Civit nació en octubre de 1856, en un país dividido entre las fuerzas federales que comandaba Urquiza y un Buenos Aires separatista, bajo el ala de Alsina y Mitre, entre otros. Su infancia transcurrió entre los escombros de una Mendoza destruida por el terremoto de 1861 y a la que siendo adulto ayudaría a levantarse. Tuvo una de las mejores educaciones a las que podía aspirar cualquier hombre de la época.
Asistió al Colegio Nacional de Buenos Aires, adornado por Ricardo Rojas con el mote de “Colegio de la Patria”, ya que allí se habían formado Saavedra, Belgrano, Moreno, Castelli, Paso, Pueyrredón, Balcarce, Las Heras, Dorrego, Urquiza, Avellaneda (padre), Cané (padre), etc.
Se especializó en Derecho en la Universidad de Buenos Aires para regresar a esta tierra imbuido de progresismo y entusiasmo, aquel entusiasmo que sólo da la juventud.
Fue diputado nacional entre 1882 y 1889, teniendo un papel destacado en el debate que presidió la sanción de la Ley de Educación 1.420. Socio político de Roca, defendió con vehemencia el proyecto que éste envió al Congreso, siendo uno de los oradores más destacados.
Su postura rechazaba la enseñanza de la religión en las escuelas, algo contrario a nuestros antecedentes históricos y a las disposiciones de la Constitución Nacional.
Para Civit, el pueblo argentino había demostrado siempre una marcada tendencia hacia la libertad de conciencia. No habíamos sido preparados para la “Conquista”, a la que veía representada por la espada y la cruz.
Su intención estaba lejos de atacar al catolicismo o a sus dogmas, simplemente buscaba demostrar que la educación no podía quedar sujeta a esta religión.
Por ejemplo, en tiempos de Rosas, especifica, se puso en manos del Convento de Santo Domingo el Colegio de Ciencias Morales, fundado por Rivadavia, eliminando de inmediato los laboratorios de química, de física y el observatorio.
Civit finalizó aquella intervención en el Congreso señalando que “sin libertad de conciencia no hay libertad de pensar, no hay libertad política ni libertad social”.
Francisco M. Goyogana, en su libro “Sarmiento y el Laicismo. Religión y Política” realiza un análisis de este discurso, colocando a nuestro comprovinciano entre las piezas claves para la aprobación de la Ley 1.420.
Luego vendría un lugar en el Senado Nacional. En 1898 fue electo gobernador de Mendoza por primera vez, puesto que abandonó por pedido de Roca, convirtiéndose en el primer ministro de Obras Públicas de nuestra historia y además de las obras que inició, la gran mayoría se concretaron.
Fue tanta y tan magnífica su labor, que una vez, haciendo la síntesis valorativa de su ministro, Roca dijo que Civit por sí solo había concretado la tarea de toda una generación.
El ferrocarril creció a pasos agigantados -pasó de 18 mil a 24 mil kilómetros-, más de diez capitales comenzaron a contar con el servicio de agua corriente y cloacas -entre ellas Mendoza-, hubo mejoras en numerosos puertos, se construyeron escuelas, hospitales y numerosos edificios públicos.
Destaca además que hiciera reactivar la construcción de los edificios de Tribunales y del Congreso de la Nación. Civit pasó luego por el Ministerio de Agricultura y al finalizar la segunda Presidencia de Roca regresó al pago.
En 1907 lo encontramos nuevamente ocupando el cargo de Gobernador, moldeando a Mendoza con manos de experto. Ese mismo año inauguró el primer hospital público de la provincia, como respuesta a diversas dificultades en salubridad.
El edificio terminó llevando su nombre y se encuentra en el Parque General San Martín. Con los años dejó de ser un hospital y terminó dando espacio -por cierto tiempo- a una especie de parque temático de la ciencia llamado “Eureka”.
Don Emilio se rodeó de los más destacados hombres de su época, convocó por ejemplo a Emilio Coni y a Carlos Thays. Este último dio forma al Parque General San Martín, en cuyo corazón Civit fundó el Club Mendoza de Regatas hacia 1909.
Además de estos casos puntuales y tan conocidos, bajo las alas del ilustre dirigente se construyeron caminos, puentes, escuelas, obras de riego, etc. Coronó su vida política accediendo nuevamente al Senado, donde permaneció entre 1910 a 1919.
Finalizando 1920, el diario de los Mitre daba al país la triste noticia. “El fallecimiento del Dr. Emilio Civit, ocurrido ayer en Mendoza, es la desaparición de una personalidad que se había hondamente caracterizado en la política del país. Hombre ilustrado, inteligencia brillante, orador de combate, había en él -asociados estrechamente- un partidista apasionado y un espíritu de patriota que amaba ardientemente el progreso del país (...) El país le debe una parte de los progresos realizados a través de las últimas décadas” (La Nación, 6 de diciembre de 1920).
Nos quedamos con el lustre de esas palabras, sobre la trayectoria de Civit. Exaltando al hombre que supo acompañar el crecimiento del país y vistió una existencia encaminada hacia un solo objetivo, el progreso.
Por Luciana Sabina
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