Cuando mataron a Lavalle el 9 de octubre de 1841, su cavader estuvo tirado en el suelo del patio donde cayó. Tanto sus hombres, como la partida de milicianos que baleo la puerta, habían huido. Sus soldados regresan a la casa en donde lo habían matado, recogen su cuerpo, lo colocan atravesado sobre su caballo tordillo, envuelto en su poncho de vicuña, y lo cubren con una bandera argentina, comenzando su camino del exilio. Ciento setenta y pico de hombres, y una mujer. Ya para octubre, la Puna Jujeña manifiesta su calor impiadoso. Y en pocos días, el cuerpo del General sin miedo, empezó a pudrirse como fruta madura. Ya el cuerpo del León de Riobamba, del Rey de los Arenales de Moquegua, había empezado a destilar abominable putrefacción.En Huacalera lo descarnaron un francés llamado Danel y un criollo llamado Sosa. Y así, con su osamenta descarnada, siguieron hacia el norte, perseguidos por los esbirros del Degollador Oribe. Hasta que la frontera boliviana les dio cobijo a aquellos exiliados y su carga de Gloria. Aquel poncho de vicuña del General, manchado con su sangre y sus fluidos cadavericos fue rescatado para la posteridad. Y así estuvo mucho tiempo, con las manchas del cadáver de Lavalle. Dicen que los poseedores de la reliquia quisieron regalarlo al Museo del Regimiento de Granaderos a Caballo. Pero sucedió que la empleada de la casa, lo vio tan sucio y tan manchado que antes de entregarlo así, lo mandó a la tintorería. Dicen que esta historia fue cierta. Dicen... Así luce hoy, en el Museo del RGC, el poncho del General Juan Galo de Lavalle González Bordallo, el más Granadero de todos los hombres del Libertador. Aún se observan algunas manchas de sangre y fluidos cadavericos en la parte inferior del mismo.
Foto autoria de Eduardo Javier Mundani Osuna (Narrador Visual)
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