Tres de las 61 maestras que trajo Sarmiento entre 1869 y 1898. (Foto esacademic.com)
Hoy se celebra el Día del Maestro en memoria de Faustino Valentín Sarmiento -presidente, embajador, ministro, gobernador, senador, escritor, periodista y soldado, pero por sobre todo, maestro- muerto en Paraguay el 11 de septiembre de 1888, a los 77 años.
No, no es un error, sino su verdadero nombre: Domingo fue el apodo con que lo llamó su madre, Paula Albarracín, devota de Santo Domingo, pero no es el que figura en sus papeles de identidad.
El error, en todo caso, está en creer que el Día del Maestro es un homenaje argentino a él y sus docentes, cuando en realidad es una conmemoración de toda América a dos hombres: Sarmiento y Horace Mann, el gran pedagogo norteamericano.
Ambos fueron reconocidos por sus trayectorias en educación por la Primera Conferencia de Ministros y Directores de Educación de las Repúblicas Americanas, realizada en Panamá, en 1943; y desde entonces, el 11 de septiembre fue instituido como Día del Maestro en toda América, para conmemorar sus vidas y sus obras, explica Ana María Bertolini en una excelente nota para la agencia Télam.
Semblanzas sobre una personalidad tan rica y polifacética como la de Sarmiento se han escrito a montones, a favor y en contra, pero curiosamente poco se ha dicho sobre lo que hoy, en el Día del Maestro, es lo central, y que a no dudar es también su más preciada obra: el normalismo, es decir, formar docentes para una escuela pública, laica, mixta, gratuita y obligatoria.
Este “disparate grande y sublime”, como él lo llamó, comenzó en 1845 cuando, exiliado en Chile, fue enviado por el ministro de Instrucción Pública y luego presidente, Manuel Montt, a Europa y Estados Unidos, para estudiar durante dos años en esos escenarios nuevos métodos de enseñanza.
Al respecto, cabe decir que a instancias de Montt, Sarmiento ya había fundado en 1842 la primera Escuela Normal de Maestros de América latina, cuyo semillero de docentes posibilitó en seis años la apertura de 72 nuevas escuelas en Chile.
En Estados Unidos constató el modo en que Horace Mann formaba a las maestras y lo impresionó particularmente la Escuela Normal de Newton Eats, cerca de Boston, de donde sacó el modelo que aplicó más tarde en Chile y la Argentina.
Para formar al normalismo argentino soñó con traer al país unas 1.000 maestras extranjeras, pero sólo logró que vinieran algunas. Sarmiento asumió la Presidencia en 1868 y entre 1869 y 1898 llegaron en total al país 65 docentes, 61 de ellos mujeres.
Venidas desde Nueva York, Virginia, Maryland, Pennsylvania, Ohio y Nueva Inglaterra, habían sido atraídas por la convocatoria que Mary Mann, la mujer de Horace, difundió por la prensa: se les ofrecía un contrato por tres años, que corrían desde el embarco.
Una vez llegadas, eran enviadas unos meses a Paraná, donde Sarmiento había creado en 1870 la primera Escuela Normal del país, para que se ambientaran y pudieran perfeccionar allí su español, tras lo cual, iban siendo destinadas a otras provincias.
El primer censo nacional de 1869 -también obra de Sarmiento- había dejado al descubierto un país de grandes extensiones deshabitadas o en poder de los indios, y un índice de analfabetos del 71%, que había que revertir rápidamente. Y para eso, había que traer de afuera maestras que formaran a maestras.
Pero, si para el revisionismo traer a las docentes norteamericanas constituyó otra prueba del supuesto afán extranjerizante y antinacional de Sarmiento -y no, como fue, una necesidad, ante la ausencia de maestras nacionales preparadas- para la Iglesia de aquellos tiempos fue decididamente una herejía.
Si en Paraná, Corrientes y Rosario, las habían recibido con afecto y entusiasmo, en las sociedades más conservadoras fue muy distinto.
