En Buenos Aires, en el año 1753, un tal Blas y un zapatero de apellido Aguiar construyeron un modesto galpón en la manzana de Perú, Alsina, Chacabuco y Moreno. Allí armaron un par de funciones de títeres y no mucho más porque el tal Blas debió abandonar la ciudad: se descubrió que estaba casado en España y que su mujer lo esperaba.
Juan José Vertiz -en su época de gobernador, antes de ser virrey- consideró que podía aprovecharse el lugar para hacer fiestas de máscaras y recaudar dinero para los necesitados. Los porteños, ávidos de pachanga, encontraron una nueva forma de entretenimiento.Aquella fue la primera disco que tuvimos por estas tierras. Pero, a pesar del éxito de los bailes, el público comenzó a menguar. Y el culpable de que cada vez concurriera menos gente se llamó José Costa. Era fraile de San Francisco y durante las misas advertía lo pecaminoso y ofensivo que resultaba ese entretenimiento nocturno.
“¡Hermanas mías, ya no sois mis hermanas, estáis impuras!”, se quejaba el fraile. Su prédica tuvo éxito ya que muchos se convencieron de que estaban pecando; y los que no, por temor a la ira del Todopoderoso, prefirieron mantenerse lejos del lugar.
Cuando Vertiz se enteró de los sermones de Costa, encomendó al fraile Roque González la tarea de persuadir a los feligreses de que Dios no se ofendería si bailaban y que “es voluntad de Nuestro Soberano que haya bailes y diversiones”. En aquella homilía, González aseguró que “el Señor Baile puede contraer matrimonio con la Señora Devoción”. El galpón volvió a estar de moda y allí se bailó durante tres años hasta que el rey Carlos III prohibió los bailes públicos en 1774. La primera disco porteña cerró sus puertas.
Fuente: http://blogs.lanacion.com.ar/historia-argentina/costumbres/bailes-prohibidos-en-1774/
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