Todas las tardes, cuando el sol iniciaba su agonía, un hombre caminaba con su violín hacia la plaza de Carmensa en el lejano general Alvear. Allí se sentaba y comenzaba su breve concierto como diciéndole adiós al día que acababa por irse.
El hombre era muy querido por todos los habitantes del lugar; lo llamaban “don Alejo”.
Pero don Alejo no había nacido allí; era un extranjero que amaba ese pequeño terruño del sur mendocino. Había llegado de la lejana Rusia, con el nombre de Alexei Vladimir Abutcov.
El amigo Tolstoi
El hombre que tocaba su violín en la plaza alvearense había nacido en Saratov en 1872.
Desde muy niño, Alexei se dedicó a la música. Luego de cursar sus estudios primario y secundarios ingresó a la Universidad Imperial de Moscú, donde se graduó como ingeniero agrónomo. Pero la música era su pasión y se dedicó de lleno a ella. Estudió composición, piano y violoncello y se recibió de compositor y concertista en el conservatorio de Petrogrado.
Con un insuperable talento para la música, llegó a ser el primer violinista del Zar Nicolás II.
Su fama como concertista hizo que se relacionara con grandes personajes de la Rusa imperial, como el escritor León Tolstoi, con quien trabó una gran amistad.
Pero los vientos de la Primera Guerra Mundial se hicieron presentes en todo el continente europeo y el conflicto también llegó a Rusia, al enfrentarse contra los alemanes. Y aunque al principio el ejército del Zar obtuvo algunas importantes victorias, los germanos aniquilaron a millones de soldados rusos. Esto precipitó la caída de Nicolás II, que culminó con la revolución bolchevique y la ejecución de toda la familia Romanov. Mientras tanto, para Alexis Abutcov, los días en su país estaban contados. Se exilió en Bulgaria y luego partió hacia Sudamérica.
La tierra prometida
El gran músico emprendió su viaje hacia Argentina y llegó al puerto de Buenos Aires. En la primavera de 1924, partió hacia Mendoza y adquirió una finca en Carmensa, departamento de General Alvear.
Intentó fundar allí una colonia tolstoiana, aunque la idea no prosperó. Sin embargo, en ese paraje construyó él mismo su humilde casa de barro y ramas y promovió el cultivo la tierra.
A parte de la música,su otro territorio fue la política. En General Alvear creó una filial local de “Solidaridad Internacional Antifascista”. También escribió varios artículos en revistas anarquistas de Buenos Aires.
Aquel dinámico ruso no podía quedarse sin su más hermoso trabajo: el de músico. Al poco tiempo, Alvear tuvo su primer conservatorio, denominado Schubert, donde Abutcov dictó clases de piano, cuerdas, teoría, solfeo y composición musical, y presentó una gran cantidad de espectáculos.
Como profesor era muy exigente y captaba a los niños y jóvenes que tenían un talento muy particular para la música. Para darle más prestigio a su conservatorio se afilió al Instituto Musical Santa Cecilia de Buenos Aires.
Don Alejo era tan completo que en su escuela de música podía enseñar piano, violoncelo, viola, violín, canto, guitarra, armonio, mandolina, trombón, acordeón, bandoneón, composición, teoría y solfeo.
Su muerte y un misterio
Querido por los habitantes de Carmensa, don Alejo falleció el 25 de agosto de 1945. Aquel día todo Alvear lloró al gran maestro.
Luego de su muerte, dejó un legado de más de 400 obras musicales entre las que se encontraban dos libros sobre contrapunto y armonía.
Por muchos años se pensó que la documentación musical del profesor Abutcov, había sido quemada por los peones de su finca, pero en los primeros años del 2000 fue rescatada, clasificada y puesta en valor.
http://www.losandes.com.ar/article/don-alejo-el-ruso-de-carmensa
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