La Avenida San Martín tiene un lejano origen de barro y piedra, según registra Alberto Rovira en su libro Historia de la Avenida San Martín. A lo largo y ancho de las veredas de la emblemática calle se fue formando -como desde una columna vertebral- la ciudad que hoy gozamos y padecemos.
La Avenida San Martín tuvo épocas doradas, cuando sus bares y negocios y paseos eran no sólo el lugar obligado de reunión sino también el centro de la actividad comercial. Pero los tiempos cambiaron, y con él los bares de las esquinas que recibían a los miles de mendocinos que disfrutaban de plácidos vermouths o reconfortantes cafés.
Los que tienen más de 50 años dan fe de cómo se llenaba la calle todos los días después de las 10 de la noche para pasear con la familia, hacer vidrieras o disfrutar de las picadas.
La historia comenzó allá a mediados del siglo XVII, cuando el hombre más rico de Mendoza en ese entonces, el capitán Juan Amaro y Ocampo, decidió donar a la Iglesia inmensos terrenos que poseía, para que se construyera en ellos una capilla en honor a San Nicolás. El 5 de octubre de 1647 se firmó la donación testamentaria. En el medio de sus dominios, se trazó y comenzó a utilizarse un camino de tierra y barro, que usaron las familias de la zona para mover su producción agropecuaria. En honor al capitán, la calle se llamó San Nicolás.
Dice la historia que fue también un 5 de octubre del año 1883 cuando la Municipalidad de la Capital dio a conocer un acuerdo en el cual, en su artículo primero, ordenaba el cambio de nombre para pasar a llamarse Avenida San Martín.
El trágico terremoto de 1861 dividió el destino de la calle y el de todo Mendoza. Tras la reconstrucción de la ciudad, en 1864 abrió sus puertas el primer negocio de la calle, y comenzaron a cambiar las costumbres y la vida en torno a esa arteria.
La casa de remates y depósito de mercaderías de Fernando Bourguet, en la Alameda, inauguró la época comercial moderna, en la década de 1880. La calle, recordaba Raúl Aguirre Molina, con sus casas chatas, sus anchas veredas, sus acequias, puentes y majestuosos carolinos, sus residencias familiares e importante comercio, "era la principal arteria de la ciudad y los mendocinos (...) estábamos orgullosos de ella." Pero a pesar de ser la más importante, era muy tranquila. "El rumor propio de la calle San Martín lo producía la acequia, el carolino, el viento y el paso lento y descongestionado de los transeúntes.
"Las acequias susurrantes allí abajo, y las verdes hojas de los carolinos allá arriba prendidas de las ramas y entregadas al viento, mezclaban su rumor al rumor del agua."
Más de un siglo después, el arquitecto Jorge Leiva diseñó y dirigió el proyecto de remodelación de 1991, con el que oxigenó una calle que languidecía.
El ensanche de las veredas, el adoquinado de la calle y la unificación arquitectónica, le cambiaron la cara a la Avenida.
La Alameda fue también significativa porque bajo su traza siempre corrió el famoso canal Tajamar, el primer intento que se hizo para detener los aluviones. Así, la calle San Martín fue cambiando de fisonomía al mismo ritmo que la ciudad se transformaba. Hoy no es la misma de hace cien años pero continúa siendo la columna vertebral de Mendoza.
Aunque ya no están los enormes carolinos ni tampoco las grandes acequias de las que hablaba Aguirre Molina y está desbordada de automóviles y plagada de ruidos, la avenida San Martín no ha perdido su tradicional encanto.
Datos: http://avenidasanmartin.com
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