Bienvenidos al sitio con mayor cantidad de Fotos antiguas de la provincia de Mendoza, Argentina. (mendozantigua@gmail.com) Para las nuevas generaciones, no se olviden que para que Uds. vivan como viven y tengan lo que tienen, primero fue necesario que pase y exista lo que existió... que importante sería que lo comprendan
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miércoles, 29 de octubre de 2014
Locomotora No. 36, año c.1880
Documento Fotográfico. Aficionados Inventario 216477
Archivo General de la Naciòn
martes, 28 de octubre de 2014
Un montón de mujeres locas
Neurastenia, clorosis e histeria estaban ligadas en el siglo XIX a la condición misma de la mujer. Los hombres confundirán desde entonces los síntomas de una enfermedad con las técnicas de seducción de una mujer, los delirios del orgasmo femenino o las provocaciones de una chica de la calle.
"Una lección del Dr. Charcot en La Salpêtrière", de Pierre André Brouillet (1886). (Foto hypnos.co.uk)
La intimidad de las mujeres evoluciona hacia fines del siglo XIX hacia un delicado equilibrio entre el deseo y el sufrimiento con un manifiesto miedo a la vida que la llevará, en muchos casos, a la parálisis de la voluntad y a una letal culpa.
Individuación, conocimiento progresivo del propio yo, pertenencia social más o menos precaria debido a la movilidad de las clases, indecisión, descontento, inquietud, agotamiento, perpetua adaptación a las reglas son sólo algunos de los síntomas de su sufrimiento.
El spleen de Baudelaire o el hastío de Alfred de Musset no se aplica solamente a los hombres sino también a las mujeres que padecían de un vacío en el alma y en el corazón. En ellas, se transformará en una verdadera desgracia mientras que en los hombres se convertirá, mezclada con una silenciada impotencia y el constante trajinar en la entrepierna de las amantes, en poesía.
La influencia de la mirada del otro incitan al descontento y incluso a la denigración; el temor al fracaso por no dar con lo que se espera genera en las mujeres un constante malestar que los médicos, obsesionados entre lo normal y lo patológico, traducirían como angustia, pánico, manía razonante, demencia lúcida, neurastenia, clorosis e histeria.
Los síntomas específicos del sufrimiento femenino tienen su origen, según la psiquiatría de la época, en su sexo, y sus trastornos fueron agrupados cómodamente bajo el término “la enfermedad de las mujeres”. La más precoz de estas enfermedades era la clorosis y hordas de pálidos “ángeles” de una blancura verdosa invaden la iconografía, pueblan las novelas y atestan la consulta del médico.
La tentación del angelismo, la exultación de la virginidad y el temor de la luz solar son algunas de las creencias que hacen que las familias mantengan a las jóvenes delicadas y débiles.
Por extraño que parezca hoy, la clorosis era atribuida a una disfunción del ciclo menstrual, de la matriz y a una manifestación involuntaria del deseo amoroso. Y la prescripción terapéutica era prohibir todo cuanto favoreciera la pasión en espera del verdadero remedio: el matrimonio.
En tanto la medicina avanzaba, los hombres velaban sobre el despertar del deseo femenino poniendo en práctica para estas jóvenes mujeres anémicas una suerte de higiene moral incitando al matrimonio a edades cada vez más precoces.
De allí, a la histeria sólo faltaba el lecho conyugal. La mujer histérica obsesiona la vida doméstica y rige las relaciones sexuales. Y durante decenas de años se consideró un mal específicamente femenino. La histeria había sido descripta en la antigüedad como la manifestación independiente del útero que actuara como un animal agazapado en el interior del cuerpo; es decir, el deseo era independiente de la conciencia de la mujer y la atravesaba. Los médicos del siglo XIX sostienen aún esta concepción destacando la función de la matriz y su misteriosa relación con el deseo.
