Si alguien hoy intenta paliar el sofocón veraniego en las aguas del lago del parque General SanMartín corre el riesgo de ser espantado por los guardaparques, si es que no se ahoga antes. Pero desde 1937 y durante casi dos décadas, en la costa sur de ese espejo de agua, Playas Serranas lesdio a los mendocinos la ilusión de una pequeña Mar del Plata.
A inicios del siglo pasado, había balnearios para la gente pudiente en El Challao y El Borbollón, elite que también se hacía ver en baños públicos como los de la Exposición (donde hoy funciona el Correo) o los de las Ruinas de San Francisco.
Natación para todos. En 1935, la gestión de Guillermo Cano (PD) proyectó la instalación de un balneario público para fomentar la práctica de la natación entre la población. Como Mendoza carecía de lugares para ello, se decidió aprovechar el lago del Parque, que sólo usaba para la práctica de la regata y donde se levantaría un complejo con todos los servicios y dependencias que se llamó balneario Popular Playas Serranas.
El edificio de dos plantas fue diseñado por los arquitectos Manuel y Arturo Civit (los mismos del Arco de Desaguadero y el barrio Cano). Apegado al estilo naval, tan en boga por entonces, repetía las líneas de un barco, con su cubierta y su torre, a lo que se sumaban salvavidas en las barandas de las terrazas.
Fue emplazado al sur del lago, lo cual, según explicaba una memoria oficial de 1937, "se determinó en forma que aprovechasen los bañistas el máximum de la irradiación solar, ya que los baños de sol forman parte de los propósitos del establecimiento",
Comenzó a funcionar el 20 febrero de 1937 y generó tanto entusiasmo que fue necesario poner vigilancia para que los menos cautos no se arrojaran al lago, que apenas tenía (y tiene) 50 cm de profundidad. La explotación se concesionó a diferentes empresarios, por lo cual se olvidó la idea original de que los baños fueran gratuitos: inicialmente costaron 20 centavos para los adultos y 10 centavos para los menores de diez años.
Las playas se podían usar de 8 a 13 y de 15 a 21 en verano, y de 9 a 13 y de 14 a 20 en invierno. Había dos cubiertas debajo de los vestuarios para reposar a la sombra. Pero la más viva era la "playa de sol ribereña", calculada para 3 mil bañistas y emplazada "directamente expuesta al sol, con una inclinación calculada para absorber el máximum de radiaciones". Sin embargo, no se permitía ingresar con canastos ni fumar.
Estricto control de la moralidad
La arena que cubría la "playa de sol ribereña" estaba formada por un grano suficientemente grande como para evitar que se escurriera o se la llevara el viento y "bastante chica para que no moleste al contacto con la piel".
La parte que se internaba en el agua también tenía una inclinación estudiada y el nivel alcanzaba la cintura o el pecho (dependiendo de la altura del bañista).
Frente a ella, en la isla, se construyó un trampolín olímpico con tres alturas diferentes para las zambullidas que sólo podían ensayar nadadores expertos, y debajo una olla de cinco metros para saltos ornamentales. Quienes sólo querían mirar podían pasear por una rambla que rodeaba todo el lugar al son de la música y publicidad que emitían altoparlantes.
Dentro del edificio estaban los vestuarios para 400 personas cuya mayor novedad era el " sistema moderno" para guardar la ropa "con perchas separadas y aisladas que ocupan poco lugar". Era estricto el control de la moralidad.
La permanencia en esas áreas se acotaba al cambio de ropa; se debían usar trajes de baños enteros y sólo los menores de 10 años podían llevar pantaloncitos; a la vez, se prohibía andar en malla en otros sectores que no fueran las playas.
También importaba la higiene: los bañistas debían hacerse una revisión médica previa, que valía por 15 días, además de la obligación de bañarse con jabón al salir de los vestuario, caso contrario cabía la multa o suspensión.
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