El primer
caso de cólera en Mendoza se produce el 8 de diciembre de 1886. La víctima es
una mujer de condición humilde, que vivía
en El Plumerillo en la finca del Doctor Manuel Saenz; a
las pocas horas la mujer fallecía. La
alarma cunde en la población.
No escaseaban
las provisiones, sin embargo al estallar el primer caso en la ciudad de Buenos
Aires, durante el mes de noviembre y ante la amenaza de una rápida propagación,
el Gobernador Rufino Ortega convoca al cuerpo médico de la provincia, determinándose
la necesidad de provocar un aislamiento total de la provincia, aislándola en
sus comunicaciones con el resto del
país.
El 22 de
Noviembre se crea el Consejo Provincial de Higiene que integraban los doctores
, Josué Berutti (protomédico), José A Salas y Ventura Gallegos. Al día
siguiente se instala en Desaguadero un lazareto para cuarentena de los
pasajeros ferroviarios que llegasen atacados por el mal. Se tiene un riguroso
control sanitario en forma de barrera, impidiéndose el ingreso de tren alguno a
la provincia. La provincia de San Luis
establece medidas similares en Pedernera, con lo que se obliga a retroceder a
los trenes. Inclusive se dispone que la
correspondencia postal sea sometida a una prolija desinfección antes de ser
distribuida.
Lo que pudo
faltar en todo caso, fue decisión para mantener, contra toda presión, esas
medidas preventivas. El Gobierno nacional consideró violatoria a la libertad de
transitar la medida adoptada respecto a los ferrocarriles y desautorizó el funcionamiento del lazareto. Las fuerza de
seguridad recibieron instrucciones de garantizar esa resolución.
Las
consecuencias no demoran, a la primera víctima siguen otras: entre el 9 y 10 de
diciembre de 1886, cinco soldados son atacados por la peste, quedando aislados
en un lazareto instalado en El Borbollón.
Aumenta la alarma y la población comienza a huir.
Sed viva e
insaciable, fuertes evacuaciones, vómitos, pulso acelerado o presión del pecho,
respiración penosa, son los síntomas más evidentes. Luego, la voz se debilita,
se padece vértigo, dolor de cabeza, zumbidos de oído, hipo, calambres
dolorosos, adelgazamiento, el pulso se torna imperceptible.
Las
poblaciones más afectadas son la Capital y San Vicente, los médicos no dan
abasto, ni siquiera con la llegada de refuerzo desde Buenos Aires. Setecientas
treinta y ocho personas mueren entre el 8 y el 31 de Diciembre de 1886; el día
15 el personal municipal deja de prestar
servicios por la cantidad de afectados que padece en sus propias filas.
Se reparten
medicamentos gratuitamente entre los afectados, se organizan comisiones
vecinales. En los templos de San Nicolás y San Francisco se reza. La epidemia
se extiende a Las Heras, Lujan, Maipú y
San Martín. Desde el 23 de Diciembre se riegan las calles de la ciudad con agua
encalada para contribuir con el mejoramiento del estado ambiental. Se corta el
suministro de agua en las acequias con
el fin de que el líquido no sea portador de gérmenes; quienes no poseen agua a
domicilio reciben el abastecimiento de un reparto diario. Se recomienda ingerir
el líquido previamente hervido y
enfriado. Se requisan los baldes existentes en la ciudad, repartiéndose el excedente entre los vecinos
que carecen de ellos. La municipalidad recibe 300 toneladas de cal viva para
encalar las acequias.
De los 25
médicos que integran el operativo total, solamente 6 atienden en Capital y 5 se
reparten entre los departamentos. Se calcula en 500 los enfermos de gravedad y
surgen disputas en el cuerpo médico ante los casos de inasistencias diarias.
El espectáculo
que ofrecía Mendoza era sobrecogedor; mueren los animales domésticos por falta
de agua, se secan la huertas domiciliarias, languidecen los cultivos de
estación. El ayuno es la forma más
ensayada para evitar la contaminación, apenas se ingerían alimentos. En las
calle no había más tránsito que el de los auxilios y el pesado trajinar de las
carreteras de cuatro ruedas que transportaban los cadáveres como montones de
leña; los internados en la Penitenciaría hacían de sepultureros, se denunciaban
casos de enfermos que eran recogidos en agonía y enterrados aún con vida. Se llegaron
a registrar más de cien casos fatales por día.
En esas condiciones
de llega al año nuevo, la epidemia comienza a perder fuerza en la provincia. El
1 de febrero de 1887 se produce el último caso; la víctima es un preceptor de la escuela número 4, Juan Gómez. Agustín Alvarez asegura que en la provincia
se produjeron 4000 muertes como consecuencia de la epidemia de cólera.
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