Para ellos, la ovulación y la “regla” eran un misterio. Y esta “enfermedad” estaba ligada a la condición misma de ser mujer: una gran sensibilidad y ser más emocional, lo mismo que la hace buena madre y buena esposa. Esa misma casta esposa puede ser atravesada por esa fuerza natural interna, proveniente de su útero, y convertirla en una ninfómana.
De ahí que comenzara a aconsejar a los maridos temerosos de la sexualidad de su mujer, impotentes o lisa y llanamente infieles, la satisfacción razonable del deseo sexual de la esposa acompañada de dosis de ternura, en pro de una vida conyugal apacible. De esta manera la mujer desplegará sin riesgos su sensibilidad sin llevarla a una sensualidad excesiva y, por supuesto, amenazante para el hombre.
Cuando esta propedéutica no funcionaba, fuera porque la mujer era soltera o viuda, las terapias a las que fueron sometidas las damas son dignas de verdaderas escenas de terror. Algunas, con la suma del título de “brujas”, fueron crucificadas, sometidas a flagelaciones por parte de sus párrocos, objetos de exorcismos u obligadas a fornicar con un sacerdote.
Y muchas de ellas, fueron objeto de espectáculos inauditos, de teatros en los que la mujer escenificaba su dolor y hacía acto su angustia existencial, como el célebre teatro de La Salpêtrière, creado por el famoso doctor Jean-Martin Charcot. Éste exhibía a las “histéricas” ante un público formado por artistas, escritores, publicistas y políticos.
¿Qué veian estos rijosos hombres? ¿Cuáles eran, para ellos, los síntomas de las histéricas? Las posiciones siempre eróticas de las mujeres, la mirada provocadora, la sonrisa equívoca, el contoneo sensual, el gesto seductor. Para los hombres será desde entonces muy peculiar la manera de confundir con las manifestaciones de una enfermedad las técnicas de seducción de una mujer, los delirios del orgasmo femenino o las provocaciones de una chica de la calle.
Este doble fenómeno es largo y complejo de explicar, pero queda claro que estos voyeurs con título, estos perversos con permiso, se regocijaban y complacían en la exhibición de la sexualidad de las mujeres, ese montón de locas, ya sea en la dimensión de su sufrimiento real ante el deseo no satisfecho como en el despliegue netamente femenino de la pura, elemental y básica seducción.
Patricia Rodón
Fuente: http://www.mdzol.com/nota/304770
lunes, 27 de octubre de 2014
Ángeles sucios, bellos y con peluca. Las mujeres del siglo XIX
Las mujeres del siglo XIX sólo se lavaban las partes del cuerpo que se veían y tapaban sus olores con litros de agua de Colonia. Quizá fue el uso excesivo de perfume la sustancia mágica que embriagaba a los poetas para transformarlas en criaturas ingrávidas, castas, perfectas, ideales.
Entre las mujeres surgió una nueva enfermedad provocada por la mala postura: la lordosis.
Mientras más pálida, inmaterial, solitaria, silenciosa, misteriosa y de paso leve, mejor. Ese tipo de mujeres era el que buscaban los románticos para amar, sufrir y hacer literatura con más o menos éxito.
La invención de una nueva técnica en la danza, el ballet y su baile de puntillas, estiraba las siluetas de las bailarinas y les otorgaba una ligereza aérea. “La mujeres no son de este mundo” pudo haber dicho cualquier pretencioso émulo de Rilke, Bécquer o Poe, porque las damas perdían hacia la mitad del siglo XIX su envase carnal para convertirse más que nunca en ángeles, musas, hadas, princesas, ninfas, hechiceras, sacerdotisas o ménades. El repertorio es amplio.
Las heroínas de las novelas, las Eloísas, Camilas, Virginias y Amalias, entre muchas otras, eran gráciles, delicadas y pálidas pero no tenían ni un pelo de tontas. Las chicas no dejaban de coquetear con los chicos y se aplicaban a destacar sus encantos más visibles, metros de ropa mediante: los senos y el cabello.
