martes, 8 de enero de 2019

Desde el ocaso de la vida - Por Luciana Sabina Sintiendo que no llegaría al Centenario de 1910, Mitre virtualmente cerró su paso por el mundo aquella tarde de junio de 1901. (Por Luciana Sabina)

Con motivo de los 80 años de Bartolomé Mitre (1821-1906), Buenos Aires se vistió de fiesta en su honor. Los agasajos incluyeron la visita del presidente Roca al hogar de Don Bartolo (en la foto) y en la azotea del mismo el agasajado dio un discurso memorable: "Me encuentro en presencia de tres generaciones -señaló al público presente-, a las que he acompañado colaborando en su obra; y me siento poseído en este día de la más profunda y cordial gratitud por la benevolencia de mis contemporáneos, cuya felicidad ha sido el anhelo de mi vida, como soldado, como ciudadano, como jornalero y como gobernante (…). El 25 de Mayo de 1910 será el gran jubileo de la patria de los argentinos (…). Yo saludo desde mi ocaso la aurora de ese memorable día venidero (…) digo a la sombra de los largos años, a los que alcanzaran a ver renacer las luces seculares del sol de Mayo, que marchen con aliento hacia adelante, recordando el consejo del poeta del 'Salmo de la Vida', de vivir sin tregua en lo presente, y dejar a lo pasado enterrar sus muertos". 
Sintiendo que la muerte le arrebataría llegar a los festejos del Centenario, Mitre cerró virtualmente su paso por el mundo aquella tarde. Aunque tardaría en irse definitivamente algunos años más. Sus palabras deslizan la elegancia de una pluma épica, embebida en victorias y derrotas. Desde 1903 se había retirado de las actividades políticas y dedicaba su tiempo a escribir, primordialmente. Refugiado en la segunda planta de su hogar -actual Museo Mitre- contemplaba a Buenos Aires desde los ventanales que llenan de luz el espacio, aunque pasaba la mayor parte del día en su inmensa biblioteca, ordenada por continentes.  Quienes lo cruzaban por las calles veían a un anciano alto y delgado. Siempre pulcro y bien arreglado; aún con una copiosa cabellera castaña y manos grandes, una de las cuales sostenía en todo momento un habano.  Era "en esos años, como había sido siempre -nos cuenta su biógrafo José S. Campobassi-, un hombre impasible y sereno, silencioso y meditativo, paciente y tenaz.
Le gustaba la soledad para poder dedicarse durante horas y horas a sus lecturas y estudios. Pero no rehuía reunirse con sus amigos para charlar, jugar con naipes o al billar". Sus pasos carecían ya de la firmeza con que supo llevar las riendas de una nación, al punto de hacer frente a una guerra. Porque, más allá de lo que muchos erróneamente creen, la Guerra de la Triple Alianza fue declarada por Paraguay. 
Paradójicamente, desde el ocaso de la existencia la visión suele mejorar. Las palabras de Mitre parecen confirmarlo. Detrás de las cicatrices que prefería ocultar, como la que una bala le causó en la cabeza, se escondían otras de mayor profundidad a las que aquella tarde dio luz. Desde la seriedad de percibirse efímero, nos pedía a principios del siglo XX vivir en el presente y "dejar a lo pasado enterrar sus muertos". Algo que aún los argentinos no logramos hacer del todo, a pesar del velo "revolucionario" de las últimas semanas.
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