No pasaron más de ocho años desde la rendición del gobierno nazi cuando Josef Heinrich Darchinger emprendió su viaje fotográfico por el oeste de una Alemania dividida. Las bombas de la Segunda Guerra Mundial habían reducido las principales ciudades del país a desiertos de escombros. Sin embargo, sus imágenes apenas muestran signos de la caída de una civilización. No es que el fotógrafo estuviera manipulando la evidencia: simplemente grabó lo que vio.
Las fotografías retratan un país atrapado entre los polos opuestos del modernismo tecnológico y la restauración cultural, entre la riqueza y la penuria, entre el alemán Gemütlichkeit y la amenaza constante de la Guerra Fría. Muestran a los ganadores y perdedores del "milagro económico", personas de todas las clases sociales, en el hogar, en el trabajo, en su tiempo libre muy limitado y como consumidores. Pero también muestran un país que se ve, en retrospectiva, como una película de mediados del siglo pasado. De sus fotografías en color, escribió el Frankfurter Allgemeine Zeitung, "son documentos contemporáneos excepcionales que indican cuán rápidamente el color gris de la vida cotidiana se volvió a infundir de color".
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