Fue durante un apacible atardecer del miércoles 31 de diciembre de 1919, que un grupo de funcionarios del gobierno populista radical José Néstor Lencinas, acompañados por una comitiva de damas vinculadas al acto, recorrieron los senderos del jardín mayor, disfrutando de sus rosales y del inicio de los festejos. Esta celebración había sido prevista para el 24 de ese mes, pero debieron aplazarla probablemente por la coincidencia con Nochebuena, o la enfermedad que padecía el gobernador, que lo llevó a la muerte en enero de 1920, en pleno mandato. Así lo reflejan los periódicos de la época, La Palabra y Los Andes, que cubrieron la inauguración el último día del año, señalando la ausencia del gobernador pero la presencia de su esposa, Fidela Peacock de Lencinas. La idea de crear una rosaleda en el Parque tenía sus antecedentes en un año antes, cuando el ministro de Industrias y Obras Públicas del lencinismo, Eduardo Teissaire, encargó al jefe de la Dirección de Obras Públicas de la provincia, el arquitecto Raúl Jacinto Álvarez, el diseño de un jardín con rosas como ya había en otros lugares del país, a imagen de los existentes en Francia. Charles Thays, el arquitecto paisajista que había diseñado nuestro parque en 1896, a pedido de Emilio Civit y su grupo, no había contemplado un paseo de estas características como sí había hecho en otros lugares. El Jardín Botánico en Buenos Aires o los jardines en hospitales, regimientos y edificios públicos así lo atestiguan. Raúl Álvarez se había recibido de arquitecto en 1917 en la UBA. Era hijo del escritor, historiador y político Agustín Álvarez, un hombre representativo del grupo de la generación del ’80 en Mendoza. Su presencia en este emprendimiento de algún modo vino a jalonar una etapa de grandes realizaciones iniciada por este grupo en el país. Este primer arquitecto que tuvo la provincia hizo uso de sus conocimientos y ubicó al gran jardín sobre el lado este del Lago, y le aplicó al diseño los lineamientos de la escuelas paisajísticas francesa e inglesa a partir de un trazado regular y geométrico. Lo dotó de gran sector de ingreso con frente a la principal fuente del parque, la de los Continentes, y dos sectores alternativos para que también se lo pudiera abordar desde otras zonas. Una gran escalinata de piedra fue continuada por senderos curvos y sinuosos de tierra, que en sus márgenes tuvieron asientos de madera y de piedra invitando a los mendocinos a recorrerlo y disfrutarlo. Aproximadamente 5.000 rosales, 3.000 claveles, 500 plantas acuáticas y 20.000 plantines de distintos tipos de flores fueron colocados en este jardín hasta adquirir gran envergadura. La fiesta por su inauguración duró hasta el 8 de enero de 1820, día en que finalizó una semana de espectáculos con paseos en carreta, un quiosco, una ruleta y una regata como cierre. El primer nombre que tuvo fue el de Presidente Yrigoyen, en honor al mandatario nacional con quien Lencinas enfrentó conflictos que motivaron numerosas intervenciones a Mendoza.
Con el tiempo el Rosedal se convirtió en la niña mimada de los gobiernos que se dieron en Mendoza. Durante la gestión de Carlos Washington Lencinas, 14 obras de arte fueron compradas en París para embellecer el Parque. El encargado de elegirlas fue el urbanista León Jaussely, que se encontraba de paso por la provincia. En 1923 se le agregaron al Rosedal dos tramos de pérgolas con columnas toscanas de cemento, y en el punto de intersección de las mismas se ubicó una fuente de agua que hoy ha sido modificada. En los jardines se colocaron una figura Lampadaria y El Niño, de A. Durenne, ambas de la fundición Du Val D’Osne, de París. Pero sin dudas una gran belleza con que se lo dotó fue un desnudo femenino en mármol de Carrara conocido como La pureza, del escultor florentino Antonio Belli, con una fuente en forma de valva y un banco. En el extremo sur del Rosedal se colocó en otro momento Ciervos acosados por pumas, de gran belleza artística, y en la parte norte, un busto en bronce de Agustín Álvarez, que posteriormente tuvo una placa de bronce con símbolos masónicos que recuerdan el paso de este pensador por esa institución.
En los años ’30 los gobiernos conservadores también prestaron atención a este paseo. Durante el gobierno de Guillermo G. Cano se embaldosaron los caminos circundantes y se construyó una acequia alrededor del Lago. En los ’90, durante la gestión de Rodolfo Gabrielli, nuevamente fue modernizado incorporándole riego por aspersión y manto, rampas para discapacitados, letreros indicadores, luminarias y receptáculos de basura.
Aunque hoy un tanto desangelado y sin la belleza y grandiosidad de otras épocas debido al descuido y deterioro al que lo somete a diario la gente que lo visita, nuestro Rosedal mantiene intacta su capacidad de congregar a los mendocinos y extranjeros para el goce estético, la salud y la sana recreación. Aún hoy por sus senderos se siguen tejiendo historias de amor y de desencuentros que se pierden en el aire o se hunden en el agua hasta convertirse en secretos.
Datos: Adriana Micale Diario Uno