Las románticas ofrecían sus amplios escotes a la mirada masculina sonriendo sin rubores ni timidez, en tanto se respetara el viejo mandato de “se mira y no se toca”. Tanto es así que apareció entre las mujeres una nueva enfermedad provocada por la mala postura de las coquetas: la lordosis.
Este doloroso padecimiento se producía porque las provocadoras, corset mediante, arqueaban la columna vertebral en una antinatural curva que hacía más prominentes sus glúteos y les adelantaba el pecho para mostrar provocadoramente los senos como un mascarón de proa viviente, de modo que en conjunto, que los dones anteriores y posteriores de su anatomía de ninguna manera pasaran inadvertidos. Básicamente, la misma postura artificial de las siliconadas chicas “hot” de hoy.
Y tampoco dejaban de estar nunca muy bien peinadas. Las mujeres con poder adquisitivo usaban los amplios rizos ingleses, “en los que debe entrar un dedo”, delicados peinados verticales, generosas diademas, elaborados moños y cintas y complejos postizos y extensiones; éstos le permitían a las mujeres de menores recursos ganar algo de dinero con la venta de sus largas melenas con las que los maestros peluqueros confeccionaban maravillosas trenzas y apliques.
Por temor a los resfríos, el cabello no se lavaba sino que se cepillaba minuciosamente. Para rascarse la cabeza, que les picaba y mucho, las elegantes usaban unas largas agujas, generalmente de hueso. Los baños regulares y a conciencia eran casi desconocidos para estos ángeles sucios, objeto de devoción de los hombres y blanco de las arteras flechas de Cupido.
Las etéreas musas sólo se lavaban las partes del cuerpo que se veían, es decir, el escote, el cuello, la cara, los brazos y las manos, y tapaban sus no tan leves olores con litros de agua de Colonia.
Quizá fuera el uso excesivo de perfume de las damas, que al fin y al cabo, también es alcohol, la sustancia mágica que mareaba a los hombres y embriagaba a los poetas para transformarlas en criaturas ingrávidas, castas, perfectas, ideales. De otro mundo.
Patricia Rodón
Fuente: http://www.mdzol.com/nota/303098
Moda. Femenina año 1917.
1. Bonito Tailleur de paño beige. La falda va tableada y el saco fruncido y adornado con botones. (1917)
2. Una linda echarpe de armiño, sombrero de alta copa y el manchón con fruncido , de tafeta negro (1917)
3. Modelo de color rojo, con cuello y chaleco de raso, sombrero de paja tejida rojo y blanco (1917)
4. Precioso vestido de genero gris perla, muy adecuado para visitas de tarde (1917)
domingo, 26 de octubre de 2014
Secretos de la epopeya antártica, salvados tras cien años bajo el hielo (1911)
El diario de un integrante de la expedición de Robert Scott en 1911 fue hallado en buen estado. Contiene valiosas notas y registros.
Murray Levick escribió el diario y lo perdió en una tormenta. La mayoría de sus compañeros murió. |@ AFP
Wellington, Nueva Zelanda. El diario de un miembro de la expedición del explorador Robert Scott en la Antártida fue encontrado un siglo después de que quedara atrapado en los hielos del continente blanco, anunció una institución neocelandesa.
El diario perteneció al científico George Murray Levick y fue descubierto durante el deshielo del pasado verano cerca de la base Terra Nova -hoy italiana-, la que fue establecida por Scott en 1911.
Pese a que el cuaderno ha sufrido daños por el agua a lo largo de más de un siglo enterrado en el hielo, en general las notas de Levick son legibles, aseguró el director de la fundación neocelandesa Antarctic Heritage, Nigel Watson.
“Es un hallazgo increíble. El cuaderno es una parte del registro oficial de la expedición”, dijo. “Estamos encantados de encontrar todavía nuevos objetos después de siete años intentando conservar el último edificio y la colección de la expedición de Scott”.
