Por Luciana Sabina Historiadora.
Bernardino Rivadavia tenía en sus manos un país fundido, en guerra y al
que debía reunificar. frente a él no sólo estaba Brasil.
Hacia 1821 Brasil anexó a su territorio la Banda Oriental,
rebautizándola como Provincia Cisplatina. En setiembre del siguiente año -al
independizarse de Portugal- el país vecino se transformó en un imperio
gobernado por don Pedro, hijo del rey luso Juan VI. Esto generó rechazo en
diversas regiones, incluido Uruguay. Los cabildantes montevideanos solicitaron
entonces ayuda económica al gobierno de Buenos Aires, a cargo del gobernador
Manuel Rodríguez. Debido a una insalvable situación económica la respuesta fue
negativa. Sin embargo, Buenos Aires presentó apoyo a través de una protesta
formal.
Tres
años más tarde un grupo de uruguayos se trasladó a Montevideo desde tierras
bonaerenses para promover una sublevación. Eran los famosos "treinta y
tres orientales", guiados por Juan Antonio Lavalleja. De regreso pidieron
que se incorporara la Banda Oriental al actual territorio argentino. Por
entonces Las Heras había sucedido a Martín Rodríguez y bajo ningún aspecto
deseaba involucrarse en tamaña situación. Sin embargo, la voz opositora de
Manuel Dorrego se alzó a favor. Tamaño desvarío tuvo eco en el Congreso y en
una sociedad entusiasmada con ayudar a los uruguayos, sin medir nuestras
posibilidades reales de poder hacerlo. Ante estas y otras claras señales de apoyo
al grupo rebelde, Brasil nos declaró la guerra el 25 de octubre de 1825.
Mientras
esto sucedía, Bernardino Rivadavia regresaba a la Argentina. Su viaje a
Inglaterra había sido una total pérdida de tiempo, especialmente porque no pudo
concretar los negocios que se había propuesto en torno a la minería.
Debido
a las tensiones que generaba la guerra, fue sancionada la Ley de Presidencia.
Días más tarde, en febrero de 1826, Rivadavia se convirtió en nuestro primer
presidente. Dorrego y Manuel Moreno -hermano de Mariano- criticaron,
acertadamente, la desprolijidad del acto: era institucionalmente aberrante
dictar la Ley de Presidencia antes de promulgar la Constitución, que recién se
sancionó meses más tarde. Desde su banca de diputado Dorrego criticaba la
solución que Rivadavia daba a un problema al que él mismo nos había llevado, en
gran medida. Cualquiera que haya escuchado los discursos del bloque
kirchnerista en el Congreso, durante el tratamiento del presupuesto 2019, puede
entender de qué hablamos.
Dorrego no se detuvo allí.
Mientras el gobierno central se preparaba bélicamente, visitó a los caudillos
en las provincias convenciéndolos de oponerse y no colaborar.
Bernardino Rivadavia tenía en sus manos un país fundido, en
guerra y al que debía reunificar. Frente a él no sólo estaba Brasil, sino
también una oposición saboteadora que solo velaba por sus intereses. Los costos
de esta inmadurez política no sólo cayeron sobre el presidente, también sobre
el pueblo y el mismo Dorrego, quien terminó siendo fusilado en Navarro cuando
las tropas regresaron de aquella masacre sin sentido.
Ante
estos mecanismos de vigente tradición y larga data es válido preguntarse: ¿será
que alguna vez el circo inoperante y absurdo que montan algunos de nuestros
políticos acabará?