntimos de las mujeres arrebatados por el lobo.
Caperucita, más doncella que niña, se deja seducir por el lobo, cede ante el peligro, se deja llevar por el principio del placer y se desviste y se mete en la cama. No huye, no se rehúsa, no duda. Al ingrediente sexual, se le agrega el del sadismo y la perversión: sexo con un animal, explica Bruno Bettelheim en Psicoanálisis de los cuentos de hadas (Crítica, 2006).
Como ocurre con otros cuentos tradicionales infantiles, las versiones cambian y hubo autores que se encargaron de suavizar la crueldad y la violencia sexual y hacerlos más inocentes. Por ejemplo, en su Belle au bois dormant (La bella durmiente del bosque) Charles Perrault (1628-1703) eligió un final feliz para la princesa. Pero en la versión más antigua, de Giambattista Basile (1575-1632), Il Pentamerone (El pentamerón), el príncipe encuentra a la bella dormida, la viola y desaparece. Meses después, ella da a luz a dos gemelos que serán quienes la despierten. Del príncipe no se vuelve a saber nada.
Perrault fue el primero en poner por escrito el cuento de Caperucita, que incluyó, junto a la Bella durmiente y El gato con botas, entre otros, en su libro de 1697 Histoires ou contes du temps passé. Les Contes de ma Mère l'Oye (Historias y cuentos de tiempos pasados. Los cuentos de Mamá Oca). El autor cambió el relato por completo pues acentuó el mensaje moral (las doncellas no deben hablar con extraños) pleno de dobles intenciones y suprimió la escena en el que el lobo invita a la niña a comer la carne y a beber la sangre de la abuelita descuartizada antes de meterla en la cama.
La versión más difundida y la que hoy conocemos es la de los hermanos Grimm, quienes reelaboraron el cuento en una interpretación más inocente y con un final feliz casi por obligación. Junto a otros relatos provenientes de la tradición oral, la publicaron en Cuentos para la infancia y el hogar (1812). Esta colección fue ampliada y “corregida” según la escandalizada demanda de los lectores adultos en 1857 y se conoce como Cuentos de hadas de los hermanos Grimm.
Además del relato de Perrault tomaron como fuente el de Ludwig Tieck, Vida y muerte de la pequeña Caperucita Roja. Una tragedia (1800), donde aparece por primera vez la figura del leñador (que simboliza la figura del padre) personaje heroico que mata al lobo y rescata a Caperucita y a la abuela ¡vivas! del mismísimo vientre del maligno devorador de mujeres.
En esta interpretación, los Grimm minimizaron los ingredientes eróticos, omitieron las alusiones sexuales y se autocensuraron respondiendo a las críticas de sus contemporáneos.
Patricia Rodón