Las páginas del cuaderno viajaron a Nueva Zelanda, donde fueron tratadas individualmente y encuadernadas de nuevo. Después se devolvieron a la Antártida, donde el fondo está trabajando para preservar cinco lugares utilizados por los exploradores Scott, Ernest Shackleton y Edmund Hillary.
La expedición de Scott se dividió en dos grupos al llegar a la Antártida. Él llegó al Polo Sur el 17 de enero de 1912, un mes después de que lo hiciera el noruego Roald Amundsen. Scott y sus compañeros murieron poco después de frío y de hambre.
Levick estaba en el otro grupo, que viajó a lo largo de la costa para realizar sus observaciones científicas pero quedaron varados en el campo base a causa del hielo.
Los seis hombres lograron sobrevivir el invierno antártico refugiándose en una cueva cavada en el hielo y comiendo lo que podían, entre otras cosas, pingüinos y focas.
La fundación también ha encontrado botellas de whisky de la expedición de Shackleton de 1907-08 y negativos perdidos de su incursión en el Mar de Ross en 1914-17.
Una destilería escocesa ha analizado el whisky de Shackleton y se ha sorprendido por su inesperada delicadeza “con un toque de humo en el paladar”, y recreó la bebida para una edición limitada de 50.000 botellas que vendió a más de 100 libras (160 dólares) cada una.
Pingüinos depravados
En cambio, las notas del cuaderno de Levick son bastante banales pues recogen fechas, asuntos y detalles de las fotografías que había tomado.
Las notas se corresponden con los dibujos de la colección de los trabajos de Levick del Instituto de Investigación Polar Scott de la Universidad británica de Cambridge.
Mucho más interesante es un ensayo científico que escribió con el título “Hábitos sexuales del Pingüino Adelaida”, que estuvo perdido hasta que unos investigadores del Museo de Historia Natural de Londres lo encontraron en 2012.
En el mismo describe los hábitos “depravados” de estos pingüinos, pues algunos tienen comportamientos homosexuales y otros machos trataban de aparearse con los cuerpos de hembras muertas.
Levick estaba tan horrorizado con el comportamiento de los pingüinos que escribió algunas de las observaciones en griego para que el lector medio no pudiera entenderlo. De hecho, su ensayo fue distribuido entre algunos expertos pero nunca fue divulgado públicamente.
Tras sobrevivir en la Antártida, Levick participó en la sangrienta batalla de Galípoli durante la I Guerra Mundial y trabajó en el servicio de inteligencia militar británico en la II Guerra Mundial. Falleció en 1956.
Fuente: http://www.losandes.com.ar/article/secretos-de-la-epopeya-antartica-salvados-tras-cien-anos-bajo-el-hielo
La leyenda de Brunegilda. ¿Una hechicera fantasma en Mendoza?
¿Una hechicera fantasma en Mendoza? ¿Ahorcada en un pino centenario que, en 1938, caería por “arte de magia”? Una buena historia para la Noche de Brujas...
En víspera de Halloween, nuestra provincia tiene cientos de historias de fantasmas, mansiones embrujadas y personajes que realizaron algún pacto diabólico. Desde muchos años, estas leyendas fueron pasándose oralmente hasta quedar marcada en el imaginario popular. Quizás la menos difundida es la historia de La Brunegilda, una bella mujer que fue ajusticiada sobre un pino en las afuera de la ciudad, por la supuesta práctica de la brujería.
Según cuenta la leyenda, a principios del siglo XIX, los pescadores que traían a Mendoza lo recogido de las Lagunas de Guanacache solían hacer noche al pie del pino centenario; antes de dormirse contaban cuentos y cantaban. Entre las estrofas que no faltaban nunca estaba ésta: "Pescadero pescadero si duermes bajo del pino, rézale a la Brunegilda y te dirá tu destino".