La mayor parte eran protestantes y en algunas ciudades como Catamarca y Córdoba tuvieron que lidiar contra los prejuicios de quienes no querían mandar a sus hijos a educarse con herejes, actitud que estaba avalada por obispos y sacerdotes.
En algún momento Fray Mamerto Esquiú tuvo que intervenir para serenar los ánimos de un obispo, diciéndole que "no son católicas, pero por lo menos tampoco son ateas".
Por aquellos tiempos las escuelas eran confesionales y si bien en Buenos Aires las de varones dependían del municipio, las muy pocas de mujeres que había, eran manejadas por la Sociedad de Beneficencia, que recibía fondos públicos para dictar educación católica.
Esto enfadaba a Sarmiento, quien en 1839, a sus 28 años, no sólo había creado en San Juan el Colegio de Señoritas -donde impuso el uniforme igualitario- sino que había señalado el absurdo de que en su provincia sólo existieran escuelas para varones."¿Una madre sin instrucción podrá inspirar a sus hijos el deseo de instruirse?", se preguntaba, bregando por la educación femenina.
En cambio, desde 1836 Estados Unidos gozaba de los beneficios de la instrucción pública, gratuita, mixta y laica, gracias a una ley propiciada por Horace Mann y que Sarmiento aplicó, de un modo u otro, mucho más tarde, en la Argentina y Chile.
Tanto más tarde, que debió llegar a la Presidencia para poder instrumentar algunos de los cambios deseados: elevar de 30.000 a 100.000 alumnos la población escolar; crear las primeras escuelas normales, el Colegio Militar (1870), la Escuela Naval (1872), el Observatorio Astronómico (1872), la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas (1870) y alrededor de ochocientas escuelas primarias.
También hubo de esperar hasta 1884 para ver definitivamente sancionada, a sus 73 años, la ley 1420 de educación común mixta, laica, gratuita y obligatoria.
Aquellas maestras que vinieron al país forjaron las bases del sistema educativo argentino e introdujeron "novedades" tales como el desarrollo artístico, la gimnasia, el trabajo manual, el sentido de la responsabilidad y los deberes escritos.
A la par, desalentaron el aprendizaje de memoria y contribuyeron a jerarquizar el rol docente, abriéndoles a las mujeres argentinas las puertas de una nueva profesión.
Pero no les fue fácil: 5 murieron en los primeros años de fiebre amarilla o cólera; 16 regresaron a su país cuando terminaron su primer contrato; 36 enseñaron durante 13 años y se fueron porque no les pagaban el sueldo; y 20 se radicaron y murieron aquí.
Mary Elizabeth Gorman, de 25 años, fue la primera en arribar al país. Su destino era San Juan, pero no quiso ir, porque en 1869 era una provincia beligerante y atrasada, a la que se llegaba tras diez días de diligencia y bajo el azote de los malones.
Las tres maestras que más se destacaron fueron Clara Armstrong que trabajó en Paraná, Catamarca, San Juan, San Nicolás, La Plata y Buenos Aires; Mary Olstine Graham (Paraná, San Juan, La Plata); y Sara Chamberlain de Eccleston (Mendoza, Paraná, Buenos Aires, Concepción del Uruguay).
Entre los hombres, George Albert Stearns, egresado de la Universidad de Harvard, sumó a su tarea de director de la Escuela Normal Nº1 de Paraná, la de inculcar a sus alumnos su ideario en materia de organización, objetivos, disciplina, espíritu de investigación y civismo, todo esto, en medio de la guerra civil y de la muerte prematura de su mujer, Julie, también docente.
Hacia 1900 la fase inicial estuvo concluida y los docentes argentinos pudieron hacerse cargo íntegramente de la tarea, convencidos, gracias a (Domingo) Faustino Valentín Sarmiento de que un buen sistema de educación pública constituye el mejor recurso para la inclusión social.