miércoles, 5 de enero de 2022

'La guerra del Emú'


Cuando escuchamos la palabra guerra, se nos vienen a la mente la peor cara de la humanidad. Por esto es muy difícil imaginarse una guerra tragicómica, pero la hubo, en ella, un ejército muy bien pertrechado, le declaró la guerra a un enemigo sin manos para portar armas. Esta lucha desigual enfrentó al ejército australiano con un grupo de Emús. Un ave muy similar al avestruz, y no se lo tomen a la chacota porque los avechuchos casi ganan la contienda. Al finalizar la WW1, la mayoría de los australianos que lucharon bajo la bandera británica se convirtieron en agricultores, Pero la crisis global de los años '30 los golpeó en el bajo vientre. Para colmo apareció un visitante inesperado en sus plantaciones. Antes que los granjeros transformaran zonas desérticas de Australia en zonas cultivables, los emús eran aves migratorias, pero de pronto, a mitad de camino, encontraron un hábitat propicio para crecer, reproducirse y comer trigo hasta reventar. El emú es el ave más grande del mundo después de su primo lejano, el avestruz africano. El dromaius novaehollandiae, así figura en los libros de ornitología, llega a medir 2 metros de altura y puede pesar casi 50 kilogramos. Es bastante feucho, sin gracia ni glamour, ni siquiera vuela, pero lo compensa corriendo como el demonio. Unas 20 mil de estas aves se apoderaron de los cultivos de ex militares, que no tardaron en cabrearse. Para colmo, al no volar ni saber abrir tranqueras, destrozaban los alambrados haciendo que se perdieran vacas, gallinas, conejos y chanchos. Los colonos pidieron ayuda a gritos, pero no al ministerio de agricultura, lo hicieron al ministerio de defensa. La respuesta fue tan inesperada como desproporcionada... e inútil. Sir George Pearce mandó a la 7.ª Batería Pesada de la Real Artillería Australiana. El 2 de noviembre de 1932, sus ametralladoras Lewis desparramaron inútilmente una lluvia de balas sobre algunas concentraciones de emús. Estas tenían la mala costumbre de no quedarse quietas. A modo de guerrilla, se movilizaban en grupos pequeños y con un ave de guardia. Montaron las ametralladoras en camiones, pero los emús corrían a más de 50 km/h. Los camiones no solo no las podían alcanzar, con el traqueteo era como jugar tiro al blanco en una calle empedrada. Cuando Pearce solicitó el primer informe, se habían utilizado casi 3 mil cartuchos y solo habían matado a 50 invasores. Como para dar un gramo de efectividad a la operación, el informe finalizaba con un 'El ejército no sufrió bajas'. Unos bobasos de manual. Luego de un segundo ataque, los números no mejoraron mucho y los británicos, que les proveían las balas, les prohibieron seguir dilapidando material militar para llevar a la extinción a una especie animal. Sin explicación, los emús volvieron a la ancestral costumbre de emigrar y el ejército australiano no se pudo colgar la medalla. Pequeñas Piezas de la Historia, por Gabriel Horacio Blasco Dantuono

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