Mi bella bruja
Brunegilda era una hermosa mujer española que había llegado a Buenos Aires desde la península ibérica junto a su familia a fines del siglo XVII. Desde niña, había adquirido el poder de la videncia y la hechicería. Su arte adivinatorio era extraordinario, aunque ella intentó ocultarlo. Pero este poder sobrenatural comenzó a ejercerlo en aquella metropoli.
Primero con sus allegados y luego con ciento de damas y caballeros quienes pasaban por su casa para consultar sus destinos. Entre sus clientes se encontraban gobernadores, funcionarios reales y acaudalados comerciantes. Con el tiempo, Brunegilda ganó fama de bruja y la noticia llegó a los oídos del obispo de Buenos Aires quien dio la orden de detenerla y someterla al tribunal inquisidor. Pero la bella joven fue advertida por una clienta, quien le dijo que su vida serio corría peligro. Inmediatamente, Brunegilda tomó sus pertenencias y partió rumbo a un lugar en donde no podía ser perseguida. Por la distancia eligió a Mendoza, lugar en donde sería muy difícil que la encontraran.
Forastera diabólica
Luego de viajar más de un mes en carreta, llegó a la ciudad de Mendoza y se estableció a unas cuadras de la Plaza Mayor. Al poco tiempo de su llegada hermosa forastera, causó la curiosidad de gran parte del vecindario. Cuentan que muchos de los importantes hombres de la ciudad quedaron fascinado por su belleza. Al verla caminar por la calle principal de La Cañada, los caballeros saludaban con majestuosidad a la carismática joven.
También se comentaba que la mirada de aquellos ojos celestes que tenía Brunegilda, hacía perder la cabeza a cualquiera. Pasó el tiempo y la bella hechicera, quien había huido de la inquisición, regresó a sus prácticas de adivinación y brujería pero con mayor poder. Otra vez, cientos de personas concurrían a su morada para saber sobre la salud, el amor, la fortuna. La clarividente se hizo muy popular hasta que un Corregidor amaneció muerto en la puerta de su casa. La noticia del fallecimiento de este funcionario real hizo que varios capitulares y religiosos la denunciaran por practicar la brujería e invocar a las fuerzas diabólicas que habían hecho sucumbir a aquel súbdito del rey. Brunegilda fue detenida y, sin explicación alguna, encerrada en el frío y oscuro calabozo del Cabildo. Por varios meses, la joven sufrió el interrogatorio y la tortura por "hacer prácticas demoníacas". Desde Chile y luego de un tiempo, el gobernador Rodríguez de Ayala junto al tribunal de la inquisición de aquella entonces capitanía, tomó a decisión que la bella dama debía ser ahorcada. Los cabildantes locales eligieron como era costumbre, ajusticiarla en el árbol más emblemático de la estancia llamada del Pino. Días después de la sentencia, la infortunada muchacha fue llevada a la hacienda y colgada por el verdugo del ayuntamiento. Junto a él estaban el nuevo corregidor, funcionarios y religiosos.
Pino maldito
Se dice que los españoles para orientarse en las desérticas regiones, porque andaban en tren de conquista, marcaban las ciudades que fundaban plantando pinos.
Al cobrar éstos altura, servían de guía y punto de referencia al viajero. La ciudad de Mendoza estaba determinada por tres pinos que sobresalían de su chatura de barro y paja, con sus copas frondosas. El último de estos árboles vigías de la ciudad, se levantaba en la propiedad que luego en el siglo XIX fue del Gobernador don Pedro Molina en las afueras de la ciudad, frente a la calle de Los Pescadores, en El Sauce, distrito del Plumerillo, a pocas cuadras de la calle de La Cañada, hoy Ituzaingó. Por esta razón a esta casa se le llamaba la casa del "Pino". El árbol alcanzó cincuenta metros de altura y cinco de diámetro. El 9 de noviembre de 1938, el árbol fue abatido sin que aquel día se produjera tormenta o viento zonda. Fue atribuido a la maldición de Brunegilda. Los pescadores tejieron la leyenda: la Brunegilda se les aparecía de noche vestida de blanco. Los viejos del lugar aseguraban haber visto entre el verde ramaje del pino la figura de mujer hermosa con reflejos de luna. Un nativo huarpe de 89 años, José Coronel, aseguraba haber visto sobre el pino a la hechicera del trágico final.
