Son hijos, en algunos casos nietos y hasta bisnietos de los fundadores de las grandes bodegas mendocinas. Muchos están emparentados. Algunos continuaron la herencia de sus ancestros y levantaron establecimientos modernos sobre las ruinas de lo que alguna vez fue el emblema del vino.
Bodegas López. Es una de las pocas que siguen en manos de la familia tras generaciones.
Fueron pocas familias, la mayoría inmigrantes, las que sentaron las bases de la cultura del viñedo en Mendoza. Entre 1840 y 1930 se fundaron las bodegas familiares cuyas historias reflejan la filosofía de una época: Furlotti, Graffigna, Toso, Giol, Santa Ana, Trapiche, Rutini, Gargantini, Orfila llevan, en casi todos los casos, los apellidos de sus fundadores, o bien el nombre de un santo o del terruño donde están afincadas, como era costumbre. La época de oro de estas bodegas familiares coincidió; su crecimiento fue constante hasta los años 70. En las décadas del 80 y el 90 la realidad vitivinícola argentina dio un vuelco importante y muchas empresas comenzaron a decaer. En diez años casi todas las grandes bodegas familiares fueron desguazadas en partes, o algunas vendidas en su totalidad a otros grupos inversores, locales y extranjeros.
Una particularidad estuvo signada por la gran cantidad de parientes que poseían acciones en cada bodega. Esta disgregación de la toma de decisiones obligó, en muchos casos, a la venta y desmembramiento de estas grandes sociedades anónimas, aunque parte de los socios no estuviera de acuerdo.
Hoy, algunos de los herederos conservan porciones del patrimonio que dejaron sus ancestros. Eduardo Furlotti aún posee, en sociedad, la bodega central ubicada en Maipú. Los González Videla no se deshicieron de la bodega Panquehua ni del total de sus viñedos; parte de los Graffigna en San Juan conservan la parte agrícola; Giol retuvo algunas fincas y dos bodegas que dejó como herencia a sus hijos y nietos y una heredera de Gargantini recuperó la bodeguita que había pertenecido a su abuelo Bautista en Chacras de Coria, salvándola de un remate. Otros perdieron todo. Y sin embargo siguen dedicándose a la vitivinicultura.
Es el caso de Carlos María Basso, cuya familia fuera propietaria de la bodega Santa Ana. O de los hermanos Pulenta, hijos de quien fue el dueño de Trapiche, Antonio Pulenta. Otro tanto hicieron los hermanos Reina Rutini, herederos del fundador de bodega La Rural. Por su parte Enrique Toso fue contratado por el grupo que compró la marca que fundaron sus abuelos, y gerencia la bodega modernizada por inversores. Uno de los Orfila vive en Estados Unidos donde tiene viñedos y Pablo Chremaschi Furlotti se fue a vivir Chile donde fundó su propia bodega en el Valle del Maule, a 250 km de Santiago. Damos paso al linaje que surgió de estas historias.
Fuente: http://archivo.losandes.com.ar/notas/2008/4/26/fincas-355597.asp
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