En su edición del 7 de julio de 1931, la revista Para Ti, que ya era considerada como exquisita difusora de tendencias, publicó una nota sobre el concepto de belleza. La misma nos permite conocer los consejos de la revista a las argentinas de aquel tiempo (que nosostros ilustramos con el retrato de Luisa Solé del Carril, una de las actractivas mujeres de entonces, publicado en Caras y Caretas ese año).
El título de la nota de Para Ti fue “Secretos de belleza” y el texto decía lo siguiente:
Los recientes concursos de belleza femenina han puesto en evidencia el concepto que los jurados tienen de la belleza en la mujer.
Existe la belleza estatuaria, la belleza escultórica, como existe la belleza pictórica y como existe y cautiva la belleza espiritual, la gracia, el ángel, el atractivo, la simpatía, la vivacidad y encanto de una sonrisa, la penetración y misterio de los ojos, el poder de una mirada y la admirable correspondencia entre unes ojos picarescos que sonríen con la boca.
Este último concepto de la belleza, que ha prevalecido en el jurado que concedió el premio a otra belleza que no era la de Grecia, consagrada anteriormente, demuestra cómo hemos evolucionado desde el tiempo de la estatuaria clásica.
Falta saber si el concepto de los griegos no discrepaba del nuestro, porque una es la escultura yuna es la obra de arte destinada a la admiración de los siglos contra cambios y volubilidades, y otra la belleza que deseamos para la vida en sociedad, para conversar, alternar, bailar y admirar.
No entraremos en consideraciones que nos llevarían muy lejos al establecer las diferencias entre lo imperecedero y lo efímero en punto a belleza. Bellas nos han parecido porcelanas del siglo pasado, y creíamos que tenían más vida y eran más reales; su vida puede considerarse efímera; en cambio las Venus clásicas siguen despertando la admiración de los artistas de todas las tendencias y todas las escuelas, aunque aparenten distintas opiniones y menosprecien ciertas obras consagradas.
Ha prevalecido, decíamos, la belleza, no sólo policromada, sino con vida y atractivos espirituales. Así debía de ser y ahí se detiene y ahí terminan las exigencias del jurado.
Nosotros pediríamos que la belleza fuera siempre acompañada de la virtud, pero para eso ya hay tribunales aparte y otros concursos que no se relacionan con la belleza femenina.
Del resultado de esos fallos debemos sacar la consecuencia que hay que enriquecer los encantos naturales realzándolos con el cuidado, con el buen gusto en arreglo y el retoque del rostro y agregar el atractivo que haga fallar al jurado.
Las facciones no pueden modificarse, pese a la cirugía artística, tanto como para convertir un adefesio en un primer premio; pueden hacerse ciertas enmiendas muy notables, pero tiene sus límites y no puede modelarse el cuerpo humano como se trabaja con pastelina y palillos.
La justa proporción de las facciones es la primera condición para ser bella. Esta armonía es más bien apreciada por escultores que por pintores, más atentos estos últimos a la nota atractiva de color que a todo lo que sea prescindir de él.
También el vulgo suele confundir la frescura de color, la tez blanca y los cabellos de hermoso tinte, con el verdadero concepto de belleza. Estos rostros no siempre son fotogénicos y nos reservan más de una sorpresa cuando, fiadas en la belleza, el retrato fotográfico nos muestra la incorrección de las facciones, la desproporción de los rasgos. Contrariamente a este concepto de belleza, está el escultural o estatuario, cuya sorpresa es notable cuando, sin haber llamado nuestra atención, advertimos al ver un retrato fotográfico que Fulanita parece más hermosa de lo que es.
Todos los cuidados deben ir encaminados, por lo tanto, a convertir la belleza escultórica en belleza pictórica además, y aquí entran los secretos de tocador.
El primer cuidado es suavizar los rasgos evitando la dureza que hace la expresión un tanto hostil. El masaje mantendrá tersa la piel sin restarle flexibilidad y frescura. Al extender la crema o el color para avivar el natural de las mejillas, se hará de forma que no se acumule en las comisuras convirtiéndolas en arrugas prematuras que envejecen el rostro más juvenil.
Las cejas, si son muy pobladas se reducirán a dos trazos curvos, concluyendo por un bisel del lado del ángulo externo del ojo y del lado interno, suprimiendo el entrecejo. Esta depilación da aspecto de inteligencia, de vivacidad, de cerebro despejado, de vitalidad y juventud. El color de las cejas debe armonizar con el de los cabellos y la elección de peinado es importantísima.
A estos detalles hay que sumar innumerables pormenores que cada una de nosotras debe estudiar sin pasión, serenamente, evitando las imitaciones, que no siempre son fácilmente acomodables a todas las fisonomías.
Simultáneamente, con los cuidados corporales hay que afinar las gracias espirituales; seleccionar los temas de conversación, depurar los términos usados en el lenguaje, cultivar la inteligencia yacertar a expresarse armonizando los más delicados ademanes con el vocabulario más correcto; huir de la cursilería y la ridiculez; no gesticular ni hacer visajes, pero tampoco permanecer inexpresiva como una efigie y acompañar la belleza de una alegría y un optimismo que la hagan más adorable.
Así parece que ha considerado más o menos el prototipo de belleza femenina el último jurado.
La combinación que proponía la revista sigue siendo la fórmula ideal: más allá de los masajes, la depilación, el peinado, la suavización de los rasgos y la elección de colores, las “gracias esprirituales” que definen el carácter, son las que logran la armonía ideal.
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