martes, 9 de febrero de 2016

Agua y huevos para el rey momo ¿Cómo era aquella Mendoza que esperaba con ansias los días de carnaval? Aquí, un paseo con chaya por el corso, la comprasa y los bailes en los clubes de antaño que derramaban algarabía.



Hace más de cien años, los mendocinos celebraban el carnaval con gran algarabía. Hoy,  en nuestra provincia, la tradicional fiesta pasa desapercibida para la mayoría de la población. Tal vez, solamente los mayores añoran los ritos que inundaban las calles con comparsas y bailes. 
Todo el año es carnaval
A fines de 1880, la mayoría de los mendocinos se preparaba, con mucha anticipación, para festejar el carnaval. 

Varios meses antes de este evento, ya se organizaban comisiones que, en su mayoría, estaban conformadas por personas de la alta sociedad mendocina, cuyos miembros organizaban rifas  para recaudar fondos. El  gobierno provincial, además, apoyaba estas fiestas con dinero.
En los días previos, el municipio de la ciudad, mediante una ordenanza, habilitaba el corso nocturno. Sin embargo, se tenían que respetar varios artículos: como primera medida, se prohibía arrojar agua en las calles, huevos u otros objetos, a excepción de bombitas, serpentinas y flores.
Siesta de chaya
El calor se hizo sentir en la siesta de aquel febrero de 1882. Cientos de adultos y niños salieron a las calles con sus baldes llenos de agua, huevos de gallinas o de ñandú. Cualquier recipiente servía para chayar a las mujeres o viceversa. Muy pocos eran los que podían dormir la sagrada siesta mendocina.

En las calles se libraban verdaderas batallas campales entre los vecinos. Gritos y risas se podían oír en las veredas y zaguanes o desde los techos.
Muchos utilizaban el agua de las acequias para poder mojar a su “enemigo”.

Algunos llevaban en sus manos un arma letal: los huevos con agua, que venían siendo los antecesores a las bombitas de latex. 
El arma ingeniosa se confeccionaba con un huevo de ñandú, al que se le hacía un orificio en la parte superior para vaciar el interior . así, quedaba solamente la cáscara. Luego, se lo dejaba secar y se lo llenaba con agua. Al lanzarlo, el huevo se rompía mojando a la persona. 
A las seis de la tarde, mujeres y hombres hacían una tregua.
La noche de los pomos fríos
Por la noche, en la calle de San Nicolás (hoy San Martín), se erigían artísticos arcos de flores. 

Los ciudadanos concurrían a ver el mágico espectáculo y participar de la fiesta. 
Allí, la lucha entre hombres y mujeres se reanudaba, pero con pomos de plomo que lanzaban agua perfumada y no manchaban la ropa. Pomos que se vendían en la histórica casa de Manuel Vidal.
Asistían a esta festividad el gobernador y las autoridades. La banda de música de la policía tocaba en medio de las serpentinas y flores, que eran arrojadas por el público al paso de las carrozas con motivos alegóricos que en su interior transportaban a jóvenes mujeres disfrazadas. Las comparsas acompañaban el paso de los carros, hasta la medianoche, hora del fin del corso.
Aquella aldea mendocina vivía los tres días con gran alegría, hasta la culminación del carnaval, en la que se realizaba el entierro del Rey Momo. Entonces, lejos de entristercerse por el fin de fiesta, los mendocinos ya empezaban a pensar en el año próximo.
Fuente: http://www.losandes.com.ar/article/agua-y-huevos-para-el-rey-momo

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