1890 - Los avances del progreso se notaban hasta en los pequeños detalles de la vida cotidiana. Cuenta Félix Luna en «Soy Roca» que hasta 1880 era frecuente que los ventarrones levantaran nubes de tierra que entraban por puertas y ventanas y se asentaban pesadamente en los patios, las habitaciones y, por supuesto, también en el rostro, los cabellos y los trajes y vestidos. Todo eso en el centro mismo de la ciudad. Veinte años más tarde esa molestia había desaparecido debido al empedrado y pavimentación de las calles y a la proliferación de árboles en la vía pública, los parques y los paseos. Otro caso era el de los malos olores. Buenos Aires era hacia 1880 una ciudad maloliente donde la fetidez de las heces humanas maculaban incluso hasta las veredas del centro. También se padecía la hediondez de la carne podrida tirada en cualquier esquina, a los perros, gatos y hasta caballos muertos que se iban descomponiendo en la vía pública a vista y paciencia de todos; a los abominables efluvios de fritangas que salían de la Recova y el Paseo de Julio, a las aguas estancadas de arroyos y bajos. Agrega el autor que estos atentados al olfato, para 1898, se habían ya evaporado en gran medida, y que ya no se deseaba que viniera una sudestada para que la urbe se limpiara, porque al haberse creado la organización municipal se fue implementando también un servicio muy eficiente de recolección de basura, y de limpieza, de plazas, aceras y calzadas, atendida por una numerosa dotación de heroicos barrenderos. Un verdadero ejército de empleados municipales, casi todos de origen italiano, que el pueblo individualizó con el nombre de «mussolinos»...
Fuente: Félix Luna «Soy Roca». Sudamericana. Buenos Aires, 1989. imagen coloreada por Claudio Tuñon
No hay comentarios.:
Publicar un comentario