Fuente: http://www.losandes.com.ar/article/la-leyenda-de-brunegilda
Carlos Campana - las2campanas@yahoo.com.ar
Fuente:
Foto Antigua. Disney, (1923) Que Seguro Que No Sabías Que Empezó En Un Garaje
hiddenlosangeles.com
En 1923, Walt y Roy Disney fueron a vivir con su tio, y dentro de su garaje donde cabía solo un coche montaron el primer estudio de Disney, donde empezaron a rodar una parte de lo que acabo siendo Alicía En El País De Las Maravillas.
La historia ignoró a la mujer en la Primera Guerra Mundial
La mayoría de los tratados obviaron la participación femenina en el conflicto bélico. Muchas mujeres quedaron oscurecidas por sus parejas en este período.
Dos investigadores de las universidades Complutense de Madrid y Castilla-La Mancha han indagado en la documentación sobre la historia de las mujeres en la Primera Gran Guerra. Según el trabajo, publicado en la revistaHistoria y Comunicación Social, el conflicto bélico paralizó algunos adelantos conseguidos hasta entonces, sobre todo en materia de sufragio universal, pero también desafió el concepto de feminidad existente.
“Las consecuencias sociales y políticas de la guerra modificaron los estereotipos tradicionales de género y dieron paso a una nueva mujer moderna, que no se limitaba a vivir en el ámbito privado del hogar. Pero, cuando se volvieron a rehacer las ciudades, al finalizar el conflicto fue como si esto nunca hubiera pasado”, explica a Sinc Graciela Padilla Castillo, coautora del trabajo y miembro del Instituto de Investigaciones Feministas en la Universidad Complutense de Madrid.
Según los investigadores, la mayoría de los tratados obviaron la figura y las tareas de la mujer durante la Primera Guerra Mundial, que quedó en la retaguardia, “pero ni mucho menos en segundo plano”, añade Javier Rodríguez Torres, de la Universidad de Castilla-La Mancha y coautor también del estudio.
El paso decisivo para los derechos de las mujeres no llegaría hasta 1947, cuando la Comisión sobre la Condición Jurídica y Social de la Mujer de Naciones Unidas creó un borrador que pretendía ser instrumento legal para articular los derechos de hombres y mujeres.
“Muchas mujeres quedaron oscurecidas por sus parejas en este período, porque incluso les tenían que regalar sus obras y sus avances para que los publicaran ellos en vez de ellas”, apunta Rodríguez.
La investigación se centra en los países de la contienda: Alemania, Gran Bretaña y Francia, por ser los que más sufrieron la guerra.
“Hasta el momento de la guerra se había avanzado hacia nuevos derechos la mujer, como el sufragio universal y la educación. Con la contienda todo se paraliza. Curiosamente, se rompen las costumbres patriarcales pero, al acabar, lo primordial fue reconstruir las ciudades, atender a los heridos y a los mutilados, y esto supuso un freno para muchas cosas, también para la situación de la mujer”, subraya Padilla.
Las mujeres en las trincheras
Los datos del Instituto Henry Dunant indican que durante 5.000 años de historia, se han producido más de 14.000 guerras, que han causado la muerte de 5.000 millones de seres humanos.
“La mujer, como parte de la población civil y obviada en cualquier toma de decisión, resulta ser, sobre todo, víctima y, por lo general, son ellas las que calladamente, en periodos de guerra, han garantizado la supervivencia de su familia e incluso, de su comunidad”, explican en el estudio.
Esta guerra movilizó a unos 65 millones de soldados entre todos los contendientes, provocó que la retaguardia quedara huérfana de mano de obra y hubo que recurrir a la mujer para mantener la producción.
Como ejemplo, la investigación recalca que 430.000 francesas y 800.000 británicas pasaron de ser amas de casa a obreras asalariadas e incluso, muchas de ellas forman parte de la propia guerra.
“En Alemania, sin participar directamente en las unidades de combate, contribuyeron en las actividades de la guerra, trabajando en las fábricas de armamentos y desarrollando diversas tareas cerca del frente de batalla: avituallamiento, depósito de municiones, etc. Poco antes de terminar la guerra, casi 68.000 mujeres reemplazaron a los hombres que estaban en el frente”, aseguran.
Según Padilla, “las mujeres demostraron que podían tener roles totalmente nuevos. Antes de esta gran guerra se hablaba de que las mujeres no podían desenvolver los mismos trabajos por diferencias físicas y psicológicas, y eso afortunadamente se rompió”.
En Inglaterra, las mujeres también participaron en el conflicto bélico como civiles, con o sin remuneración. De hecho, 80.000 mujeres se enrolaron como auxiliares en las unidades femeninas de las fuerzas armadas. Otras tantas prestaron servicio como enfermeras.
En Rusia se formó la primera unidad de combate exclusivamente femenina, el Batallón de la Muerte de Mujeres, compuesto por 2.000 voluntarias que fueron entrenadas por Maria Leontievna Bochkareva, más conocida por su apodo, Yashka.
En España hubo también avances, pero muy alejados de los países de la contienda. “Si quisiéramos compararlo con nuestra guerra civil –comenta la experta– no existe prácticamente relación. Se produjeron casos semejantes únicamente en educación, pero en la I Guerra Mundial estábamos bastante por detrás de otros países. Tampoco hubo comandos o unidades de soldados mujeres. O, si existieron, no le han dado visibilidad hasta donde hemos averiguado”.
Los españoles habían perdido ya en este momento los últimos territorios del Imperio colonial y, por tanto, estaban al margen de los asuntos continentales que ocupaban las claves diplomáticas de esta época. “Era una pequeña potencia con intereses reducidos al norte de África, a la sombra de los intereses coloniales de las potencias europeas”, exponen.
Cambio del estereotipo femenino
La Primera Guerra Mundial trajo consigo los primeros conceptos modernos sobre la mujer y la sociedad: la aparición, por primera vez en la historia de Europa, de una sociedad mixta.
Las féminas ocuparon los sillones de los varones y pudieron mantener una vida pública y privada que favoreció su desarrollo personal y profesional. Asimismo, rompió con las costumbres de la época, provocó cambios sustanciales en las relaciones familiares y maritales, y hasta cambios estéticos que siguieron impulsando su emancipación.
“El mejor ejemplo de este cambio político es Gran Bretaña. Allí, las sufragistas perdieron, catorce veces, pugnas parlamentarias para conseguir el derecho al voto. Sin embargo, su empoderamiento como consecuencia de su contribución a la Gran Guerra fue decisivo para su obtención”, señalan los investigadores. Lo consiguieron, finalmente, en 1928.
España seguiría el ejemplo con la Constitución de 1931, durante la Segunda República. Las mujeres españolas ejercieron su derecho al voto, por vez primera, en las elecciones de 1933. Esto también sustenta la idea de que el país no participó en la Gran Guerra directamente pero se vio involucrado ideológicamente, con sus consecuencias negativas y positivas, como en el caso del sufragio femenino. La dictadura de Franco lo anularía de nuevo hasta 1975.
Fuente: http://www.agenciasinc.es/
Deportes en el Recuerdo. Formación del 1er. Equipo de Foot-Ball. Club Gimnasia y Esgrima de Mendoza (año 1926)
Integrantes: Baniomeri, Ramos, Melli, Parea, Rosa, Puebla, Gratarola, Sevilla, Puchol, Barrionuevo, Spinetta.
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